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Miércoles, 19 de enero de 2011
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Sebastián Basualdo critica el machismo en los cuentos de su libro Fiel

De qué se habla cuando se habla de amor

Los relatos son una suerte de continuidad de Cuando te vi caer, la primera novela del autor. “La mujer se mira a sí misma como objeto a ser contemplado por haberse educado en el canon de un mundo pensado para los hombres”, afirma.

Por Silvina Friera
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“La fidelidad o infidelidad dependen del cristal con que se mira la cuestión”, afirma Basualdo.

Un polígono de tiro es el escenario del reencuentro entre un padre y un hijo que hace tiempo que no se ven. Lautaro, el hijo, rechaza hasta el mate que le ofrece Francisco. “Tomarlo significaba acceder a una comunión a la que no estaba dispuesto a entregarse”, se lee en “Tiro al segno”, el primer cuento de Fiel (Bajo La Luna), de Sebastián Basualdo. No hay chances de restaurar ese vínculo roto, quizá mucho antes de que el padre se fuera de la casa. Las heridas del pasado no dejan de sangrar. Gotean dosificadas, en diálogos truncos que sugieren los fragmentos de una totalidad deliberadamente escamoteada. La ex esposa, la madre de Lautaro, es el verdadero blanco. “Puta es la palabra”, escupe Francisco la frase que cifra al macho dolorido por la infidelidad. Como si fuera el segundo capítulo de una novela sobre el discurso amoroso y las relaciones de pareja, en “Conversación”, el relato contiguo, emerge la voz de la madre, una voz que para Lautaro resulta agresiva. Además de que él es muy joven todavía para entender algunas cosas, la madre le recrimina el hecho de que no deja de ser un hombre también. “Yo quise hablar, pero él nunca más quiso verme”, intenta justificarse ante los reclamos de un hijo que se anima a juzgar a su madre. Y a su padre “postizo”, como comprenderá el lector al final de ese segundo cuento que repone la información eludida del primero.

La docena exacta de breves e hipnóticos cuentos que integran Fiel compone los vectores de un universo en sintonía con la primera novela de Basualdo, Cuando te vi caer. El trío protagónico de esa novela –madre, padre “postizo” e hijo– continúan capitalizando los réditos de un universo familiar complejo, lejos de la postal armónica, ideal y tranquilizadora que supo construir para la generación del escritor, los nacidos a fines de los años ’70, la serie La familia Ingalls. El fantasma de la guerra de Malvinas sobrevuela nuevamente –de un modo más tangencial– en uno de los cuentos, “Fotografía”, donde aparece la foto de Francisco con el chaleco salvavidas de color naranja cubriéndole por completo el tórax y la tira de un casco verde abrochado a un mentón rígido. Si en la novela Lautaro revisa los mitos y construcciones heroicas del lenguaje con las que se educó, los cuentos cuestionan el andamiaje de un discurso machista que está en los cimientos de la educación sentimental del protagonista. “La fidelidad o infidelidad dependen del cristal con que se mira la cuestión; parecen textos machistas, pero en el fondo hay una crítica a ese machismo”, subraya Basualdo a Página/12.

“Si uno habla de fidelidad, está hablando de una cultura que está ligada al lenguaje y al modo en que percibimos el amor; cómo el hombre se relaciona con el amor y qué prácticas le están permitidas socialmente al hombre, pero a la mujer no. Si el hombre tiene muchas mujeres, es un ganador. En cambio, la mujer que tiene más de un hombre es considerada una puta. La misma acción llevada a cabo por el hombre se festeja en nuestra cultura, pero en la mujer es castigada y se le pone una etiqueta pesada. La crítica al machismo no aparece sólo por este lado, sino también por cómo vivimos el amor, qué relación tiene el hombre con la mujer como posesión, como objeto –plantea el escritor y profesor de literatura en escuelas secundarias–. Cuando la mujer es infiel, parece que al hombre lo destruye por completo. Pero habría que ver en qué sentido lo destruye, porque la fidelidad o infidelidad no prueban absolutamente nada con respecto al amor. Lo que sí demuestra, quizás, es el modo en que somos educados –desde el psicoanálisis, el judeocristianismo y el marxismo– en un sentido del amor como anulación del otro. En la posmodernidad, ¿hablar del amor es ser fiel? ¿La fidelidad tiene que ver con el amor?”

–¿Y qué le parece a usted?

–La fidelidad no tiene que ver con el amor; en todo caso debe brotar naturalmente y no puede ser algo impuesto. Cuando uno se enamora de alguien, se construye todo un cosmos alrededor de esa persona y entonces no habría necesidad de estar con otro... me parece. Escribí estos cuentos para pensar, pero no estoy tan seguro (risas). Cuando uno le dice a alguien que va a amarlo para toda la vida, le está mintiendo; está recurriendo a una frase hecha. El tema es que después hay que ser consecuente con esa frase...

Una sombra de duda cruza por el rostro de Basualdo. Las estampidas de la palabra fidelidad producen una vacilación, pero al mismo tiempo proporcionan un puñado de certezas por la negativa. “En estos cuentos se percibe la imposibilidad de hablar, de contar, como si las palabras no pudieran entrar en ciertas zonas, como si estuviera prohibido decir ciertas cosas”, explica el escritor. En el relato “La soledad del último hombre”, un rencoroso sentimiento de culpa se impone. El hombre abandonado no le tira el fardo a la ex mujer. En un encomiable ejercicio de introspección, rebobina la película de esa relación para dar con el momento en que ella dijo que se iría. “¿Dónde había estado yo todo ese tiempo?”, se pregunta. “De pronto, todos aquellos días de silencio empiezan a pesarme. Una valija del tamaño de mi egoísmo repleta de tardes y noches en que me negué a escucharla para encerrarme en mi vida como un escapista encadenado a su especulación: no sería capaz de irse.”

–¿Por qué aparece un interrogante en torno de la paternidad de esos hombres heridos y abandonados?

–Me interesaba pensar en las familias ensambladas y cómo se va construyendo la paternidad como un ejercicio. La paternidad se define en su acción. El padre tiene que justificar constantemente su rol. No sé si con la madre es igual porque entran otras cuestiones mucho más complejas, incluso el lenguaje. Hablamos de lengua materna, pero nunca pensamos en la lengua paterna.

–¿Qué reflexión le merece el hecho de que en varios de los cuentos de Fiel, por ejemplo en “Conversación”, las mujeres tienen asumido el discurso machista?

–John Berger, en uno de los ensayos de Modos de ver, hace un análisis muy interesante de la mujer dentro de la sociedad. Berger reflexiona sobre cómo la mujer es machista por haber sido criada en un universo masculino. La mujer se mira a sí misma como objeto a ser contemplado por haberse educado en el canon de un mundo pensado para los hombres. En ese ensayo, Berger dice que el “yo” de la mujer estaría dividido en dos: examinante y examinada. El examinante es la mirada masculina que la mujer tiene dentro y que le dice al “yo” femenino cómo debe comportarse frente a los demás. Es importante observar la representación social de la mujer que se hace en las publicidades; son mujeres a las que lo que más les interesa es limpiar un triciclo con Cif. En la televisión no hay mujeres inteligentes. La representación de la mujer está ligada a todo lo que tenga que ver con la limpieza, incluso si aparece la mirada masculina es como una especie de Dios: Mister Músculo (risas). También aparece la mujer que vale por el cuerpo que tiene, la “mujer objeto” contra la mujer ama de casa. Estas representaciones son lo que la sociedad piensa; ahí está lo peligroso. Cuando se criticó a Cristina Fernández, no se lo hizo desde el lugar de presidenta, sino desde el insulto machista. Se le dijo “yegua”. Esa es la mirada masculina dominante que yo cuestiono.

–Hay un relato, “El silencio”, profundamente perturbador, sobre un chico que dibuja en el aula una cruz esvástica sin saber lo que está haciendo, que tiene ecos con “El lector”, de Schlink. Como profesor en escuelas secundarias, ¿le pasó algo parecido?

–En el ejercicio de dar clases, recuerdo que una vez entré en un curso y vi en varios bancos cruces esvásticas. Estoy hablando de chicos de 14 años. Un día les pregunté si sabían qué era. Me decían que era algo malo, que podía molestar a alguien, pero no sabían realmente. Nuestra sociedad confunde lo que es el conocimiento, el saber y la información. Quizás en este cuento se explicita parte de esa ignorancia muy de los ’90, en la que sí entra mi generación. La generación del ’90 fue de una frivolidad absoluta, de un vacío total de discusiones de todo tipo. Fue un momento muy cínico en el que se impuso la idea de que todo tiene que ser fácil, rápido y divertido. Y eso tuvo consecuencias: estudiar tiene que ser divertido; leer tiene que ser divertido y fácil. Esa es la herencia que dejó el menemismo; pero ese discurso cínico hoy no puede sostenerse.

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