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Lunes, 21 de febrero de 2011
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Entrevista con el escritor Washington Cucurto

“Si pudiera escribir todo lo que pienso, no lo publicaría”

En su nuevo libro de relatos, Hasta quitarle Panamá a los yanquis, el autor sigue mostrando ese mundo marginal del que la literatura argentina está cada vez más lejos. Cucurto homenajea a Jorge Asís y persevera con su combo de sexo y bares de mala muerte.

Por Silvina Friera
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Cucurto es uno de los principales impulsores de la cooperativa Eloísa Cartonera.

“¡Cómo les explico, señores, lo que es una cartonería en Buenos Aires!” En el barrio de La Boca –viernes por la tarde– garúa finito. Al compás del agua, que clarea el ánimo, un puñado de trabajadores pinta tapas y recorta el cartón. Al grandote de remera amarilla, un boxeador en reposo fuera del ring de sus páginas desmesuradas, se le ablandan las mandíbulas. El gesto de admiración en las cejas de Washington Cucurto confirma un verso que escribió sobre la cooperativa que fabrica los libros “más lindos” que vio: “No hay palabras para semejante despropósito de amor”. La consigna de estas hormigas laboriosas es concretar los sueños: tirar del mismo carro, juntos. Desde noviembre, la muchachada está aprendiendo la faena de la “agricultura popular” en la huerta de Florencio Varela, una hectárea que compraron para cosechar acelga, zapallitos, albahaca, perejil y maíz. Los ojos de Cucurto pedalean contra el cansancio de ponerles el cuerpo a tantos proyectos. La ficción entendida a pie juntillas de su autoproclamado “realismo atolondrado” continúa surtiendo un combo irreverente de cumbia más sexo y dominicanas y paraguayas –en sucuchos y barsuchos proletas de Constitución– en los relatos de Hasta quitarle Panamá a los yanquis (Emecé). El artificio Cucurto –polémico, desfachatado, provocador hasta el paroxismo– poco y nada tiene que ver con el padre de esa criatura, el hombre morrudo y de hablar vacilante –como si la timidez metiera la cuchara en su boca– que nació hace 37 años como Santiago Vega.

En el primer relato, “El rey de la cumbia”, una voz reconocible, familiar para el lector de Cucurto, se impone con la fuerza de un tsunami. “Oh, dónde estás mi amada de esta noche, agitadora de caderas, dónde está tu culo portentoso chocando con otro gigantesco al son viroso de la cumbia, a dónde están tus pechos apretados por la camisa de un machote. ¡Oh, reina de Constitución, ya voy a tu encuentro, acalorado y borracho y la pinga al palo!... Ay, qué necesidad inaplazable, incorregible, de mover todo, de entristecerse por las letras de la cumbia villera, que retratan nuestra vida, que son gota de sangre en nuestras vivencias y sensaciones...” Tomar al pie de la letra esta cita o cualquiera llevaría al pecado de la lectura literal. El escritor parece cumplir el refrán: el que ríe último, ríe mejor. En la solapa de Hasta quitarle Panamá a los yanquis, Humberto Anachuri, crítico y electricista paraguayo, lo celebra y desmiente. Le da con un garrote. “No conocía Constitución antes de leer este libro y me han entrado unas ganas locas de no ir –confiesa el paraguayo–. El mundo de la bailanta no es así. Los paraguayos no somos así. La vida no es así, ni las mujeres son tan fáciles. Y supongo que tampoco Buenos Aires será como la cuentan acá.” Anachuri insiste. “No hay dudas de que el tal Cucurto (...) muestra la hilacha como si nos mostrara sus gigantescos testículos llenos de semen. Nos toma el pelo, con su aire sarcástico y convencional.”

Apenas dura un suspiro. La risa cortita y socarrona de Cucurto sugiere a Página/12 que “nadie puede creerle ni una sola de las muchas palabras que pronuncia” –el personaje– en las páginas de sus libros. En los relatos “más cumbiancheros” –los que pueden asombrar a nuevos lectores, aunque más previsibles para los que siguen subibos al tren cucurtiano–, el escritor muestra un mundo que antes no estaba en la literatura argentina. Excepto en los márgenes, pero nunca en el centro de la narración. “Olvidemos que somos viejos aunque tengamos veinte años”, dice el arrebatado narrador, como si una chispa reflexiva fuera necesaria para rebajar, por unos segundos, tanto fuego. “Por la situación en la que viven muchas personas –plantea Cucurto– cuando llegan a los 20, o menos, ya son viejos. Yo no me siento reflejado en esa frase, pero muchos jóvenes que viven en la miseria están quemados, sin futuro.”

–¿Las letras de la cumbia son tristes, como se afirma en uno de los relatos?

–Sí, son muy tristes; reflejan el drama de una clase social y cómo viven; por eso también tienen tanto éxito y la gente se siente identificada con las letras. Hay un drama, una forma de vida que, casi siempre, refleja una situación de-sesperada.

–Pero en general se suele asociar a la cumbia con la alegría, la fiesta, ¿no?

–Las letras son tristes; la música es para bailar. La mayoría de las letras de Rodrigo o de La Mona Jiménez son tristísimas, como “El federal”, de La Mona. No soy especialista en letras de cumbia, me gusta más bailarla. Creo que la mayoría de las letras del cancionero popular, no sólo la cumbia o el cuarteto, el tango también, son trágicas. La cumbia es trágica y el cuarteto más aún...

Una silenciosa burbuja de penumbra instala el silabeo de esa palabra asociada al teatro griego. Cucurto esquiva la tristeza que destila “El federal”, esa letra que condensa el drama del reencuentro de un padre policía con su hijo, al que abandonó recién nacido. “Se miraron frente a frente/ en sus ojos había fuego/ una ráfaga en la noche/ un chico delincuente cae muerto al suelo/ Pero mirá, mirá, mirá/ Qué ironía/ Un hijo ladrón y un padre policía/ Son las cosas que duelen y tiene la vida/ La rueda del destino gira que gira...” Es cierto: esa letra pone la piel de gallina. Cucurto escribe lo que le gustaría leer. Sin importarle que algunos se puedan espantar cuando reivindica algún nombre que provoca escozor en el establishment cultural biempensante. Las capas necrosadas de prejuicios han generado una especie de “nuevos malditos” o prohibidos. En “Flores robadas o el escritor al que nadie lee” homenajea a Jorge Asís. El protagonista de este relato quiere recuperar los libros del autor de Los reventados en las librerías de viejos y usados. “¡Dios me libre, a ese chanta ya nadie lo lee, muchacho!”, le contesta un librero. “¡A quién se le ocurre, un libro del Turco! –agrega–. ¿No serás vos un fachito como el chanta ése!”

–¿Por qué Asís?

–Soy un admirador de Asís, me gusta lo que escribe, tengo una influencia grande de él, me parece un escritor muy bueno. Me gustan mucho sus cuentos; las novelas, también. Ese relato es una parodia de todo lo que le puede pasar a un escritor, de lo que pasa con los libros. Como lector de Asís, me interesa que se lea la obra de un autor que muchos lectores jóvenes no conocen; entonces pienso que este relato es una linda manera de volver a leer a un escritor que vale la pena. Después el cuento es una picaresca; nada importante.

–Son pocos los que dicen en voz alta que hay que leer a Asís, ¿no?

–Me parece que Asís es admirado por los escritores, pero no lo dicen por miedo a quemarse (risas). Creo que en el fondo todos los escritores admiramos a Asís... por lo menos todo narrador que le interese escribir una buena historia debería leerlo. Me interesa el desparpajo, el humor, aunque también me parece un autor muy sentimental. Me gusta la combinación de todos esos elementos. Es un escritor moderno con matices y variedad.

La garúa afloja por un rato. En la cartonería, como recién salidos del horno, están El tractor y otros poemas urgentes, el último poemario de Cucurto; Crucero ecuatorial, de Diana Bellessi, y Uruguayita (romancerito), de Manuel Podestá. “¡Cómo iba imaginar Gabriel Chepenekas que lo iban a garcar de semejante manera!” Así comienza el relato “El combinado de dramaturgos”, en el que Cucurto se burla sin anestesia de ese equipo que integró junto con Bernardo Cappa, Santiago Gobernori, Matías Feldman y Rafael Spregelburd (“Rata de primavera” o “Rafa Spring”, según los apodos cambiantes que asume en el relato, entre otros). “Mientras las escuelas se caían a pedazos y los hospitales no tenían ni gasas, el Gobierno de la Ciudad pagaría 18 pasajes de avión para llevar a unos dramaturgos para jugar con su símil alemán en Frankfurt durante la Feria del libro dedicada a la Argentina”, cuenta el personaje Cucurto. Chepenekas o Chepes –tanto en la ficción como en la vida real– era el entrenador. “La idea era cagar a medio mundo con tal de viajar a Europa y jugar un partido de fútbol intranscendente en Frankfurt”, escupe el narrador. “La decisión fue grupal pero injusta por donde se la mire, fue una de las cosas más tristes que me pasaron en la vida”, agrega en uno de los pocos fragmentos donde el personaje y el escritor coinciden ciento por ciento.

Más allá de los exabruptos cucurtianos que abundan –y que constituyen la médula espinal de esta criatura de ficción–, el escritor podrá incomodar más o menos, de acuerdo con el hígado de cada lector, pero se burla y se ríe de sí mismo tanto como de los otros. “Había un divorcio eterno, un examen mal entendido, un rechazo, una fobia que era cuestión de piel, una separación inexorable entre la pelota y los muchachos del combinado de dramaturgos: apenas tocábamos la pelota ésta salía direccionada lo más lejos posible de nuestro pie teatral”, se lee en un parte de “El combinado de dramaturgos”. “Todo cuento tiene que tener algo trágico, un drama que después desencadene algo en el que lee. Puede pasar que alguien reconozca a los personajes, pero otros lectores no; entonces es distinta la lectura que cada uno hace”, aclara Cucurto.

–Hay algo que llama la atención en sus cuentos: empiezan con mucho anclaje en la realidad, pero son como trenes que en un momento se descarrilan y se van para cualquier parte.

–Sí, es cierto, me voy aburriendo, me voy cansando; pero más que cuentos yo diría que son como relatos, situaciones que comienzan pero pueden terminar en cualquier parte. Uno no desarrolla todas las ideas que piensa, lo que uno quiere; ése sería un poco el ideal del escritor: poder plasmar su pensamiento en un cuento o en un poema. Pero como no sé escribir, llego hasta acá, hasta esto... Si pudiera escribir todo lo que pienso, no lo publicaría.

–¿Por qué?

–No sé... quizá sería demasiado violento, pero con el tiempo uno va aprendiendo y tal vez pueda desarrollar más la mirada y dejar de escribir como puedo, a los tumbos (risas).

–¿Cambió su mirada sobre el kirchnerismo?

–Yo soy peronista y me parece muy bien lo que está haciendo el Gobierno; hay que apoyarlo. Cuando empezó Kirchner, no lo quería, tenía una visión muy negativa y hasta escribí algunos textos periodísticos con mucha bronca; pero después me fui dando cuenta de que estaba equivocado... la política tiene que generar eso en las personas: convertirlas. Cuando uno se da cuenta de que las cosas se están haciendo bien, tiene la obligación de apoyar. Creo que hay un cambio, y esperemos que haya una transformación más profunda. La realidad me fue mostrando los cambios; no me encerré en mi idea, vi lo que sucedía, los hechos concretos: el apoyo a las Madres de Plaza de Mayo, a los movimientos sociales, la Asignación Universal por Hijo, la ley de medios, Fútbol para Todos... Cristina me gusta, yo la voy a votar seguro. Antes, todo el tema del cooperativismo no existía; era muy marginal, cosa de raros. Pero Cristina siempre habla de la importancia que tiene el cooperativismo en la economía, y me gustaría que algún día pudiera visitar la cartonería. Si lee esta nota, ya sabe que está invitada (risas). Creo que en el próximo gobierno, Cristina va a hacer cambios más radicales, que es lo que necesita este país.

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