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Miércoles, 14 de septiembre de 2011
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El noruego Kjell Askildsen participa de la tercera edición del Filba

“Cuando no escribo, no soy un escritor”

Es considerado el mejor cuentista europeo contemporáneo, pero asegura que ya no trabaja porque su vista le impide empuñar la lapicera: “No puedo dictar los cuentos porque ése no es mi procedimiento”. Y considera que los talleres literarios son un verdadero disparate.

Por Silvina Friera
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“Soy consciente de mi literatura, sé que mis cuentos son buenos”, afirma Askildsen.

El mundo ya no es lo que era. Lo dice el narrador de uno de los relatos de Kjell Askildsen, un hombre de “ochenta y muchos” años que decide visitar a su hermano. El escritor noruego, considerado el mejor cuentista europeo contemporáneo, no parafrasea a sus personajes, tan certeros a la hora de lanzar frases afiladas por el desasosiego vital. “Uno puede tener tanto miedo que no le salga ni un sonido.” “Cada vez que me encuentro con alguien, me siento más solo que antes.” “Somos flechas disparadas del vientre de nuestra madre, y aterrizamos en un cementerio.” Los dardos del “maestro del relato breve” queman. El lo sabe. Y quizá por eso, ahora que está por primera vez en el país, participando de la tercera edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), recuerda otro fuego. Un joven de un pueblo del sur de Noruega –Mandal– publica en 1953 su primer libro de cuentos, Desde ahora te acompañaré a casa. Dos días después de ese acontecimiento que cambiaría su vida para siempre, le manda un ejemplar a su padre, el jefe de policía del lugar. El padre en cuestión llega a la casa de su hijo en el patrullero, baja la ventanilla y le dice: “Tengo que darte las gracias por mandarme el libro, pero quiero que sepas que lo quemé”.

El tono de la evocación remeda el estilo indeleble de Askildsen: economía verbal –y gestual– para acentuar el clímax de ese drama, la tensión de las llamas imaginadas, las páginas chamuscadas, el rencor y la rabia agazapados en la mirada. “Mis padres eran muy religiosos y había unos párrafos de mucho erotismo; supongo que fue demasiado para ellos. Era lógico: yo también estaba en confrontación con el mundo de mis padres”, revela el escritor noruego a Página/12.

–¡Qué fuerte quemar un libro!

–Y fue justo después de la guerra; sabían lo que significaba quemar libros conociendo la historia reciente de los alemanes. En la biblioteca de mi pueblo prohibieron Desde ahora te acompañaré a casa. En el consejo de la biblioteca, integrado por siete personas en un pueblo de 3000 habitantes, seis miembros votaron que no se podía prestar el libro. Lo tenían, pero no lo prestaban.

–¿Y en las librerías?

–Al principio estaba en todas las librerías, pero muchos de los cristianos que compraban libros amenazaron a los libreros: “Si no desa-parece ese libro, no seremos sus clientes”. Entonces lo sacaron de los estantes, aunque lo siguieron vendiendo.

A Mandal, el pueblo donde nació Askildsen en 1929, lo llamaban “el cinturón de la Biblia” o “el país oscuro”. El mundo ya no es lo que era. Y sin embargo, cada página de los Cuentos reunidos del escritor noruego, publicados por Lengua de Trapo, sacude al lector. Lo quema. Fogwill, a cargo de la edición y el prólogo, apunta directo al blanco. “Puede narrarlo todo y de la mejor manera con personajes sin rostro ni más rasgos físicos que el detalle indispensable, con nombres que se olvidan de inmediato, sin tonos de voz; representando diálogos reducidos al mínimo y muy a menudo sin saltos de párrafo ni comillas; con emociones transmitidas por una palabra o por un impulso a actuar; con climas y estaciones indicadas apenas por la luz o por ínfimas señales del cuerpo o del espacio natural; con tragedias resumidas por la simple evocación de una imagen visual y un clímax erótico logrados por el leve desplazamiento de una mano, o con odio significado por el movimiento de un cuerpo que sale a prender un cigarrillo. Con semejante material ha podido crear un mundo. Su mundo: algo que invita a ser revisitado para recuperar la noción de ficciones verdaderas.”

Quizás este tímido confeso tenga, a los 82 años, un as en la manga para afrontar las entrevistas, una materia que siempre que puede trata de evitar. “Empecé a escribir porque no sabía hacer otra cosa; era y sigo siendo tímido –advierte–. Tenía una necesidad de expresarme a través de la escritura, la única manera en que podía concentrarme en mí mismo y tener a la vez un contacto social. Aunque sé que suena pretencioso, veo cada uno de mis relatos como piezas de arte. Soy consciente de mi literatura, sé que mis cuentos son buenos. No tengo necesidad de preguntarle a alguien antes de publicarlos.” Amable y austero hasta cuando aflora la vanidad, el escritor no-ruego cuenta su método. “Sólo escribo cuando puedo, en algunos períodos de mi vida. Cuando no escribo, no soy un escritor”, subraya el autor de Ultimas notas de Thomas F. para la humanidad. El punto de apoyo del poderoso edificio narrativo que ha construido Askildsen son las oraciones; irrumpen unas tras otras, desmenuzando las tensiones filiales –entre padres e hijos y entre hermanos–, el tedio cotidiano, la soledad y fragilidad, el óxido de vínculos de parejas que se traducen en rutinas anodinas. “Siempre la oración que sigue tiene que llevar adelante la historia –explica él–. Casi nunca borro algo, sólo a veces puedo sacar la última oración si no continúa en la línea de pensamiento de la anterior, para que el sentido del relato sea compacto. Demoro mucho cuando escribo, por las noches y con mi lapicera, porque nunca pude hacerlo en una máquina de escribir y menos en una computadora. El proceso es eficaz, pero lento, tal vez por eso he publicado relativamente poco.”

–Este plan tan minucioso, oración por oración, ¿implica que ya sabe lo que ocurre, cómo termina una historia?

–No, al contrario, no sé qué va a suceder en la próxima oración hasta que termino la última. Nunca sé cómo va a seguir el cuento ni cómo va a terminar. Para mí es muy importante no revelar demasiado sobre los personajes, sobre sus aspectos físicos, salvo que no puedan caminar o tengan algún defecto; en general utilizo pocas descripciones. Si como autor doy demasiados detalles, le quito la posibilidad de imaginárselos al lector.

–Lo más importante no es tanto lo que se narra, sino lo sugerido, lo no dicho. ¿Es algo que estuvo desde el principio o lo fue adquiriendo con eso que se suele llamar “oficio”?

–Quizás es algo que fui trabajando con el tiempo, pero siempre estuvo en mis comienzos como preocupación. Empecé a escribir en los años ’50 y uno de los que me hizo el escritor que soy fue Hemingway con sus relatos. Después no tuve ningún otro ídolo. Ninguno.

–¿Chéjov no fue una influencia? Hay una tenue pátina de melancolía en sus cuentos que se podría asociar al escritor ruso. También por los diálogos, aunque la comunicación sea más bien absurda y errática.

–Me encanta leer a Chéjov, pero no creo que haya sido una influencia. No sé si hay melancolía en lo que escribo; más bien es “oppgithet” (noruego), que sería la pérdida de la esperanza, el desa-liento o el desánimo. Lo que comparto con Chéjov, sin dudas, es el trabajo con lo no dicho. Casi nunca hay una buena comunicación en mis cuentos; es una observación pertinente. Muchas veces hay una ruptura en los diálogos, no porque los personajes necesariamente se peleen y terminen a los golpes. En algunos diálogos entre parejas que llevan muchos años juntos, hay como una maldad suave. Pero nunca esa maldad es fuerte o agresiva.

Lejos de cultivar la demagogia borgeana que cunde por estos pagos, Askildsen se anima a decir aquello que muchos otros escritores esconden bajo el manto de la corrección. “Borges no es para mí. No quiero ofender, no estoy afirmando que sea un mal escritor, simplemente no me interesa. No soy ese tipo de escritor intelectual que era Borges.” Jamás dictó un taller de escritura. Lo confirma meneando la cabeza, como si la empresa se tratara de un disparate. “No creo que se pueda enseñar a escribir y menos con mi método; aparte no conozco a nadie que escriba a mano. Ahora se publican muchos más libros que cuando aparecieron mis primeros cuentos. Hoy día quizás haya unos veinte nuevos escritores noruegos cada año, que han aprendido a escribir tomando cursos de escritura creativa. Pero creo que la mayoría no debería haber publicado nada.”

–¿Por qué hace más de una década que no puede terminar de escribir lo que empieza, como declaró en una entrevista?

–Casi he perdido la vista, veo un poco de lejos el espacio, pero no puedo leer ni escribir. No escribo porque no veo bien y no puedo dictar los cuentos porque ése no es mi procedimiento. No puedo escribir si no tengo una lapicera en la mano. Mi mano es el principal instrumento, ¿suena tonto?

–Más que sonar tonto, genera tristeza...

–Sí, es muy triste... Tenía una mejor vida cuando podía escribir. Pero ya ve: estoy bien. La vida es así...

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