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Jueves, 20 de octubre de 2011
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Eduardo Berti es el ganador de la 51ª edición del Premio Emecé

Explorador de fina estampa

La novela El país imaginado, del escritor argentino radicado en Madrid, fue elegida por unanimidad entre las 243 obras presentadas al concurso. Es una ficción ambientada en las primeras escaramuzas entre China y el imperio japonés durante la Segunda Guerra Mundial.

Por Silvina Friera
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“Me gusta la literatura que indaga el frágil equilibrio entre lo universal y lo singular”, señala Berti.

La imaginación, tan caudalosa como incesante, no tiene límites. La realidad podría ser el sueño de un demiurgo desvelado por un llamado telefónico. Eduardo Berti, explorador de fina estampa del frágil equilibrio entre lo real y lo imaginario, es el ganador de la 51ª edición del Premio Emecé de Novela con El país imaginado, una ficción ambientada durante las primeras escaramuzas entre China y el imperio japonés durante la Segunda Guerra Mundial, narrada por una adolescente china cuya familia, tradicionalista, asiste a la agonía de la abuela, eje emocional y mental de toda la casta. Como si los tiempos verbales se agitaran en un remolino regido por el azar, en el Museo Metropolitano el presente de la ceremonia de entrega de este galardón dotado de 30 mil pesos no fue otra cosa que una partícula del pasado eyectada al futuro. Las palabras de agradecimiento del flamante ganador, que reside desde 2008 en Madrid, llegaron a través de un video. “Mientras ustedes están allá, yo voy a estar acá, seguramente durmiendo, soñando tal vez con esto mismo que está ocurriendo ahora. Y no me parece tan inapropiado, tratándose de una novela donde los sueños y las fronteras imprecisas entre la realidad y lo imaginado son tan importantes –dijo el escritor–. Estoy muy contento y me voy a seguir durmiendo, más contento que antes.”

La novela premiada, que estará en las librerías de todo el país el próximo mes, fue elegida por unanimidad entre las 243 obras presentadas en el concurso. Los miembros del jurado, integrado por Claudia Piñeiro, Leopoldo Brizuela y Pedro Mairal, hilvanaron una urdimbre de elogios para fundamentar su elección. El país imaginado es “una novela bella por su prosa, por el mundo en el que nos permite sumergirnos, por los personajes que nos presenta –destacó Piñeiro–. Con una escritura impecable, Berti nos cuenta una historia que no nos será posible olvidar. Una de esas que acompañan para siempre.” Mairal subrayó la “maestría de un estilo exacto y suave, con pleno dominio narrativo, combinado con el pudor y la sensualidad” de una trama que revela “cómo la flor secreta de una vida se abre paso entre las piedras más duras de la tradición”. Brizuela aseguró que “desde la primera línea, quedamos presos del encanto de una voz inolvidable, segura y delicada a la vez, intensamente conmovedora; y vamos recibiendo el regalo de un mundo y de una historia extraordinaria, como si escucháramos, de pronto, el más inesperado y hermoso de nuestros propios secretos”.

Antes de cumplir la promesa de continuar durmiendo, Página/12 ataja al escritor en su departamento en Madrid, casi con un pie en la cama. “En general me pasa que primero tengo una idea, una historia, y que esa idea impone un lugar y una época. Ya me ocurrió con Agua y con La mujer de Wakefield, sobre todo. Acá, de nuevo, el viaje es doble: otro país y otra época. Supongo que eso ya empieza a ser una especie de sello personal, pero no lo hago a propósito ni con una especie de programa”, aclara. Berti comenzó a leer varios libros clásicos, viejos cuentos de fantasmas y textos que retratan las supersticiones del gigante asiático, desde que su mujer decidió estudiar chino, hace unos seis años. “La cultura china es muy supersticiosa y, curiosamente, muchas de las supersticiones tienen que ver con homofonías: con dos palabras que suenan casi igual, salvo, a menudo, un matiz tónico –repasa el ganador del Premio Emecé–. En un momento leí acerca de la escritura secreta de las mujeres, llamada nu-shu, y eso me fascinó. Resulta que en la antigua China las mujeres tenían prohibido escribir, entonces remediaron el asunto, burlaron la ley, inventando un sistema paralelo que, a los ojos de los hombres, eran simples líneas de bordado en un almohadón o en una tela. Pero esos bordados comunicaban palabras, esos signos conformaban una lengua. Otra cosa que me fascinó fue la práctica de las llamadas bodas fantasmas, en las que un vivo se casa con una muerta. Todo esto me fue disparando una historia que no pude ni quise ambientar en otro sitio.”

La narradora de El país imaginado no tiene nombre. “Su gran amiga –la chica que ella idolatra, Xiaomei– la llama Ling, pero esto se debe a un error –anticipa Berti–. Xiaomei entiende en un momento, al comienzo de su vínculo, que la narradora se llama Ling y la narradora decide no corregirla porque le gusta que su amada Xiaomei la llame de otra manera, le gusta tener un nombre especial para esa persona especial. En verdad, nunca se dice el nombre de ninguno de los miembros de la familia; ellos son el padre, la madre, el hermano y la abuela. Todos los demás personajes, en cambio, sí tienen nombre.” La llamada Ling, entonces, es una adolescente que tiene 14 años. Trabajar la voz de esa joven fue “fascinante” para el escritor. “Me habitó literalmente durante meses, como si me dictara su vida, su historia. Toda la novela tiene, en la superficie, algo de antípoda: China, cien años atrás, primera persona femenina, edad temprana. Pero detrás de ese supuesto y real distanciamiento, el libro habla de cosas totalmente próximas y familiares. Me gusta la literatura que indaga el frágil equilibrio entre lo universal y lo singular, como también entre lo real y lo imaginario”, admite el autor de Todos los Funes, novela finalista del Premio Herralde 2004.

En las páginas de El país imaginado China no es un país ciento por ciento real. “No me interesó escribir una novela de documentación histórica, pero al mismo tiempo me documenté con absoluta libertad, una especie de ‘documentación poética’ –comenta Berti–. La abuela de la narradora, un personaje muy importante, dice que la muerte es para ella un país imaginado. Y la narradora siente que, en su caso, es al revés: que toda la vida que ella tiene por delante es otro país imaginado.” ¿Qué sucede cuando una tradición es puesta en cuestión? ¿Cómo se vive ese momento bisagra en que se quiebran ciertas certezas y se vislumbran los cambios? “Como lector y como escritor, me gusta que haya una tensión entre las convenciones o convicciones y lo inesperado, lo imprevisto, lo que viene a romper lo que se considera ‘normal’ –afirma–. Puede ser que en mis cuentos esto aparezca más a menudo con un ropaje fantástico. En mis novelas, en cambio, me parece que se plantea por medio de otras formas y estrategias de extrañamiento o desfamiliarización. Pero ya sabemos que el autor no es el mejor parado para analizar sus libros.”

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