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Viernes, 2 de diciembre de 2011
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Nicanor Parra, ganador del Premio Cervantes 2011

Justicia para el antipoeta

El autor chileno de 97 años, hermano de Violeta Parra, obtuvo el máximo galardón de las letras hispanas. “La vocación de escribir poesía es más exigente que otros géneros”, destacó Angeles Gonzales Sinde, ministra de Cultura española.

Por Emilia Erbetta
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“La antipoesía no es otra cosa que vida en palabras.”

Para Nicanor Parra recibir premios no es nuevo. Conoció el sabor del reconocimiento demasiado temprano, en 1938, cuando Cancionero sin nombre, su primer libro, recibió el Premio Municipal de Santiago. Ayer, setenta y tres años después de esa obra, que él mismo definió como “un pecado de juventud”, el Ministerio de Cultura español lo anunció ganador del prestigioso Premio Cervantes, el mayor reconocimiento de las letras hispanas. Poeta de la contradicción, como alguna vez se definió, prefirió estudiar matemáticas y no literatura.

Con la antipoesía, incursionó en un lenguaje más democrático y sacó los versos a la calle: “La antipoesía tiene que ver con la ciencia, pero también con otras cosas que no son la ciencia, con la religión, y con el deporte. Yo trataría, entonces, de permitir que se abrieran puertas y ventanas, de manera que la realidad entera se incorpore a la academia”, proponía en una entrevista que le realizaron en la Universidad de Chile en 2001, cuando la casa de estudios lo postuló por primera vez para el Premio Nobel. Lo importante, aseguraba, “es la vida diaria, el sentido común, el renunciar a las especulaciones abstractas”, huir, como en su antipoema “La trampa”, de “las escenas demasiado misteriosas / Como los enfermos del estómago que evitan las comidas pesadas/ Prefería quedarme en casa dilucidando algunas cuestiones / Referentes a la reproducción de las arañas”.

Parra nació en San Fabián de Alico, un pueblo precordillerano al sur de Santiago de Chile, en 1914. Atrapado por la poesía del español Federico García Lorca, a los 24 años publicó su primer libro (ese del que después renegaría) y no volvería a editar hasta 1954, cuando con Poemas y Antipoemas comenzó a “crear vida con palabras”. Se lo contó a otro escritor, el uruguayo Mario Benedetti, que lo entrevistó en 1969 para la revista Marcha, cuando Parra acababa de ganar otro premio, el Nacional de Literatura de Chile. “Me pareció que la clave de todo el problema estaba en la palabra vida y la antipoesía no es otra cosa que vida en palabras”, aseguró Parra en esa ocasión. “El lenguaje escrito es una creación del hombre, es una experiencia humana y en cierta forma también es vida; de manera que los propios libros no están descartados de la antipoesía. Al contrario, alguien ha dicho por ahí que la antipoesía es una síntesis de lo popular y lo sofisticado.”

En 1988 participó del Frente Amplio de Intelectuales por el No, que se conformó cuando el general Augusto Pinochet convocó a un plebiscito de reafirmación. El dictador perdió y tuvo que convocar a elecciones para el año siguiente. “Yo estoy en la línea democrática, por razones de supervivencia, no por las viejas razones de la cuestión social. Esta debe repensarse en términos de supervivencia”, explicaba el antipoeta ese mismo año. El nombre de Parra empezó a sonar entre los españoles recién en 2001, cuando se presentó en Madrid la exposición Artefactos Visuales, una “anti-instalación” en la que yuxtaponía palabra, imagen y objeto para criticar el consumismo y la globalización. Cuando le tocó anunciar la decisión del jurado, la ministra de Cultura de ese país, Angeles Gonzales Sinde, destacó el hecho de que Parra, que apila 97 años, pueda recibir este reconocimiento en vida y recordó que “la vocación de escribir poesía es más exigente que otros géneros”.

Antes de que llegara el Cervantes, premio canónico por definición, el antipoeta ya se había metido por la ventana en esa academia a la que desde hace más de 70 años quiere ventilar. En 1991 recibió el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, y en 2001 se consagró con el Premio Reina Sofía de Poesía. Las universidades chilenas reforzaron esta legitimación internacional cuando le entregaron la Medalla Abate Molina de la Universidad chilena de Talca (1998), la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile (1999), el Premio Bicentenario de la Universidad y la Corporación del Patrimonio Cultural chilenas (2001).

Es el tercer escritor chileno en recibir el galardón español, que antes le fue entregado a Jorge Edwards en 1993 y a Gonzalo Rojas en 2003. Aunque estaba cantado que este año el premio tenía nombre latinoamericano, porque en 2010 lo ganó la ibérica Ana María Matute y es tradición que unos y otros se alternen año a año para ganarlo, una vez que fue anunciado el fallo y la noticia recorrió el mundo, se detuvo en Guadalajara, donde en estos momentos se celebra la Feria Internacional del Libro (ver páginas 30/31). Ahí se enteró el editor Jorge Herralde, dueño de la editorial Anagrama, que celebró la consagración del antipoeta y consideró que “es uno de los mejores premios Cervantes que se han dado y debería haberlo ganado antes”.

Hermano de Violeta Parra, la cantautora popular más importante de Chile, terminó por convertirse en símbolo de poesía chilena en todo el mundo y hoy comparte panteón con Pablo Neruda, Gabriela Mistral, César Vallejo y Vicente Huidobro, los poetas a los que su literatura venía a derruir. Cuando en 1969 acababa de ganar el Premio Nacional y Benedetti le preguntaba sobre los riesgos de la monumentalización, Parra contestaba que el verdadero peligro era exagerar en los aciertos y creer que lo “hecho está realmente bien e insistir en esa línea y subrayar demasiado algunas direcciones”. Cuarenta y dos años después, queda ver qué le queda por hacer y por decir al antihéroe de la poesía chilena.

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