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Lunes, 24 de septiembre de 2012
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Entrevista con el escritor mexicano Guillermo Fadanelli

“El ser humano siempre se acostumbra a lo peor”

El autor de ¿Te veré en el desayuno? y Mariana constrictor, entre otros títulos, dice no tener un programa literario, pero sí reconoce las líneas generales de lo que escribe: “La insatisfacción, el desasosiego, la desconfianza y el apartamiento”. Un nihilista auténtico.

Por Silvina Friera
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“Me interesan los escritores cuyas obras son contradictorias”, dice Fadanelli, que pasó por el Filba.

Los ojos de Guillermo Fadanelli parecen hojas de color carbón que están a punto de desprenderse de un árbol. Quizá sea el cansancio del viaje que lo tiene sumido en un estado letárgico. Como si las agujas de su reloj biológico estuvieran acomodándose lentamente al cambio. El “jipijapa” –un sombrero panamá– pregona la diferencia: es el único de los escritores invitados al Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba) que camina por el bar del hotel con su andar distraído, ausente del alboroto. “Siempre usé indumentaria punk, lentes y gorras –cuenta–. El punk jamás pasa; es un espíritu que nunca se muere. Ahora me siento mejor usando sombreros. Lo peor que me ha pasado en mi vida es la calvicie prematura.” El narrador mexicano sonríe. La primera vez que vino a Buenos Aires, hace más de quince años, le trajo varios ejemplares de la revista Moho a Enrique Symns, director de Cerdos & peces. “Nuestro grito de batalla era: ‘Pienso, ergo me rasco el culo’”, recuerda el autor de ¿Te veré en el desayuno?, Hotel DF y Mariana constrictor, entre otros títulos, en la entrevista con Página/12.

El padre de Fadanelli conducía un trolebús. “Recuerdo que lo acompañaba de niño y cobraba el boleto. Así recorrimos buena franja de la Ciudad de México, desde Ciudad Universitaria hasta el Palacio de los Deportes”, repasa este apóstol del nihilismo que no ceja en construir “bombas de tiempo” de asombrosa eficacia narrativa. Un ejemplo cabal podría ser ¿Te veré en el desayuno?, reeditada por Almadía, donde cuatro personajes aparentemente sin ambiciones –memorable Cristina, una prostituta orgullosa de su lenguaje, la única arma que tiene para defenderse de los canallas– persisten en la tentativa de pulsear cuerpo a cuerpo con el torbellino de desdichas de la vida cotidiana. Como si la felicidad fuera un estado escurridizo que apenas se puede arañar. Que siempre está en otra parte. “Mi madre, que no había tenido estudios, me enseñó a leer y a escribir antes de entrar a la escuela. Mi amor por el autodidactismo proviene de haber tenido una madre autodidacta, pero elegante. Sin educación, pero sensible a las artes. A menudo repito que la mujer que me dio la vida me dio también las letras.”

–En ¿Te veré en el desayuno? es persistente la sensación de que se pueden “ver” a los personajes, especialmente a Cristina. El lector se los podría cruzar por las calles de la Ciudad de México. ¿Hay un proyecto literario, un afán de incluir este tipo de personajes?

–No, creo que no tengo un proyecto literario. Cada novela es un fin en sí mismo y una aventura parcial. Si bien no es una crónica, son personajes reales que he conocido en la Ciudad de México. Pero la experiencia del escritor siempre está trastrocada por su imaginación y por sus obsesiones. La elección de los personajes tiene que ver con mi carácter. ¿Te veré en el desayuno? es una frase que me espetaba mi mujer cada noche en que yo salía de fiesta (risas). La Ciudad de México, como yo mismo, en ese entonces era bastante impredecible; es una novela del sumergimiento en la ciudad y la relación de personajes que afectaron mi sensibilidad: los hombres estrictamente mediocres. Cristina es el centro de la novela: es la malicia, la lenguaraz, pero también la inteligencia de la vida cotidiana, ¿no? Es como una madre y amante al mismo tiempo. Estos personajes son, hasta cierto punto, extremadamente normales. Si eso es posible...

–Una parte de la novela transcurre en un barrio que es una unidad habitacional, una zona muy popular y quizá extremadamente “normal” en su anomalía, ¿no?

–Elegí una unidad habitacional para acentuar que somos rehenes del espacio minúsculo, de la limitación de la libertad. Estas unidades habitacionales, como la que aparece en mi novela, son una metáfora del aniquilamiento de la libertad del espacio. Por otra parte, también aparece Tacubaya, un barrio muy antiguo, lleno de callejuelas, de cantinas, muy caminable y populoso. Yo fui de niño a una escuela de ese barrio, a una academia militarizada.

–¿Una academia militarizada?

–Sí, mi padre pensó que yo era un patán –no se equivocó, por supuesto– y creyó que la única manera de meterme en cintura era en una escuela militar. Disciplina y orden, pero nunca progreso (risas). La desgracia con el ser humano es que siempre se acostumbra a lo peor. Me acostumbré... pero me hice más indisciplinado y desordenado.

–Peor el remedio que la enfermedad...

–Claro, la disciplina militar estimuló mi anarquismo y mi odio a la bandera. No tolero la autoridad y más si ésta proviene de una tradición acrítica. Soy muy caótico en mi vida cotidiana; no tengo horarios. En mi casa nunca me han robado porque los ladrones no logran encontrar una constante en mi horario. Han robado a todos mis vecinos, menos a mí. Si ya los ladrones no pueden predecir mi comportamiento, algo he logrado (risas). La libertad –perdón por hablar de una palabra tan abstracta– es una suma de límites. Para vivir en comunidad necesitamos establecer constantemente acuerdos y pensar en el otro. El otro es el principio de toda convivencia civil afortunada. No estoy en contra de los pactos entre los seres humanos ni de las reglas que las personas estipulan para sobrevivir. Al contrario: así me dejan en paz. Más bien estoy a favor de la crítica, de poner en cuestionamiento todo tipo de norma. La crítica constante sería el vehículo de mi anarquismo.

–Ese estado de crítica constante, ¿implica también una insatisfacción constante?

–Sí, por supuesto. Solamente un optimista retrógrado podría pensar que las sociedades globalizadas en las que vivimos son comunidades de bienestar. La insatisfacción, el desasosiego, la desconfianza, el apartamiento, son características generales de lo que escribo, sin tener un programa literario. Me interesan los escritores cuyas obras son contradictorias. Por ejemplo Philip Roth, que tiene novelas muy logradas y algunos fracasos totales. Me gustaría más que escribir un buen libro construir a lo largo del tiempo un conjunto de obras para ver hasta dónde es posible fracasar como escritor. Tú me preguntas acerca de un libro y yo podría decir que no estoy en ese libro. En donde podría verme como en un espejo –siempre difuso– es en un conjunto de obras y no en una sola obra. Por eso soy ateo: odio la idea de un libro como Dios. El amor a la obra de Pedro Páramo, una obra que admiro mucho, me impide sin embargo ver al escritor. No sé quién fue Juan Rulfo, sé lo que significa para mí Pedro Páramo. De ninguna manera estoy comparándome con tan grandes escritores, pero me gustaría escribir muchas obras. Y fracasar en muchas de ellas. No voy tan perdido (risas).

–En los cuentos de Mariana constrictor se percibe cierta fascinación por los personajes femeninos. De hecho, Fadanelli autor parece estar más del lado de Cristina o de Mariana que de los varones, ¿no?

–Al lado de Cristina podría sobrevivir; es una compañera de aventuras. Las otras mujeres son ilusiones. Yo soy amante del mundo femenino, me parece que los hombres son innecesarios. Tengo una gran predilección por el personaje femenino. No sé si tengo talento para narrarlo, pero soy un observador del mundo femenino. Si yo fuera boxeador, terminaría las peleas a favor o en contra en dos o tres rounds. Además soy eyaculador precoz, me interesa el relato breve. Casi todos mis relatos suceden de manera inesperada. Tengo una noción, una lejana idea de lo que escribiré, pero la llevo acabo siempre y cuando no me cause demasiado sufrimiento. Y ya está.

–Hay una frase muy significativa en ¿Te veré en el desayuno?: “la realidad nunca se encontraba en su lugar”. Daría la impresión de que sus personajes no encuentran la realidad en el lugar que esperan.

–Claro, es una frase que me hace acordar al manifiesto de (André) Breton: “la realidad está en otra parte”. Y es así: la realidad siempre se escapa. La estás esperando por la puerta principal y se va por la cocina. De allí la desazón nihilista de una novela como ¿Te veré en el desayuno? Caminas a ciegas hacia un horizonte que intuyes, pero que no sabes si existirá. Esta podría ser una atmósfera general en mis novelas. Me siento un poco pedante al hablar de “mis novelas”, pero por lo menos en ¿Te veré en el desayuno? así es... En una sociedad en que la idea del éxito, el progreso a toda costa y la acumulación obsesiva se impone, no nos hace mal un ramillete de personajes mediocres, oscuros, grises. Alguien que se aparta, que está sin estar, que observa sin molestar a los demás. Me parece que ese hombre es valiosísimo hoy en día.

–Pero esos hombres mediocres están en un estado de interrogación permanente. La mediocridad no implica que estén paralizados, sin pensamientos. Un ejemplo podría ser cuando Ulises observa el desastre que es su casa y la vergüenza que le provocan sus calcetines sucios. ¿Intenta que aparezca una especie de mínimo germen filosófico en sus novelas?

–Cuando escribo relatos o novelas, la filosofía pasa a un segundo término. Sin embargo, es verdad que los seres humanos son seres humanos porque se preguntan. Pero mis personajes nunca obtienen respuestas. Y si las obtienen, son respuestas estúpidas. También ensayan, sin quererlo, el pudor y la vergüenza de sí mismos. Ahora que describes la reacción de Ulises cuando invita a Cristina a su casa, él se avergüenza de su casa sucia, de su desaliño, del desorden absoluto en el que vive. Cioran, el filósofo rumano, decía que después de haber escuchado a un astrónomo hablar acerca de millones de estrellas había renunciado a lavarse las manos. Justamente ante el espectáculo de la inmensidad, de la eternidad de los grandes problemas, Ulises se concentra en lo pequeño. Incluso podríamos decir que se trata de un problema moral, en el caso de Ulises, no pronunciado. Al concentrarse en los calcetines sucios de su alcoba, está construyendo una analogía de su propia pequeñez; es un hombre-ratón. Ha habido a lo largo de las últimas décadas un ejército de personajes kafkianos, repartidos en toda la literatura. Kafka es una enfermedad. Y yo, por supuesto, en algunos de mis libros, he acusado recibo de esa enfermedad. Y no me avergüenza.

–No parecen personajes kafkianos los protagonistas de ¿Te veré en el desayuno?, tal vez porque están disponibles para las experiencias. ¿Los considera kafkianos?

–No exactamente... los personajes kafkianos son demasiado abstractos y los personajes de mi novela son muy concretos. Sin embargo habitan sociedades que los rebasan, y esto pertenece al universo kafkiano. Como en El proceso, donde los personajes nunca son dueños de sus actos. Algún día vendrá la orden que los enviará a la cárcel; algún día alguien los acusará de algo que no hicieron. Estaría de acuerdo contigo en que son personajes más abiertos, más dados a la experiencia.

–En la novela hay un delito que no se resuelve: los violadores de Ofelia no son juzgados, ni siquiera encontrados. Aunque no sea un tema central, no deja de revelar, oblicuamente, la idea de “callejón sin salida”, ¿no?

–Perdón por citar, pero cuando era joven uno de los primeros libros que leí fue El hombre sin alternativa, de Leszek Kolakovski, que decía que las utopías tenían que ser planteadas para que algún día pudieran llevarse a cabo. Es una visión optimista y constructiva del mundo. En mi novela está la contraparte: la justicia nunca llegará. Por más que cultives una utopía, ésta nunca va a poder ser realizada. Por más que desees el bien, el mal terminará imponiéndose. Cuanto más sano estés, un cáncer tocará tu puerta. Mientras te ríes, alguien está llorando en otra parte del mundo. No estoy haciendo un manifiesto fatalista, pero en esta novela especialmente –y por eso es una de mis novelas más queridas– el fatalismo o el pesimismo se impone. Cuando muera, quiero que el epitafio sobre mi tumba diga: “Se equivocó en todo”. Yo debí jugar fútbol y no básquetbol. Yo debí estudiar filosofía y no ingeniería. Yo nunca debí haber estado en una escuela militarizada, aunque ahí mi padre fue el responsable. Una suma de errores increíbles, inimaginables.

–Es un epitafio un tanto tramposo, nadie se equivoca en todo.

–Sólo una mujer puede cuestionar mi epitafio: te dan la vida y cuestionan tu muerte (risas).

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