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Miércoles, 27 de febrero de 2013
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Santiago Varela y el segundo tomo de 200 años de humor escrito argentino

“En la cultura no hay géneros menores”

Fue guionista de Tato Bores, columnista en diarios y revistas y escribió libros. Carlos Abrevaya, Alejandro Dolina, Landrú, Leo Maslíah, Rudy y Dalmiro Sáenz son algunos de los humoristas reconocidos de un segundo tomo que redime a otros ignotos, ahora contemporáneos.

Por Facundo Gari
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Santiago Varela aclara que su antología responde al “imperio de la más absoluta subjetividad”.

Santiago Varela comenzó a dedicarse a hacer reír en uno de los períodos más tristes de la historia argentina. Por eso destaca que el humor es “resistencia y salvación”. La última dictadura cívico-militar arreciaba en todo el país y, aunque él tenía “cierta militancia” en el peronismo, no barajaba exiliarse porque “como un tonto pensaba que no había hecho nada que pudiera ser condenable”. Era un arquitecto sin oficina ni trabajo estable, así que se las arreglaba con changas; hasta que un día de 1980 redactó una columna –en lugar de diseñarla– y la envió al correo de lectores de la revista Humor. Por respuesta, sonó el teléfono: era Aquiles Fabregat. “Me gustó lo que mandaste. Me gustaría saber si fue un pelotazo o podés hacerlo de nuevo”, lo instó el periodista uruguayo. “Humor y SexHumor tenían las puertas abiertas a gente que no había hecho nada y eso lo tengo que agradecer eternamente, porque fue el primer eslabón de una cadena que me llevó a ser libretista de Tato Bores y que se extiende hasta hoy”, registra. Y cuando dice “hoy” apoya la mano que le deja libre el mate sobre la tapa del segundo tomo de 200 años de humor escrito argentino, recientemente editado para completar el tándem coleccionable que arrancara en 2010.

Esa generosidad que reconoce en otros es la que aplicó él a la hora de ponerle nombres propios a una tradición que tiene de antigua lo que la mismísima patria. Carlos Abrevaya, Alejandro Dolina, Landrú, Leo Maslíah, Rudy y Dalmiro Sáenz son algunos de los humoristas reconocidos de un segundo tomo que redime a otros ignotos, al igual que el primero, aunque esta vez contemporáneos. “No puedo leer 53 blogs por día, pero me gusta dar con buenos textos de tipos desconocidos”, cuenta Varela, que actualmente se sube a su “rastrojero mágico” para repasar la actualidad política en Radio Nacional (en Núcleo duro, los sábados a las 8). “Me pareció bueno rescatar a ciertos autores y hacer una colaboración a la historia del humorismo argentino, que es importante por la cantidad de exponentes”, justifica.

Su departamento en Caballito es pródigo en bibliotecas. No es una descripción vana: de sus propios libros seleccionó buena parte de los relatos que componen estos volúmenes editados por el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. En sendos prólogos se ocupa de salvar que la antología responde al “imperio de la más absoluta subjetividad”. “Los autores incluidos han sido y son mis autores”, señala. “Es más, algunos han sido mis amigos”, se sincera; y es el caso de Roberto Fontanarrosa, con quien compartió varias cenas post Feria del Libro y de quien transcribió su memorable conferencia en el Congreso Internacional de la Lengua Española de 2004. No son rejuntes de chistes, se habrá comprendido, sino de relatos programados para hacer cosquillas, en algunos casos hasta la carcajada más rimbombante.

–Ya que menciona su biblioteca: es más usual que, a la hora de hacer alarde de la suya, un Fulano cite literatura o ciencia “seria” que compilaciones de chistes verdes. ¿Vincula humor con inteligencia?

–El humor siempre está al final de las góndolas, es tomado como un género menor. Ahora se respeta un poco más, de todas formas. Creo que en la cultura no hay géneros menores, porque todos la hacen por igual. Pero sí, es de inteligente tener sentido del humor. El que tiene sentido del humor se adecua mejor a la realidad, que pone piedritas todo el tiempo en el camino. Es importante, fundamentalmente, para la convivencia.

–¿Está casado?

–Sí. Esta última vez, hace quince años. Tuve una primera vez. Si bien a veces se utiliza para roer, el humor allana situaciones. Aprecio a la gente con sentido del humor. Y vinculado con la fidelidad: he trabajado en todos los medios; a veces hacés un gag y te dicen “¿se entenderá?”. “Mirá, si lo agarran, lo agarran. Los chistes no se explican.” Uno escribe desde su humor, hay que serle fiel. Tato, por ejemplo, conocía muy bien a su público. Si yo en un momento hacía una referencia a “García”, él me preguntaba quién era. “Es el ministro de Educación.” “Entonces ponelo.” Pero no podés explicar todo. Pasa con Miguel Brascó, que está en el libro. El tipo es un exquisito. Y así hay muchos humoristas, sobre todo con referencias sociales o políticas. Por eso el humor es parte de la cultura.

–El encontrar humorísticos textos de autores que en el imaginario colectivo no están asociados a la risa, como Juan Bautista Alberdi o Esteban Echeverría, ¿es una aptitud de un lector entrenado en el humor además de una cualidad narrativa? Sucede con Capusotto: después de verlo, cualquier documental de banda de rock es chistoso.

–Sí, pasa. El humor es caricatura de algo real. A Spinetta lo tenés que dibujar flaco; si lo hacés gordo tiene que tener un porqué. Eso es genialidad: cuando la caricatura es apenas distinta de la realidad. Eso hace Capusotto, que me encanta. Después te cagás de risa de cosas solemnes, lo que te ayuda a reflexionar. La caricatura no miente, exagera, y el procedimiento no quita el mensaje.

–Usted ha trabajado en televisión, teatro y radio, mayormente elaborando guiones para presentadores o actores (Bores, Brandoni, Edda Díaz), pero también textos para leer usted mismo. A su vez es autor de libros, como La guerrita, y ha sido columnista en diarios y revistas. ¿Cuál es la diferencia entre el humor para ser leído y el humor para ser escuchado?

–Cada formato es distinto. En libros o revistas sos puramente vos. En radio, teatro, televisión, lo tuyo es una parte, alguien tiene que actuar. Y cuando escribís tenés que tener en cuenta lo gestual, la mediación de la actuación. En el caso de Tato, yo escribía con entera libertad para un personaje que hacía ciertas cosas. El era un excelente actor más allá de un gran monologuista. Jerarquizaba mucho los textos. En cambio, hay gente ahora que labura con “cucaracha” o teleprompter. Si estás preocupado por lo que tenés que decir, te olvidás de actuar bien. Tato siempre memorizaba y, una vez que tenía el guión internalizado, ponía su atención en la actuación, se preocupaba no por el qué decir, sino por el cómo decirlo.

–El segundo volumen de 200 años de humor... arranca con el pedido de amnistía a las malas palabras de Fontanarrosa, pero en su selección no hay prácticamente nada de ellas. ¿Las esquivó?

–No, es un tema sobre todo generacional. El Maipo en la época de la dictadura era el único lugar en el que se decía “culo” o “teta”, y ésas eran las malas palabras. La gente se reía porque transgredían el tabú. La puteada siempre ha provocada risa. Hay cómicos que se basan en ella, como Corona. También es muy común en TV y teatro que dos humoristas ante un gag se rían sin parar; producen risa de contagio. Es un recurso, como hacer un buen chiste. Lo usa mucho Midachi. Yo prefiero un buen chiste.

–¿El “buen chiste” sería Les Luthiers?

–Claro. Hay calidad, ensayo, trabajo. Esa calidad no es un don gracioso del Señor.

–¿Dady Brieva y Miguel del Sel son graciosos por “don divino”?

–No del todo, porque Del Sel ha logrado ser ahora más gracioso.

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