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Lunes, 11 de marzo de 2013
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Javier Aguirre y su novela Inspector Diamond Gerace y el Edificio del Sol

Más Torrente que Sherlock Holmes

El personaje que anima el policial publicado por el escritor, periodista y músico nació hace diez años en las páginas de la revista Barcelona. ¿Su misión? Dar una mano para resolver el caso más importante de su carrera, el atentado al Edificio del Sol.

Por Facundo Gari
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La novela de Aguirre tiene un prólogo “en verso” de Juan Sasturain.

Javier Aguirre es cuarta generación de hinchas de All Boys. Su bisabuelo, canchero del equipo de fútbol de Floresta, además del pasto, abonó la raíz de una pasión que ocupa “un lugar muy grande” en su vida. Tanto que, además de manifestarla en la popular y en el blog Album Blanco, lo hace entre líneas en su primera novela, Inspector Diamond Gerace y el Edificio del Sol (Galerna). En el libro –ilustrado por Daniela Acerbi y prologado “en verso” por Juan Sasturain– varios personajes llevan motes tomados de la antología de cracks del Albo: Matos, Sánchez, Madeo, Vieytes, Fayart, Campodónico, Barrientos, Yannino y Novarese se codean en la barra de las letras con un etílico protagonista, que incluso tiene a Vamos Floresta por bar de cabecera. “Ser hincha de un club así me engendró una especie de heroísmo, eso de ponerle el pecho a todo”, observa el escritor, periodista y músico.

Diamond Gerace también le pone el pecho a todo, un poco porque no le queda más remedio, otro poco porque Aguirre comete la insolencia de ponerlo a prueba, en una novela menos negra que este género que todavía no se ha replanteado lo de igualar negritud con crimen. “Quise alejarme de la violencia –confía el autor–. Gerace tiene un pensamiento repudiable de la sociedad, pero no empuña un arma.” Un llamado urgente del “council” le interrumpe el desayuno de brandy con medialunas y le exige presentarse inmediatamente para dar una mano en la resolución del atentado que acaba de dejar hecho añicos el Edificio del Sol. A partir de allí, siempre con una petaquita en el sobretodo, tratará de zafarle a su destino inexorable: resolver el caso más importante de su carrera, el número 201, saca cuentas Aguirre.

Es que este personaje que tiene más de Torrente que de Sherlock Holmes nació hace diez años en las páginas de Barcelona. “Al boleo digo que ya resolvió 200 en la revista, pero por ahí fueron 160”, concede. ¿Bajo el influjo de qué otro investigador de impermeable ideó Aguirre al suyo? ¿Chevalier Dupin? ¿Mike Hammer? ¿Hércules Poirot? ¿Miss Marple? No. “Lock Olmo.” ¿Quién? “Era un personaje de la Billiken de los ’80, cuando la leía. En una página te planteaba un caso policial de una manera muy visual”, añade. El Gerace de los comienzos era en un formato chiquito, casi de juego: un crimen, sospechosos, una resolución. “Eso es lo que yo entiendo por policial”, asegura.

–Matemática básica, pero empantanada.

–Es una ecuación y el único que sabe la respuesta es el autor, que hace lo posible para que te equivoques. Hay un montón de estructuras, pero esa es la base. Gerace dejó de ser una parodia cuando empezó a aparecer una historia larga. Ahora es una novela policial.

–Una novela policial caricaturesca.

–No termino de entender la idea del policial carcelario que mira las cosas más dolorosas y terribles. Creo que es un género que tiene que ver con entretener. ¿Quién se robó la joya? ¿Quién mató al mayordomo? ¿Quién voló el edificio? Te paso los sospechosos por adelante, a ver si descubrís cuál es el culpable.

–¿Cuánto tiene que ver el nombre del protagonista con los agentes encubiertos Gustavo Diamante y Antonio Gerace del caso Coppola?

–El nombre es una arbitrariedad. No es casualidad: fue un juego en su momento, pero no tiene bajada. Con lo que tiene que ver es con la cosa tilinga del policial anglo de novela o serie televisiva: todo lo que es en inglés parece sonar mejor. Gerace trabaja en el “council”, que no existe, por ejemplo.

–También hay otras pistas que remiten a los ’90, pero fundamentalmente al hecho de que el caso sea un atentado a un edificio, como aquí la Embajada de Israel y la AMIA.

–El momento de escritura tiene tres años. Pasa que la voladura de edificios es de esta época, imposible no asociarla con nuestros atentados más resonantes. Me sonaba a problemática grandilocuente e interesante en sintonía con las exageraciones de la novela. Me gustaba la gigantografía: viene todo el mundo a investigar y el caso lo resuelve un detective gris, el último que podías pensar que lo iba a hacer.

–Usted es periodista y escritor. ¿Qué diferencias diría que encuentra entre ambas profesiones a la hora de bajar una historia al papel?

–El control sobre la cuestión. El periodismo debería ser algo mucho más noble. Lo digo y me sonrío, porque decirlo es pretender que hay una manera buena y una mala de contar el mundo. Como consumidor de periodismo, siempre estoy espantándome. El periodismo es un personaje muy fuerte en la novela: aparece como una catarata constante que nos dice el 90 por ciento de lo que sabemos del mundo. El periodismo es lo que te cuenta uno sobre algo que ocurrió a siete mil kilómetros. Me parece divertido que sea un relato confiable.

–La literatura, en ese sentido, es más honesta: es ficción desde el vamos.

–Totalmente. Es más leal. Me encanta la ciencia ficción cuando habla de hechos científicos que no conocés y resultan verosímiles. “Bajaron unos marcianitos e incubaron a los dinosaurios.” “Ah, debe ser así”, decís. Son productos artísticos, no te mienten, sos cómplice de la ficción. La historia es un relato que tenemos más claro que el periodismo. Todo el mundo sabe la frase: “La historia la escriben los que ganan”. El periodismo lo escribe cualquiera, la verdad, no sólo los que ganan. Y no lo digo sintiéndome de una elite. Al contrario: ¡incluso yo escribo periodismo!

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