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Martes, 1 de octubre de 2013
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Javier Sinay habla de su libro Los crímenes de Moisés Ville (Tusquets)

Una fricción entre locales y visitantes

La investigación de Sinay va más allá de la sangre: cuenta la historia de un pueblo de la pampa gringa, de documentos perdidos en la explosión de la AMIA y de un idioma –el idish– que al autor se le revela tan familiar como enigmático.

Por Emilia Erbetta
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“Los gauchos se nutrieron con los colonos judíos y al revés también”, afirma Sinay.

Hace algunos años, el periodista Javier Sinay se encontró una agenda en la calle. Tenía la primera hoja arrancada: su dueña, iba a saber después, no quería ser encontrada. Pero Sinay buscó y buscó. Lo mismo hizo durante los últimos cuatro años con el primer diario para la comunidad judía que se editó en Argentina, Der Viderkol (El Eco), que creó en 1898 su bisabuelo Mijl Hacohen Sinay, quien le legó –sin conocerlo– la pasión por el periodismo y las preguntas. En su último libro, Los crímenes de Moisés Ville (Tusquets), Sinay se obsesionó con ese diario perdido y buscó la verdad sobre 22 crímenes que habrían tenido lugar entre 1889 y 1906 en la primera colonia agrícola judía de la Argentina.

“Mi primer acercamiento a los crímenes fue a través de un texto de mi bisabuelo, ‘Las primeras víctimas fatales en Moisés Ville’. Tomé nota de los nombres y las fechas y después empezó algo que para mí es apasionante, que es buscar e investigar. Con unos nombres rarísimos y unas fechas que después yo descubriría que eran erradas, tenía que encontrar todo sobre esos crímenes: una historia, papeles judiciales, expedientes, papeles de prensa, registros y descendientes de aquellas familias para ver si había quedado algo en la memoria familiar”, cuenta Sinay. Pero en Moisés Ville –adonde viajó varias veces durante la investigación– no quedaba nadie que recordara a los muertos, sólo algunas tumbas descuidadas en el cementerio local. “Es interesante ver qué pasa con un crimen en la memoria familiar a futuro, cómo se transmite. En ese sentido, me interesa como periodista de policiales de casos tan resonantes, que a veces me pregunto qué va a pasar con este caso. Me resultó interesante ver cómo conservaban estas familias sus propias tragedias de un siglo atrás.”

Los crímenes de Moisés Ville es mucho más que unas cuantas escenas de facones ensangrentados y familias masacradas. Lo que cuenta es la historia de un pueblo de la pampa gringa, de documentos perdidos para siempre en la explosión de la AMIA, de un idioma –el idish– que a Sinay se le revela tan familiar como enigmático y el descubrimiento emocionado de un legado familiar.

–¿Cómo se encara una investigación de algo que sucedió hace 120 años?

–Los crímenes de 40 años para acá por lo general tienen vivos a sus protagonistas, por lo tanto si bien no son más fáciles, tienen otro tipo de desafío. En este caso no había nadie vivo y el desafío era encontrar primero los expedientes y después toda la información relativa. Entonces era hacer un trabajo de arqueología, menos dramático, pero más difícil en el sentido de que tal vez no quedaba nada. Después me di cuenta de que en realidad no había ningún expediente. Lo único que encontré habiendo ido al Archivo General de la Provincia de Santa Fe, al Archivo del Poder Judicial de la Provincia de Santa Fe y a varios museos de la ciudad de Santa Fe, Rosario, Moisés Ville y San Cristóbal, fue un libro de actas de la Justicia santafesina de 1906 que decía que uno de los expedientes había circulado en el juzgado y que lo asentaba, pero el expediente en sí no estaba. Los otros expedientes no estaban porque los archivos argentinos son muy azarosos y había un agujero negro entre 1888 y 1915.

–¿Por qué se olvidaron los asesinatos?

–Los crímenes hablan de una fricción entre visitantes y locales y esa fricción muy rápidamente se convirtió en fusión. Cuando llegan los colonos judíos, en la provincia de Santa Fe había 350 colonias agrícolas, que eran un modelo de modernización y potenciación del campo argentino y sus economías. En todas las colonias hubo crímenes, robos y encontronazos. Y en todas también hubo cooperación. En el caso de los judíos, esta cooperación fue muy fuerte. En 1910, muy poco tiempo después de todo esto, Alberto Gerchunoff, el escritor judío más importante de la primera mitad del siglo XX, escribe Los gauchos judíos, un libro de cuentos que retoma la figura del gaucho y la mezcla con la figura del colono judío. Y lo que hizo fue señalar que había una nueva identidad judeoargentina que era franca, amistosa, el gaucho judío. Esto existió de verdad, por ahí no tan perfectamente fusionada. Los gauchos se nutrieron con los colonos judíos y al revés también. La comunidad judía argentina se apoyó mucho en esta idea del gaucho judío para mostrar lo ideal que había sido todo. Y la verdad es que salió perfecto: a mi gusto, la comunidad judía en Argentina enriqueció mucho lo que encontró, y los colonos llegaron a un país liberal, por ahí el mejor país del mundo para vivir para un judío que llegaba de Rusia o Alemania perseguido. Y de eso surgió la cultura judeoargentina, que es algo singular y muy rico. Entonces, en la autolegitimación de esta versión tan perfecta de lo que ocurrió se olvidaron de aquella primera fricción, por eso los textos como los de mi bisabuelo quedaron muy atrás.

–En el libro se menciona al legado como una “obligación moral”. ¿Se puede leer Los crímenes de Moisés Ville en esa clave?

–Lo de la obligación moral del legado lo dice Ester Szwarc, del Instituto Judío de Investigaciones (IWO), tomando un concepto de la cultura judía que es “la cadena de oro”, que remite a la cadena de las generaciones y que dice que toda generación debe pasarle a la siguiente la mayor cantidad de cosas y que la siguiente generación elige qué postura tomar. El deber es pasar todo el conocimiento. De esta manera, creo que traer esta serie de crímenes tan polvorientos, no sólo alejados en el tiempo, sino también en el espacio, también tiene que ver con nuestra identidad argentina actual. Todos los argentinos somos frutos de esas fricciones, somos un país de inmigrantes y un país que tenía una población anterior y somos frutos de fricciones que se transformaron en fusiones y creo que los crímenes de Moisés Ville nos sirven también para entendernos a nosotros hoy un poco.

–¿Cómo es hacer periodismo policial en Argentina hoy?

–Es apasionante, es un privilegio poder meterse en esas historias. A mí lo que me gusta del periodismo policial es que te permite ver siempre historias de gente que está muy al límite. Gente que es perseguida, que persigue, que busca venganza, que busca justicia, que tiene una máscara y por ahí se le cae. En ese sentido, son historias muy calientes y cada vez que entrevistás a alguien que está cerca o relacionado con un crimen actual, esa persona que te da la entrevista se está jugando algo con cada palabra que te dice. Puede estar jugándose la libertad, puede estar jugándose lo que le vaya a hacer otra persona, o dinero. Y son revelaciones cada una de las cosas que te dice, aunque te mienta. Es una persona que de alguna manera está en peligro. En el periodismo policial, por lo general no te quieren hablar y si no te quieren hablar es porque están en un problema. Y una vez que deciden hablar, que pueden confiar en vos, es como que pasaste una puerta y estás adentro de la historia y de un mundo un poco oscuro al que de ninguna otra manera podrías haber accedido si no fuera por el periodismo.

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