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Viernes, 8 de noviembre de 2013
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EN EL CENTENARIO DEL AUTOR DE LOS FUNDAMENTALES EL EXTRANJERO, LA PESTE Y EL HOMBRE REBELDE

Camus, el nombre que aún despierta discusiones

Ganador del Nobel de Literatura a los 44 años, Camus dejó una obra en la que no dudó en enfrentar todo totalitarismo, aun rompiendo lanzas con viejos cofrades existencialistas. “Algo pasa con Camus y nadie se atreve a decirlo”, sostiene el editor Antoine Gallimard.

Por Silvina Friera
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Camus murió el 4 de enero de 1960 a los 47 años, en un accidente en Villeblevin, un pueblo de la Borgoña.

El ultraje del tiempo no puede extinguir el impacto de esas primeras líneas perfectas. Meursault será la encarnación del desencanto del mundo, una especie de “nieto” nihilista de Nietzsche. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.” El inolvidable comienzo de El extranjero –en el centenario del nacimiento de Albert Camus, que se cumplió ayer–, su primera novela de 1942, escrita y publicada durante la ocupación nazi de Francia, produce la misma emoción que genera el momento en que el protagonista comprende en Argelia –donde dispara cuatro veces sobre el cuerpo inerte de un árabe– que “había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz”. No hay arrepentimiento en ese hombre de carácter “taciturno” y “reservado” que no tiene escapatoria. Que está condenado de antemano por la displicencia frente a la muerte de su madre. Y luego, peor aún, por un crimen absurdo. Aunque mata por una razón rigurosamente cierta: el sol lo cegó. “Y bien, tendré que morir”, dice Meursault en la cárcel. “Antes que otros, es evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida. En el fondo, no ignoraba que morir a los treinta años o a los setenta importa poco (...) Desde que uno debe morir, es evidente que no importa cómo ni cuándo.”

Camus tenía 29 años cuando publicó El extranjero, novela que Emecé acaba de relanzar en una bellísima edición de lujo ilustrada por el genial historietista y dibujante argentino José Muñoz. Había llegado a París dos años antes, en 1940, desde Argelia, donde nació un 7 de noviembre de 1913, en el seno de una familia de colonos franceses pieds-noirs. Su madre, Catalina Elena Sintes, era una mujer silenciosa y analfabeta que se ganaba la vida limpiando. Como la familia de Catalina era originaria de Menorca (España), fue ella quien le enseñó a su hijo tanto el castellano como el catalán. Su padre, Lucien Camus, trabajó en una finca vitivinícola y murió en la Primera Guerra Mundial, peleando para Francia. A su llegada a París sólo había publicado el ensayo El revés y el derecho (1937), que recién sería reeditado en Francia veinte años más tarde. En esa primera novela que lo consagra tan joven –a contrapelo de quienes proclaman que lo mejor se escribe en la madurez– está condensado lo “camusiano”, que según Bernard-Henri Levy era un kantismo práctico. “Desconfianza, gratitud y escepticismo”, y se podría agregar que adolece, por fortuna, de un sentido extremado de lo trágico. No hay otra certeza que la muerte y la existencia de Dios es irrelevante comparada con “el cabello de una mujer”. “Para que todo sea consumado –apunta Meursault en ese final magnífico–, para que me sienta menos solo, me queda esperar que el día de mi ejecución haya muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio.”

Antes de París y su ingreso al círculo existencialista de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, la investigación de la “Miseria de Cabilia” –corazón de la resistencia contra el colonialismo francés–, publicada en el periódico del Frente Popular –poco después de haber roto con el Partido Comunista por serias discrepancias–, había concluido con la prohibición de la publicación y la presión para que Camus no pudiera encontrar trabajo en Argelia. Precoz en la escritura y en la rebeldía, espíritu libertario contrario a todos los dogmatismos –cristianismo y marxismo a la cabeza–, su máxima existencial postulaba que la literatura “no es servir a los que hacen la historia, sino a los que la sufren”. Camus colaboró en Combat, el diario de la Resistencia contra Vichy y el Tercer Reich, que fue elogiado por De Gaulle como un ejemplo de periodismo “insobornable”. En 1939 publicó en Le Soir Républicaine de Argelia un artículo-manifiesto con los mandamientos que deben guiar la acción de los periodistas en tiempos de guerra. En este texto defendía el derecho de cada ciudadano a “elevarse sobre el colectivo para construir su propia libertad”, y establecía las cuatro columnas del buen periodismo: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación; los pilares con los que construiría su obra narrativa, dramática y ensayística. En 1942, el mismo año de El extranjero, salió El mito de Sísifo, un ensayo literario en el que despliega su teoría del absurdo, el reconocimiento de la intrascendencia del hombre enfrentado al cosmos, a su destino, a la historia. Después de la guerra vendrá La peste (1947), una alegoría sobre el nazismo que lo coloca en una zona demasiado protagónica y espinosa como intelectual público. El escritor pronto se cansaría de ese rol que tuvo en la posguerra y la “repugnante seriedad” de esos años.

La cofradía con Sartre se quebraría de un modo drástico. “Camus, el burgués”, lo descalifica el severo padre del existencialismo francés. El detonante de la ruptura fue la salida de El hombre rebelde (1951), libro en el que Camus rechaza los totalitarismos del siglo, incluida la Unión Soviética. “El fin no justifica los medios” para el autor de la pieza teatral Los justos (1949), frase que estaba en el aire del socialismo de la época. Cualquier crítica hacia Stalin y sus crímenes era una “desviación burguesa” imperdonable. La opción del escritor, denunciar el terror estalinista y quedar a la intemperie, cosechó incomprensiones por doquier, además de que la derecha, sedienta siempre por llevar agua a su molino, intentó sacar tajada de esa circunstancia. En esta misma línea o sintonía compleja hay que leer su postura respecto de Argelia. Condenó que el Frente de Liberación Nacional (FLN) recurriera a la lucha armada y a los atentados para defender “una causa justa” usando “métodos injustos”. Ahora, con las páginas de la historia escritas, leídas e interrogadas infatigablemente, es fácil afirmar que el “pecado” de Camus fue “tener razón antes de tiempo”.

Aunque sea el autor francés más vendido en el exterior, su figura continúa siendo demasiado embarazosa. Algo inquieta y perturba. La Biblioteca Nacional François Mitterrand (BNF), que en los últimos tiempos ha honrado la obra de Leroux, Vian o el propio Sartre, prefirió obviar la celebración del centenario del autor de Estado de sitio (1948). El editor Antoine Gallimard lo define como “un verdadero misterio”. Gallimard cuenta que en varias ocasiones elevaron propuestas para homenajearlo y ni la BNF ni el Centro Pompidou ni del Ministerio de Cultura respondieron. “Parece como si hubiera algún problema con él. Algo pasa con Camus y nadie se atreve a decirlo.” Su hija y albacea literaria, Catherine, reconoce que no esperaba que a esta altura del partido “la figura de mi padre siguiera molestando tanto”.

Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, tenía 44 años. “Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea quizá sea aún más grande”, planteó el escritor. “Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida, en la que se mezclan las revoluciones frustradas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; cuando poderes mediocres pueden destruirlo todo, pero ya no saben convencer; cuando la inteligencia se ha rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión, esta generación ha tenido, en sí misma y alrededor de sí misma, que restaurar, a partir de sus negaciones, un poco de lo que hace digno el vivir y el morir.” Tres años después, el 4 de enero de 1960, a los 47 años, Camus murió en un accidente, cerca de Villeblevin, un pueblo de la Borgoña. Pocos meses antes de su muerte, el escritor que –ironías del destino mediante– se transformaría en uno de los referentes morales del siglo XX afirmaba que había abandonado el punto de vista moral. “La moral lleva a la abstracción y a la injusticia. Es madre del fanatismo y de la ceguera.”

En Francia, la editorial Gallimard publicará un volumen de cartas inéditas, otro de fotos firmado por su hija, lanzarán una colección con sus mejores artículos en Combat y rescatarán los tres tomos de sus Diarios. Jean Camus, el otro hijo del escritor, ha confesado en varias entrevistas que el libro preferido de su padre es El extranjero. “Lo he leído más de veinte veces y siempre veo cosas distintas. Es el más fácil de leer, el más corto, y también el más misterioso. Está escrito para la gente. Un compositor dijo que tiene música dentro, un bajo continuo, como Bach. Recuerdo que un día mi padre estaba triste, sin dinero, tenía no sé qué problemas con el contrato de Gallimard, llamó al poeta Francis Ponge, y éste le dijo: “No te preocupes, El extranjero quedará para siempre”.

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