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Sábado, 11 de enero de 2014
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EUGENIO POLISKY HABLA DE SU LIBRO QUIMERA BOULEVARD

Shakespeare transformado

El poeta y traductor tomó las historias de personajes célebres del dramaturgo inglés –Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta–, y las repensó a partir de una mirada contemporánea, adaptándolas específicamente a la realidad argentina.

Por Paula Sabatés
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“El libro es una consecuencia del teatro isabelino”, afirma Eugenio Polisky.

A pocos meses de cumplirse el aniversario número 450 del nacimiento de William Shakespeare, ocasión que suscitará múltiples homenajes en todo el mundo (por suerte varios en la Argentina), el poeta y traductor Eugenio Polisky publicó y se encuentra presentando Quimera Boulevard (textos intrusos, 2013), un libro que celebra la literatura del dramaturgo inglés de una forma singular. El poemario hace un recorrido por los más emblemáticos personajes de la dramaturgia shakespeareana, pero los recupera en función de la creación lírica propia del escritor. Todas las historias son retomadas a partir de una mirada contemporánea y adaptadas específicamente a la realidad argentina. Así, el Rey Lear, Macbeth, los personajes de Cuento de invierno (A Winter’s Tale), Romeo y Julieta, Otelo y Hamlet son retomados para protagonizar nuevas historias y sumergidos en roles distintos. “Tomé ciertos elementos que me llamaron la atención de las obras y los fui transformando para crear una historia paralela. Fue como si hubiera pensado en todos los Hamlet que he visto, en teatro y en cine, además de los que he leído, y a partir de ese Hamlet interno, pensar el mío propio o al menos uno de los posibles que me puedo imaginar”, explica el escritor a Página/12.

El poemario está dividido en seis partes o secciones, una para cada uno de los personajes abordados, que llevan como título un rótulo que sirve, pese a su abstracción, para anticipar de quién se trata. Mientras Macbeth recibe el título de “El General”, Romeo y Julieta son “Los dos” y Hamlet “El heredero”. “No me interesaba que estos personajes tuvieran un nombre específico sino que fueran más bien nominados por sus funciones sociales o por la mirada que tienen los demás sobre ellos. Lo interesante fue trabajarlos desde un lugar neutral, sin juzgarlos sino simplemente mostrándolos como son, cómo van modificándose momento a momento en cada situación que van enfrentando”, cuenta Polisky, que nació en Estados Unidos pero creció en la Argentina, y que además es actor y tiene una larga trayectoria en distintos ámbitos literarios.

Confeso fanático de Shakespeare (cuenta que su primer acercamiento al autor fue en el primer año de secundaria), postula que su condición de actor “seguramente suma a la hora de jugar con los textos”: “No tenemos que olvidarnos de que lo que Shakespeare escribía era teatro y de que el teatro es un juego. Entiendo que este acercamiento a los textos a través del juego actoral nos permite encontrar otros significados, aquellos que están ocultos dentro de las palabras mismas, los que están más allá de las palabras y que son los que producen finalmente la comunicación”, dice el escritor sobre su relación con su nueva obra.

–¿A qué responde la elección de los personajes que tomó para armar el libro? 

–Fueron los que más me hablaron, los que más necesité trabajar desde un punto de vista netamente personal y egoísta, los que más me movían para la evolución del proyecto. Estos personajes tienen lo que los ingleses denominan fatal flaw, un error trágico o defecto fatídico en sus personalidades, algo que desencadena la tragedia. La duda, la ambición desmedida, los celos infundados son todos ejemplos de esto. La pregunta, entonces, era de qué maneras se manifiestan estas características en nuestro mundo actual; quién sería Hamlet, Macbeth, Lear, Otelo hoy en día, y cómo influirían sus características fundamentales en un accionar contemporáneo.

–¿Cómo fue el trabajo de adaptación de las obras a la realidad argentina?

–Fue mirar nuestro mundo contemporáneo filtrado a través de las historias de las obras originales. En algunos casos, hay una mirada más social, como en el de “El Rey”, que se ha transformado en un industrial abusivo, o el de “Los dos”, donde los amantes son destruidos no por sus familias sino por la angustia que produce el entorno en el que viven. Incluso hay una mirada política, como en “El General”, cuya ambición desmedida por el poder lo lleva a la tortura como modus operandi para llegar a la cumbre, a la plaza tan deseada. En otros poemas, la mirada es más intimista. De todos modos, la intención en todos los casos fue particularizar los conflictos a nuestra realidad contemporánea, pero al mismo tiempo también universalizarlos, porque en definitiva son los conflictos de cada ser humano en su paso por este mundo.

–Su lengua natal es el inglés, más allá de que haya optado por el castellano como su lengua literaria. A partir de su experiencia como traductor, y conociendo el idioma original del autor, ¿siente que se pierde mucho en la traducción?

–Algo se pierde, pero también se gana. Se pierde seguramente la compactación y la multiplicidad de sentidos del original, la musicalidad, las resonancias culturales, pero se gana la posibilidad de tener acceso a los textos y una buena traducción te puede producir placer. Un placer distinto seguramente del que provoca el original, pero placer al fin. En definitiva, lo que cuenta en la literatura y en el arte es producir un efecto en el receptor.

–¿Cree que en Quimera Boulevard persiste algo de la literatura o el teatro isabelino?

–No sé exactamente, es difícil hacer un análisis teórico de la obra propia. Lo que sí entiendo es que el libro es una consecuencia del teatro isabelino, una mirada contemporánea sobre textos de esa época. Y si bien su estilo de escritura es moderno y está inscripto dentro de la corriente de poesía contemporánea, con la libertad que te otorga el verso libre, el diseño en la página, el juego de silencios y sonidos, el balbuceo y la resignificación por medio de la repetición, queda una corriente subterránea que subyace y que sirve de base de sustentación de la experimentación más aparente y visible.

–En el prólogo del libro, el escritor Mariano Díaz Barbosa opina que se ha cometido un “crimen” al enseñar la obra de Shakespeare como erudita, ya que, para él, escribía para un público nada aristocrático. Por otro lado dice que “el cachetazo final” se dio con la moda de acercarlo a la época actual por medio de puestas de estéticas contemporáneas. ¿Está de acuerdo con estas dos opiniones?

–Hay una dificultad intrínseca para acercarse a una obra que fue creada hace varios siglos porque eso exige cierto trabajo por parte del receptor actual de obras del pasado. Como tales, creo que tenemos que dedicar algo de tiempo y esfuerzo para ingresar a ella, para permitir que nos hable desde su lugar más esencial. Y este esfuerzo vale la pena porque nos enriquecemos infinitamente de él. Por eso, si bien el tiempo dificultó el acceso a las obras de Shakespeare, no hay nada mejor para un receptor contemporáneo que poder disfrutar de una buena puesta en escena de la obra y darle un nuevo sentido. Con respecto a la modernización de los textos a través de la puesta en escena, creo que esto a veces funciona y a veces no. Cuando no funciona, cuando se trata de insertar a Shakespeare dentro de los paradigmas del cine contemporáneo más comercial, cuando la obra se convierte en una excusa para producir efectos especiales o se la simplifica para que encaje dentro de los estereotipos de género, entiendo que nos estamos apartando de los textos y transformándolos en otra cosa. Sin embargo, vi muchas puestas en escena donde se trasplanta la obra a otra época histórica y desde donde surgen nuevos significados que enriquecen los textos.

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