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Martes, 14 de enero de 2014
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Diego Tomasi analiza la relación del escritor y la ciudad

Un cronopio en Buenos Aires

El joven autor decidió seguir las huellas intermitentes de Cortázar en la ciudad para delinear un libro ideal para el centenario de su nacimiento. “La mirada sobre Buenos Aires es muy cambiante porque Cortázar fue una persona cambiante”, dice.

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Según el recuento de Tomasi, Cortázar “pasó alrededor de seis mil días en Buenos Aires”.

A cien años de su nacimiento y treinta de su muerte, Julio Cortázar es un tema vivo de la literatura. Y su relación con Buenos Aires es un nuevo disparador, que dio como resultado el libro Cortázar por Buenos Aires, Buenos Aires por Cortázar, una investigación y un viaje en el tiempo en el que se embarcó el joven escritor Diego Tomasi. Sin pretensiones de crítica literaria, con datos cotidianos sobre el escritor –tanto en sus primeros pasos como en su consagración—, Tomasi (nacido en Morón en 1982) reconstruyó no sólo al personaje Cortázar, sino que delineó con prosa amena y ágil cómo Buenos Aires fue un elemento central en la constitución de su personalidad, de su literatura y de su mirada del mundo. Con precisión matemática, Tomasi siguió las huellas intermitentes de Cortázar (Bruselas, 26 de agosto de 1914–París, 1984) por la ciudad, desde su llegada, en 1918, a Banfield cuando tenía cuatro años hasta el último viaje, en 1983, tras la muerte de su esposa Carol Dunlop en París, ciudad en la que vivía desde 1951. “Pasó alrededor de seis mil días en Buenos Aires”, escribe Tomasi.

A poco de celebrarse las actividades del “Año Cortázar: Cien años con Julio”, organizadas por la Secretaría de Cultura de la Nación, y del homenaje central en el Salón del Libro de París 2014, donde la Argentina será país invitado de honor, el autor de Rayuela sigue siendo una cantera de historias y pistas sobre un lenguaje (y estilo) que se sigue leyendo alrededor del mundo. Con el beneplácito de Aurora Bernárdez –viuda, heredera y albacea del escritor—, Tomasi salió al ruedo con una investigación que le llevó casi tres años con lecturas profundas de sus obras, libros de archivo y sus cartas –“una gran autobiografía”, dice–, y más de una treintena de entrevistas que, finalmente, vieron la luz en un texto ordenado cronológicamente que acaba de publicar Seix Barral.

“Me pareció que no había un recorrido con Cortázar por la ciudad... sí mucha referencia a sus largos años en París y libros sobre sus escapadas en Chivilcoy, Bolívar y Mendoza, pero no algo sobre su relación con Buenos Aires que, para mí, fue más importante en su obra y en su lenguaje que cualquier otra cosa”, cuenta el escritor. Caminatas, librerías, charlas en emblemáticos cafés como el de la esquina de Viamonte y Florida, o el de Corrientes y San Martín, la ciudad fue escenario inspirador para el desarrollo de sus primeras obras, como los relatos “Casa tomada” (1946), “Circe” (1948), los reunidos en La otra orilla (publicado en 1995) y la novela Divertimento, escrita en 1949 y recién publicada en 1986.

En 1951, por diversas razones, pero sobre todo por su desacuerdo con el gobierno peronista, Cortázar se mudó a París. En una entrevista que rescata Tomasi, el escritor decía: “La historia es muy paradojal, el hecho de que nos hayamos ido, en algunos casos, es bastante útil, porque si me hubiera quedado probablemente no habría llegado a entender nunca lo que pasaba en mi propio país”.

“Puse un océano de por medio y luego llegó la Revolución Cubana (...) con entusiasmo, fenómenos multitudinarios que en Buenos Aires había vivido con espanto”, remató Cortázar en una entrevista publicada en Revelaciones de un cronopio, de Ernesto González Bermejo. Pero, ¿cómo fue esa relación entre el hombre y su ciudad? “Contradictoria”, dice Tomasi. “Nunca fue igual. Cuando era un niño y vivía en Banfield iba al colegio Mariano Acosta en Buenos Aires, ahí la relación era de obligación.” Pero, sigue el autor, “Cortázar convirtió esa obligación en un gusto. Cuando se mudaron a la ciudad –en la calle Artigas 3246– hizo amigos como Eduardo Jonquières que le formaron la mirada del mundo y, cuando se fue a enseñar a Chivilcoy y a Bolívar, Buenos Aires siempre era el lugar al que siempre quería volver”.

Sin embargo, una vez que el treintañero Julio se instaló definitivamente en Buenos Aires, fue “como un porteño más que recorrió sus cafés y librerías; un poco disfrutó, aunque terminó ahogándose y yéndose a París”, cuenta Tomasi. Si su relación con la Reina del Plata era contradictoria, su mirada sobre ella “era cambiante”, dice el joven escritor. “Desde Francia, Buenos Aires era la mamá, cierta nostalgia, era tener que ver gente y cansarse. Ya en los ‘70, tenía una mirada del mundo más social y comprometida, y vuelve como un escritor consagrado y como una especie de intelectual revolucionario.” En realidad, dice Tomasi, “la mirada sobre Buenos Aires es muy cambiante porque Cortázar fue una persona cambiante. Si bien fue muy honesto e íntegro, se permitió cambiar respecto de él mismo y de lo que veía de la ciudad”.

Sobre el final del libro, Cortázar dice en una entrevista de diciembre de 1983, durante su última visita: “Soy un porteño perfecto, no podría escribir sobre otra cosa”. Y Tomasi sostiene: “Esa frase define todo lo que fue su vida”. Es que para Julio, según él mismo declaró, su relación con Argentina era “muy profunda, y no se quebró nunca”. El director de cine Manuel Antín, amigo cercano de Cortázar, explica en el libro que “para él, Buenos Aires era una especie de escenario literario, una especie de gran ficción”. Tomasi acuerda y agrega: “Siempre que venía buscaba encontrar la ciudad que había conocido. Aunque cambiaba, para él era la misma”. Gracias a la investigación de esta ruta porteña cortazariana, Tomasi reconfirmó “la enorme influencia de la ciudad en el lenguaje, incluso utilizaba palabras un poco pasadas de moda o que no se usaban hacía 30 años, pero eso era deliberado. Si bien uno lo percibía, investigando encontré muy patente ese tono en el modo de decir”.

“Otra cosa que me impactó mucho –agrega el autor– fue la enorme calidez con la que entablaba relaciones y vínculos con los otros. Tanto con los niños, como profesor, como escritor consagrado, como intelectual revolucionario. En el trato con los demás, Cortázar fue siempre el mismo tipo, alguien que permaneció cerca de sus afectos y de su propia honestidad.”

“Yo no me radico en ningún lado, voy donde las circunstancias me dicen que debo estar. La Argentina es un lugar donde quiero estar, pero nada es definitivo en mi vida”, expresó Julio en Ezeiza antes de retornar a París en 1983, y con planes de volver a recorrer el interior argentino. No tuvo oportunidad: el 12 de febrero de 1984 vivió el último de sus 25.372 días de vida.

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