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Domingo, 9 de marzo de 2014
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MAÑANA SE ENTREGA EL PREMIO ROSA DE COBRE EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

El regreso de la hora de los poetas

En el auditorio Borges se materializará este reconocimiento honorario, concebido para aquellos creadores que han dejado un legado. “La rosa de cobre no sirve para nada, pero justamente en eso radica su valor”, dice Tamara Kamenszain.

Por Silvina Friera
Alberto Szpunberg y Tamara Kamenszain, dos de los muchos poetas que serán premiados mañana.
Imagen: Sandra Cartasso, Pablo Piovano.

Todo lo que abraza el lenguaje –aun con sus limitaciones– lo abraza con la potencialidad de sostener el amplio abanico de la experiencia humana. Quizá el trabajo incesante de la poesía consista en volver a unir lo que fue separado. La hora de los poetas regresa. La Biblioteca Nacional (BN) entregará nuevamente el Premio Rosa de Cobre, un reconocimiento honorario iniciado el año pasado para aquellos creadores que han dejado un legado. Leónidas Escudero, Leonardo Martínez, Diana Bellessi, Máximo Simpson, Alberto Szpunberg, Vicente Zito Lema, Rodolfo Alonso, Daniel Freidemberg, Jorge Aulicino, Jorge Ariel Madrazo, Tamara Kamenszain y Jorge Boccanera son los poetas que recibirán esta distinción mañana a las 18 en el auditorio Borges de la BN. “La noticia de este premio fue totalmente inesperada –cuenta Martínez a Página/12–. La recibí el último día de mi internación en el Hospital de Clínica Doctor Alfredo Lanari. ¡Imagínate mi sorpresa! Yo, un oscuro poeta, al lado de tan brillante compañía. A este reconocimiento lo recibo con emoción y agradecimiento.” El músico y poeta catamarqueño –que nació accidentalmente en Córdoba en 1937, desde los dos años vivió en Catamarca y ahora reside en Buenos Aires– empezó a publicar a los 50 años. “Mi obra es mi vida”, confiesa el autor de Tacana o los linajes del tiempo (1989), Ojo de brasa (1991), El señor de Autigasta (1994), Asuntos de familia y otras imposturas (1997), Rápido pasaje (1999), Jaula viva (2004), Estricta ceniza (2005) y Las tierras naturales (2007), entre otros poemarios.

“Los largos años de frecuentación de la música, mi actividad docente y ahora, de viejo, la poesía. ¿Por qué soy premiado, cuál es mi legado? Creo que es múltiple: el placer, el gusto de la palabra, mi devoción por el arte, una mirada original a la tierra de donde vengo, el color y sabor de la primera leche, de la primera luz y el primer llanto, un lenguaje acorde al tránsito personal, mi inserción en la ola cambiante, pero siempre la misma y al fondo, asirme al desgarrón donde la verdad y la belleza tienen su nido –reflexiona Martínez–. Si me aceptan, dentro de la tradición argentina, me inscribiría al lado de Francisco Madariaga y Joaquín Giannuzzi, dos poetas y una sola moneda.” El escritor Carlos Bernatek, asesor literario de la BN, señala que es difícil explicar cómo un género como la poesía, “marginal para la industria y el mercado literarios, salvo contadísimas excepciones, permanece vigente, mantiene una dinámica

inusitada, se extiende por todo el país, y su financiación depende, en la mayoría abrumadora de los casos, de sus propios actores”. “Tal vez se trate de un modo de resistencia cultural, de una fantástica obstinación contra todas las adversidades –plantea Bernatek–. Lo cierto es que la poesía está siempre allí, con una vitalidad que se asienta en raíces profundas y renueva permanentemente sus modos expresivos”.

A Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) le parece interesante que se premie la poesía en un país que –a diferencia de Chile o México– suele ser considerado “de narradores”. “Cuando viví en México y quise alquilar casa me aconsejaron decir que soy poeta porque eso allá suma. ¿Te imaginás que me presente con esas credenciales acá? Por eso denominar a este premio Rosa de Cobre me pareció genial. Ese invento utópico detrás del cual anda Erdosain, el personaje de Arlt, dice mucho sobre el hecho poético como máquina de inventar figuras retóricas paradojales: la rosa de cobre no sirve para nada, pero justamente en eso radica su valor. Me gusta tomar así este premio”, dice la autora de Los No (1977), Vida de living (1991), Tango Bar (1998), El ghetto (2003), Solos y solas (2005), El eco de mi madre (2010) y La novela de la poesía (2012), su poesía reunida. “Me daría por conforme si mi poesía operara para los escritores más jóvenes como un permiso de ruptura. Es lo que me pasó a mí con los poetas a cuyo tren me fui subiendo con los años: en vez de atarme a preceptivas cerradas, me fueron sorprendiendo con sus búsquedas inesperadas. (Olivero) Girondo, (Alejandra) Pizarnik, (Amelia) Biagioni, (Héctor) Viel Temperley y tantos otros, cada uno a su modo, me fueron ayudando a saber menos, a reblandecer mis certezas acerca de lo que debía ser la poesía. Y otra cosa: lo que también aprendí de esos maestros es que cada libro que uno escribe trabaja contra el anterior, no hay regodeo con lo que ya se consiguió, y en esa tensión es donde se construye un legado.”

Para Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 1952) recibir este premio es “un gran estímulo porque lleva el nombre de una utopía, esa rosa de cobre que marca un lugar que no es para llegar sino para echarse al camino”. El autor de Música de fagot y piernas de Victoria (1979), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1991), Bestias en un hotel de paso (2001) y Palma Real (2008), entre otros títulos, destaca que es alentador porque “me lo da mi tierra”. “No digo que las consideraciones que ha recibido mi trabajo en otros países no sean importantes. Pero nací aquí. Además lo otorga la Biblioteca Nacional, un espacio donde dialogan las ideas y la creación. Algo que habrá que preservar y profundizar. No olvidemos que aquí –como apuntó en su momento Julio Cortázar– se implementaron prácticas genocidas para acallar las voces disidentes y disciplinar a las generaciones que vinieran después”, recuerda Boccanera. “Las razones por las que se otorga este galardón la enmarcan la misma Biblioteca en la palabra trayectoria, que indica un camino recorrido. Ese camino en mi caso implica un trabajo con el lenguaje en consonancia con un modo de interpelar la realidad. Me siento parte, entonces, de aquellas voces que por sobre el terreno alambrado de las etiquetas, las proclamas ruidosas y las dicotomías han intentado ir al fondo de lo humano sin sacrificar sus búsquedas expresivas. Por suerte en la poesía argentina abundan esas voces y, lo más importante, aportando a un conjunto plural, enriquecido por la diversidad.”     

Alberto Szpunberg reconoce que recibir el Rosa de Cobre significa “mi reencuentro de sopetón con Roberto Arlt, a quien tenía traspapelado en mi ir y venir de ese exilio del que nunca se vuelve”. Para el poeta implica también “el estupor por la actualidad de la tragedia cotidiana, aún irredenta”, de Erdosain, el Astrólogo, el Rufián Melancólico, la Ciega, la Coja. “Lo tengo claro: cuando sea grande, yo también seré inventor. En mis proyectos está el de galvanizar la ‘Rosa de Cobre’, esta misma con la que me honran, hasta convertirla en ‘Rosa de Pobre’, pobrísima, villera, cartonera. Una de estas noches la dejaré entre las manos de ese chico que duerme junto al contenedor de la cuadra donde vivo. Allí florecerá.” Szpunberg –que nació en Buenos Aires en 1940– publicó su primer libro Poemas de la mano mayor (1962) a los 22 años. Después siguieron Juego limpio (1963), El che amor (1965), Su fuego en la tibieza (1983), Apuntes (1986), Luces que a lo lejos (1990), La encendida calma (2002), Notas al pie de nada ni de nadie (2007), El libro de Judith (2008), La academia Piatock (2010), Traslados (2012) y el año pasado reunió su poesía en Como sólo la muerte es pasajera, donde incluyó varios libros inéditos. “La palabra legado es demasié, como se decía entonces –opina el poeta–. Pasa que entonces, sí, entonces pero ahora y cada vez más, amo hasta la furia y el llanto esa consigna artiguista que trato de hacer mía: ‘naide más que nadie’. Por eso, más allá de los nombres, está el asombro permanente de la poesía y el constante diálogo que murmurea en cada palabra. Y el humor surrealista de Heráclito, el luminoso Oscuro, cuando afirmaba que ‘si todas las cosas deviniesen humo, las narices serían quienes deciden’. Y es que el mundo, compañeros poetas, huele a chamusquina, huele mal, huele y duele muy mal.”

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