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Lunes, 10 de marzo de 2014
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LITERATURA María Sonia Cristoff y su novela Inclúyanme afuera

“Me gustan el trabajo de bajo perfil y los gestos mínimos”

El notable y perturbador trabajo de la autora de Falsa calma profana deliberadamente los lugares comunes de la literatura, desde el oxímoron del título hasta la inclusión de un cuaderno de notas como un modo de “recuperar el afuera de la trama”.

Por Silvina Friera
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“Tengo una especie de resistencia a la literatura argentina, a lo que hay que leer para ser una ‘escritora argentina’”, plantea Cristoff.

El arte de callar quizá sea el modo más sigiloso de intervenir. Un personaje femenino, una intérprete simultánea y una saboteadora de bajo perfil –una modesta “anarquista” del siglo XXI que lejos está de ponerse el ropaje de una heroína romántica– le muerde la cola a la lengua suelta, al simulacro de conversaciones vacuas. Mara, el personaje en cuestión, llega a Luján para trabajar en el Museo Udaondo. Su plan es hablar lo mínimo e indispensable. No preguntar. Ejercitar el arte de callar en interacción con el mundo un año. Nada más. Pero hay más, un proyecto minuciosamente calculado: dos caballos exhibidos en el museo que Mara se encargará de arruinar. “Nunca estuvo tan cerca de un caballo, ni vivo ni muerto ni embalsamado. Pensar que, como ella, anduvieron de un lado al otro durante años y ahora quedaron inmóviles en una sala. Paradójico tributo. No hubiese querido otro, la verdad. Su experimento en la impasibilidad surgió, de hecho, a partir de una de las fuerzas más potentes de este mundo: la saturación. Llegó a este pueblo implacablemente hastiada de lo que dejó atrás. Les preguntaría, si no fueran caballos, y si no estuvieran embalsamados, si lo mismo les pasó a ellos. Si también, como ella, son resabios de un cosmopolitismo herido”, se lee en Inclúyanme afuera (Mardulce), notable y perturbadora novela de María Sonia Cristoff que profana deliberadamente los lugares comunes de la literatura desde el encantador oxímoron del título. Tal vez Cristoff –a través de esa fugitiva que es Mara y de la radicalidad de su obra narrativa– sea esa encomiable duelista que recoge el guante de su admirado J. K. Huysmans, citado en esta novela en el cuaderno de notas. Los lectores decidirán si son digresiones del personaje –que además escribe un manual de retórica– o de la autora.

“Me gusta mucho trabajar con el oxímoron –reconoce Cristoff con ese timbre de voz que transmite la calidez de una narradora que cultiva el bajo perfil–. De las poquísimas clases que disfruté en la facultad, una de ésas fueron las de Nicolás Rosa. El siempre decía que cada persona tiene una figura retórica que la identifica. Aunque no lo sepa. Diría que la mía es el oxímoron.” La frase del título, agrega, es una respuesta del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. “Cuando le preguntaron sobre su pertenencia al boom, él dijo: ‘Ah, no, del boom a mí inclúyanme afuera’. Esta frase podría decirla Mara, a pesar de que la novela está narrada en una falsa tercera persona”, plantea la escritora en la entrevista con Página/12. El cuaderno de notas incluido en la novela –digresiones a partir de textos rarísimos y disímiles de A.F. Tschiffely, Xavier de Maistre, J. K. Huysmans y Enrique Udaondo, entre otros– es un modo de “recuperar el afuera de la trama”. Lejos de esquivar lo autobiográfico, Cristoff revisa ese itinerario que va del “gesto” de la escritura a la publicación. “Empecé a publicar cuando pude salir de las tramas. Tuve de entrada una carrera de Letras, que creo es el primer antídoto contra ser escritor. A pesar de que le agradezco un montón de cosas, en ese tiempo, hace dos décadas, mientras estudiaba letras, escribía teniendo naturalizado que escribir una novela era escribirla al modo realista-naturalista. Dejé tres manuscritos sin terminar. Me daba mucho rechazo. Me paralizaba no por temor sino por hartazgo de la trama y la psicología de los personajes. Me daba cuenta de que eso no lo aguantaba más.”

Cuando Cristoff terminó la carrera de Letras, eligió la orientación en lingüística. “Un día hice un poco lo que Mara hizo, pero a mi manera –revela–. Estaba en el Instituto cuando agarré mi bolsito y me fui caminando. Y no volví más al mundo de la Academia. Como había estudiado antes traductorado en inglés y siempre tuve vínculos con la lectura en inglés, me surgió un trabajo que consistía en pasarme dos meses en una estancia perdida, traduciendo diarios de un viajero inglés, Thomas Bridges, uno de los primeros blancos en asentarse en Tierra del Fuego. Mucha gente cree que soy especialista en viajes, pero yo soy especialista en huidas. Odio viajar, no me interesa casi nada de lo que veo. Me interesa estar afuera. El Inclúyanme afuera, podría ser, como bien me dijo (Luis) Chitarroni, el título de mi autobiografía.”

Sonríe como si buscara la curvatura precisa para que los labios desplieguen la vibración de simpatía adecuada, sin atisbos de adulación ni exageración. En esa fuga a Tierra del Fuego en los años ’90 se encontró por primera vez con los relatos de viajeros, de los que fue durante mucho tiempo una lectora adicta. “De pronto percibí una confluencia de disciplinas: la traza antropológica, el informe científico-naturalista. Esas lecturas me permitieron descubrir que las novelas se podían abrir así. Por supuesto que después, leyendo, uno encuentra que eso no es nada nuevo y que muchas de las novelas que leímos o leemos tienen que ver con esto. De hecho, la inclusión de Huysmans en el cuaderno de notas como programa de escritura no es menor. A partir de ahí pude empezar a publicar y no hartarme de lo que hacía. En los primeros textos que escribí, llamados crónicas, trabajé con esa confluencia. Después fue mutando y quizás en la novela anterior (Bajo influencia) y en ésta también está el hecho de hacer entrar junto con la peripecia algo que sea exterior. En este caso, los cuadernos de notas.”

–¿De qué huye Mara?

–No está muy explicado en la novela, prefiero que aparezcan las esquirlas. Es una novela plagada de sabotajes, hay dos sabotajes que son de Mara, pero hay otros dos sabotajes más. Uno es el de Ringo, que supone un sabotaje familiar para hacer lo que quiere. Y el otro sería el sabotaje de Honoria con los archivos de Udaondo, pero en realidad pareciera que es una especie de deseo o proyección de Mara. En su vida como intérprete, el primer sabotaje de Mara es, en vez de traducir lo que está diciendo el filántropo de estos tiempos en una conferencia, ponerse a leer un manual de retórica sobre la manipulación que ella está escribiendo. Mara es una persona que vive cooptada por el discurso de los otros, como vive la mayoría de la gente. Pero en el caso de un intérprete, encerrado en una cabina, es más obvio. La actitud de Mara es de resistencia; una manera de salirse de lo que se espera. Pero una cosa es esa conferencia que eligió para hacer su acto final y otra de qué huye. Diría que huye de la vida productiva; que es casi una novela contra lo que se supone es la vida productiva. Tiene que ver con hacer un gesto inútil, una palabra a la que le tengo mucho aprecio.

–¿La literatura está contaminada por el mandato de “la vida productiva”?

–Sí, absolutamente. Y es algo contra lo que hago mis pequeñas resistencias. Por suerte, la literatura argentina no logra subirse a ese carro espantoso del escritor profesional. Con esto no quiero hacerme tampoco la romántica. Me encanta publicar y participo de un montón de protocolos de la institución literaria. Pero participo con mis prevenciones sobre toda esta cuestión que se exacerbó en los ’90 de intentar copiar el modelo norteamericano del libro por año, el agente literario, el escritor profesional o “el escritor de solapa brillosa”, como lo llamo yo. Toda esa idea, en efecto, se traduce en el correr atrás de los premios; algunos los respeto, pero no hay que correr atrás de todos los premios. Lo que tiene de bueno la vida literaria argentina es que, como todos tenemos que hacer otras cosas para escribir, terminamos escribiendo lo que realmente necesitamos. Pero no hay necesidad de escribir tanto, de publicar tanto. Detesto la idea de carrera, pero no quiero ponerme en la vereda contraria para nada. Doy clases de escritura en una universidad y en otros lugares. Me interesan esos espacios como lugares de interlocución. Pero estoy en contra de la idea de progreso, de que hay que publicar primero en las pequeñas editoriales y después en las grandes. Primero hacer otros trabajos, después sólo escribir. ¿Quién dice que tenés realmente algo para decir cada año? ¿O quién dice que tenés que publicar toda la vida? No sé... Me interesa escribir con esa idea siempre presente de que tal vez en un momento no tenga nada más que decir.

–A través de la perspectiva de Honoria, se cuestiona el individualismo de Mara. Honoria le dice que los actos de resistencia individual terminan siendo aislados e inútiles. Que es necesario organizar las fuerzas para asediar “la fortaleza del enemigo”...

–Sí, es así. Honoria es el gran personaje antagónico de Mara. El discurso de Honoria es casi una reescritura de fragmentos de Lenin contra los anarquistas de principio del siglo pasado. Veo estos personajes más en la línea de Michel de Certeau y lo que a partir de él se piensa ahora como micro-resistencias. Muchas me parecen banales, como Occupy Wall Street y varios de esos movimientos, tal vez porque son poco autocríticos y están romantizados. En cambio, me interesa el planteo de Certeau, de la persona que hace de su vida cotidiana no una completa práctica de resistencia, sino un pequeño acto de resistencia. Honoria es claramente un personaje anacrónico y está influida por la retórica marxista. Algunos hackers me parecen muy interesantes haciendo micro-resistencias. El tipo de resistencia de Mara bordea eso que está en el epígrafe de (David) Markson, los fool’s experiments, que no sabés si es el experimento de un loco o de un tonto. Estas resistencias contemporáneas se prestan a ser leídas desde un lugar heroico y romántico. Lejos de mí todo eso. La ética del silencio y del bajo perfil de Mara es importante. ¿Qué le pasó a esta loca que se la agarró con esos caballos? No quería una resistencia heroica ni épica. Es un acto único que empieza y termina. No se puede volver a arruinar esos caballos.

–¿Cómo sería sabotear las fórmulas y recetas de la literatura?

–Me parece muy ambicioso como programa (risas). Desde mi lugar, más bien adhiero a prácticas ínfimas de resistencia por los lugares donde circulo. Y en lo que escribo y en las decisiones que tomo en cuanto a dónde publicar. Son pequeños gestos... No quiero contestar cómo sabotear la literatura porque me parece un plan bárbaro pero no puedo sumarme a esas filas. Me gustan el trabajo de bajo perfil y los gestos mínimos. Intento hacerlo cuando escribo, intento hacerlo diciendo que no a muchas cosas y tendencias, a etiquetas que me han pasado cerca, a propuestas que no tomo justamente porque me parecen recetas. Escribiendo muy próxima a la no ficción, como escribo yo, no quiero tener nada que ver con los nuevos cronistas ni la Fundación para un Nuevo Periodismo. Escriben con recetas y supuestos que me parecen anacrónicos, en el mal sentido de la palabra. Me parecen banales, atrasados. Desde que empecé a publicar, me ponen la etiqueta de cronista. Las etiquetas son problemas de los otros y yo me hago cargo de que Seix Barral quiso publicar un libro bajo la etiqueta crónica (Falsa calma) y con eso iniciar una colección. Y dije que sí porque confío en los buenos lectores. Los géneros son formas de lecturas. Evidentemente pesó sobre mí esa categoría contra lo que no peleo. De hecho, escribo crónicas y tengo gran respeto por algunos abordajes.

En la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Tres de Febrero, Cristoff es responsable de la materia Modalidades y Técnicas de la Narración. “No doy lo que el mainstream actual entiende por crónica –aclara–. Doy algunas crónicas para discutirlas, otras para trabajarlas; pero especialmente leemos muchos diarios, cuadernos de notas, todas estas formas no ficcionales próximas a la literatura en las que surge la pregunta: ¿son o no son literatura?”

–En los cuadernos de notas hay un recorrido de lecturas atípicas. Son autores y textos “menos que menores”... pocos se animarían a decir que hay que leer, por citar un ejemplo, “Viaje alrededor de mi cuarto”, de Xavier de Maistre. Hay siempre una línea de autores canónicos y otra línea con autores menos canónicos. Además, están los autores olvidados que de tanto en tanto son rescatados. Y hay otra línea que es un cúmulo nebuloso de autores que son recuperados por lectores muy específicos, como sería su caso, ¿no?

–Sí, estoy de acuerdo. Siempre tuve una especie de resistencia a la literatura argentina, a lo que hay que leer para ser una “escritora argentina”. Diría que no soy una escritora argentina, sino una escritora en la Argentina. Me gusta más definirlo territorialmente. Por eso leo genuinamente cualquier cosa. Todos los escritores que me interesan no le interesan a casi nadie. Huysmans es uno de mis escritores favoritos, por lo menos hasta antes de volverse tremendamente religioso. (Victor) Segalen, sin duda, especialmente René Leys; para mí es el maestro de la ambigüedad en esa novela. Hay siempre una cosa que está por decirse y no se termina de decir. Una autora que me interesa muchísimo es la suiza Annemarie Schwarzenbach. Todos estos escritores han escrito en esa línea vacilante o en esa zona ambigua. (Bruce) Chatwin es un escritor que me interesa mucho; es un maestro de la prosa. La respiración de una prosa me marca definitivamente y no tiene que ver necesariamente con la frase bien escrita. Me interesan las escrituras porosas, medio en los bordes, donde la misma literatura está puesta en cuestión y a la vez reafirmada como literatura.

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