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Martes, 21 de octubre de 2014
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Adrián Paenza habla de su libro La puerta equivocada

“Me gustaría estimular a los chicos con prueba y error”

El matemático y periodista, que recibió este año el Premio Leelavati, se propuso seducir a los lectores con problemas para pensar y discutir, esta vez a partir de cuentos. Aquí explica además su posición sobre las políticas de Estado respecto de la ciencia.

Por Silvina Friera
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“Lo que hemos hecho hasta acá como comunicación de la matemática en los últimos cuatrocientos años ha fracasado.”

La chispa de una revelación ilumina las pupilas del matemático y periodista. “La única manera que tengo de seducir es proponiendo problemas para pensar y discutir entre todos”, dice Adrián Paenza a Página/12, con esa avidez tan cálida como persuasiva con la que persigue el asombro y promueve la curiosidad de sus lectores. La puerta equivocada (Su-damericana) despliega cuentos donde la matemática teje la trama de las historias narradas. Hay cuentos de magos, de aviones que no se caen, de autos que van más rápido por la ruta. Cuentos sobre chocolate, sobre viajes de caballos en un tablero de ajedrez, de estrategias, de sorpresas. Cuentos sobre la escoba de quince o el juego del diez mil. En esta nueva entrada al parque de diversiones de la matemática no podían faltar historias ligadas a la vida cotidiana: ¿cuánto dinero tiene que invertir un padre si quiere ayudar a su hijo a comprar figuritas con jugadores de fútbol que le permitan llenar un álbum? Uno de los relatos es un “policial deductivo” de dos sabios confinados en un castillo con dos torres, aislados y con poca información. “Un día me llamó Manu Ginóbili desde Bahía Blanca para decirme que estaba con unos amigos jugando y quería saber cuál era la probabilidad de ganar... o incluso de perder. Y jugaban por el honor, no por dinero”, cuenta Paenza en el prólogo de este libro, el noveno de la saga matemática, que presentará el próximo sábado a las 17 en Tecnópolis.

–¿Por qué usa los recursos de la ficción para contar las historias de La puerta equivocada?

–Me gustaría tener la chance de quedarme con el crédito de que lo planifiqué, pero lamentablemente no fue así. Si hay algo para hablar de las figuritas del Mundial es porque hay un campeonato mundial y yo veo a chicos o familiares míos que están comprando figuritas y que se preguntan cuánto dinero tendrán que poner; una pregunta pertinente que a lo mejor la puede contestar la matemática. Si estás manejando y hay un atascamiento del tránsito, parece que la fila donde estás es la que se mueve menos y cuando cambiás empieza a moverse la otra, o cuando vas al supermercado y hay tres o cuatro filas y te ponés en la que menos avanza; son cosas que pasan en la vida cotidiana. Cuando empecé a recolectar las historias, que es lo que hago una vez por año, advertí que había una tendencia. Me doy cuenta de que escucho a mucha gente y se me ocurren cosas. Nadie entra a una casa por el baño, ¿no? Los matemáticos tendríamos que tener una participación distinta. Ya hemos diagnosticado el problema, ya sabemos qué hicimos mal, hagamos algo para cambiarlo. Creo que hay distintas avenidas que están surgiendo. Las plataformas digitales contribuyen. El hecho de que todos mis libros puedan bajarse gratuitamente por Internet parece que fuera una cosa más, pero en realidad no es así. Se han vendido casi dos millones de ejemplares, pero se han bajado muchas más veces por Internet. Esas son cuentas que no llevo porque es gratis. Y así es como corresponde que sea. Todo lo que tiene que ver con el conocimiento hay que socializarlo. Así como hay un “nunca más”, me atrevería a decir “nunca menos” en la medida que hemos logrado avanzar en determinadas líneas que no deberían vulnerarse.

–Es la primera vez que la idea de equivocarse, algo que viene trabajando en todos sus textos, aparece en el título.

–En el primer libro creo que está la historia del “no sé”, que fue lo que aprendí con Miguel Herrera. No sé si conté esta anécdota. Estábamos grabando Alterados por PI en una escuela. Cuando entré al patio, de pronto se me vinieron encima como doscientos chicos de primaria que estaban en el recreo. Uno me preguntó: “¿Cuánto es 1000 por 1000?”. Otro me preguntó: “¿Hay un número más grande que el infinito?”. Una nena me tironeó del brazo izquierdo –esto está grabado– y me dijo: “¿Vos no te equivocás nunca?”. ¡Mirá la fantasía de esta nena de que no me equivoco nunca! La percepción que hay en la sociedad de los que hacemos algo que tenga que ver con la matemática es de tipos que están en un lugar distinto. Eso es lo que hay que romper; hay que exhibirse falible y vulnerable. ¿Por qué no mostrarnos vulnerables si lo somos? Yo soy una máquina de dudas. Está muy claro que lo que hemos hecho hasta acá como comunicación de la matemática en los últimos cuatrocientos años ha fracasado. Por lo menos ha fracasado la idea de comunicar la belleza que tiene. La gente no asociaría la belleza con la matemática.

–¿Cómo se cambia esa percepción?

–Los docentes aprendieron una manera de enseñar y no podés decirles que a partir de hoy está todo mal y que hay que hacer otra co sa. Con toda razón, el docente tiene miedo, está preocupado. Las nuevas tecnologías a lo mejor le quedan de costado o las ha visto de refilón, no tiene entrenamiento y hay que prepararlo. Pero no les podés decir a los chicos: “Dejen de crecer durante cinco años, pongan el crecimiento en pausa que nosotros vamos a entrenar a los docentes y después volvemos”. Hay que cambiar la forma de educar, para lo cual tenemos que empezar a horizontalizar: el chico aprende junto con los docentes. Es muy difícil para un adulto tolerar que venga un chico y te diga: “Yo sé lo que vos no sabés”... Es una sensación muy rara.

–Nunca todo tiempo pasado fue mejor. Despejada esta cuestión, quizás hace cincuenta años un chico tenía pocos instrumentos para “saber más” que el padre o el docente. Hoy las nuevas tecnologías generan que los chicos estén en contacto inmediato y directo con toda una masa de información circulante que desde lo tecnológico sí permite afirmar que probablemente saben más que sus padres, ¿no?

–Es muy interesante lo que decís, pero me gustaría hacerte una observación. En aquella época, hace cincuenta años, yo estaba en la facultad, el maestro dictaba clase. Y el verbo “dictar” implica que alguien dicta, y el otro agacha la cabeza y anota. La educación tenía este precepto de autoridad vertical. Cuestionar la autoridad no significa no adaptarse a las reglas sociales, significa preguntar por qué. No quiero seguir haciendo algo porque la autoridad me lo dice, la obediencia debida. La estructura de la sociedad y la forma de la educación eran verticalistas y mucho más conservadoras. Todo era mucho más estructurado. Mirá lo que pasaba con los zurdos. Yo tenía un compañero de banco que era zurdo. A este chico le ataban el brazo y, cuando agarraba algo para escribir, la maestra le pegaba con una regla. No estoy hablando de hace trescientos años, estoy hablando de hace cincuenta: lo viví yo. ¿Qué otras cosas estaremos haciendo mal hoy, que no nos damos cuenta y tomamos como naturales?

La pregunta silba en el aire. Su eco persistente queda rebotando en busca de una respuesta provisoria. El lanzamiento del satélite Arsat-1 es algo que advirtió que ocurriría cuando conoció la Estación Terrena Benavídez, en una emisión del programa Científicos Industria Argentina. “No podía creer que no fuera tapa de los diarios. Puede no gustarte cómo juega el equipo, pero lo que no podés hacer es falsear el resultado. No podés decir que el partido está 1 a 1 cuando la Argentina va ganando 2 a 0. El Arsat-1 es muy relevante, un salto de calidad muy fuerte –pondera Paenza, que recibió este año el Premio Leelavati, el máximo reconocimiento internacional a la tarea de divulgación de la matemática–. Muy difícilmente alguna persona diga que está en contra de la ciencia. Se puede estar a favor, declamar todo lo que quieras, pero después, cuando se apagan los micrófonos, el Estado tiene que poner 270 millones de dólares para construir un satélite como el Arsat-1 y otros 80 millones de dólares para lanzarlo. Ningún político diría que está en contra de la ciencia, pero después tienen que poner la plata.”

–Desde la oposición política y ciertos medios de comunicación no faltarán quienes cuestionen esta inversión del Estado con el argumento de que sería mejor que se la destinara a la educación o a la salud. ¿Qué diría usted ante este tipo de planteos?

–Hacer política es tomar determinaciones y plantear cuál es tu tabla de prioridades: qué ponés primero, segundo y décimo tercero. En mi modelo, la ciencia y la educación están entre las primeras cosas. El Arsat-1 le dio trabajo a un montón de gente y ya se está hablando del Arsat-2. Ahora tenemos una infraestructura y un know-how, hemos preparado a un montón de gente; a lo mejor van a venir a pedir que construyamos satélites para otros. Todo esto es una fuerte apuesta. Escuché que decían que es “propaganda oficial”. No sé si es propaganda oficial, es lo que pasa. Despintémonos la cara por un rato y preguntémonos si estamos de acuerdo en algunas cosas. ¿En esto tampoco? ¿Qué es lo prioritario? Que cada candidato político diga lo que es prioritario, que lo escriba en una lista para que podamos cotejar. Pero que diga cada uno cuál es su programa y cómo lo va a implementar, porque si lo piensa pero no lo dice y simula –“síganme que no los voy a defraudar”–, hay un problema porque se está engañando a la sociedad. Que cada uno diga lo que va a hacer y que se lo banque. Hay que hablar claramente y no esconder los pensamientos. Si esto se trata de propaganda, ¿querés que promocione un robo o un asesinato? Yo no voy a poner el foco en eso.

–“El problema de Luis Scola” en el libro revela que muchas veces está la tentación inmediata de relacionar cosas que no tienen ninguna relación. ¿Cómo explicar esta cuestión?

–Vivimos constantemente con problemas de lógica. Si entro a un ascensor y hay dos señoritas y a una le digo: “¡Qué bonita que es usted!”, eso no implica que estoy diciendo que la otra señorita no es bonita. Esto es un error de lógica: estoy haciendo una afirmación respecto de una de las señoritas. Una afirmación sobre una persona no dice nada sobre la otra, pero hacemos constantemente extrapolaciones erróneas. La matemática ofrece todo el tiempo la manera de corroborar, de hacer las cuentas, de no someterte a algo. Y cuando no entendés, tenés que decir “no entiendo”. Poder decir “no entiendo” es un gran liberador de presiones. El problema es que la sociedad está siempre buscando a ver quién llega primero, quién salta más alto, quién corre más rápido. ¿Y con todos los demás qué pasa? No hay que legislar solamente para el primero, ¿qué pasa con el resto?, ¿somos todos fracasados? La matemática te ofrece la posibilidad de trabajar en conjunto. Siempre estoy atento a la creatividad. Los científicos no publican los fracasos, publican únicamente los aciertos. Pero para haber llegado a la estación terminal pasaron por un montón de lugares.

–¿Cree que falta creatividad en la enseñanza de la matemática?

–Excluiría la palabra “no” de los colegios, excluiría los aplazos, aunque sé que inmediatamente van a decir que si se va aprobar a todo el mundo los chicos no van a saber nada. Ese es un problema, no lo niego, pero me gustaría estimular al chico con la prueba y el error, que es como surgen todas las creaciones, con un montón de gente probando. Cuando (Albert) Einstein llegó a la teoría de la relatividad, fue el primero en poder escribirla, pero había otra gente que estaba en el camino y que posiblemente hubiera llegado también. Cortar la creatividad de un niño es injusto. Cuando se habla de los coeficientes de inteligencia, hay un dicho que dice “lo que Natura non da, Salamanca non presta”. Es horroroso; además no sé lo que es la inteligencia. Lo único que demuestra un puntaje bajo es que ese día ese chico no pudo resolver ese problema. No quiere decir nada, pero lo descalificás. Me doy cuenta de la vulnerabilidad que tiene lo que digo porque si yo estuviera del otro lado me preguntaría: ¿Qué estás proponiendo? ¿Que todo el mundo apruebe y pase de grado sin saber? Lo que propondría discutir es lo que se tiene que saber. No tengo respuestas y no soy la persona indicada, hay especialistas que piensan las cuestiones de pedagogía y tienen la autoridad que yo no tengo. Lo único que puedo hacer es decir lo que me parece. Y quiero tener cuidado cuando digo las cosas que me parecen, porque me gustaría que si alguien lee esto le sirva para discutir la idea que pongo sobre la mesa sin el afán de tener razón, sino con el afán de poder discutir como se hace en ciencia: alguien afirma algo y lo pone sobre la mesa para que sea, entre comillas, atacado por sus pares. Si hay respuestas para cada cosa, la teoría sobrevivirá el embate de aquellos que son los que dudan y que la hacen luego verdadera. Yo puedo poner en duda todo.

Fuera de la norma

–Luis Scola y Manu Ginóbili, dos estrellas del básquet interesadas en la matemática, participan activamente en este libro. ¿Por qué parece no haber un equivalente de esta curiosidad por la matemática entre los futbolistas?

–Estoy menos conectado con los jóvenes jugadores de fútbol. Paso buena parte del año en Estados Unidos y estoy ligado con la gente del básquet; en cambio con el fútbol estoy más conectado con la generación de (Carlos) Griguol y con otras personas que son más de mi edad. También estoy pensando en mi núcleo de amigos... Tití Fernández dice que lo “torturé” durante el mundial del ’90. A medida que íbamos manejando en el auto, yo le iba haciendo problemas. Víctor Hugo valora lo que hago, pero no se involucra con resolver los problemas. No hay gente del fútbol, no sé por qué.

–¿Y Marcelo Bielsa? Quizá sea la mente más luminosa en el mundo del fútbol, ¿no?

–Lo obvié adrede, prefiero no hablar de Marcelo. Se sentiría muy incómodo. Lo único que puedo hacer es respetarlo y no divulgar algo que no debiera. Marcelo es una persona fuera de serie, pero en el sentido estricto de la definición. El está fuera de la norma.

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