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Domingo, 2 de agosto de 2015
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SE EDITO EN LA ARGENTINA LA FILOSOFIA DE LA GENERACION BEAT Y OTROS ESCRITOS

Un viaje al interior de Jack Kerouac

El volumen que acaba de lanzar Caja Negra incluye varios textos del estadounidense que sirven para poner su obra en perspectiva: “Jamás me calificaron de ‘sensible’ ni de artísticamente dotado, me desdeñaron como un vagabundo analfabeto con diarrea verbal”.

Por Silvina Friera
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Kerouac llegó a espantarse por la bastardización de “lo beat”.

Escribir era su manera de pensar. Y fue bastante lejos, a los bordes de la lengua, ahí donde nace el balbuceo. Quizá por eso parecía que estaba escribiendo todo el tiempo, desmesura que es “privilegio” o desgracia de unos pocos. “Ahora que mi mano no se mueve ya tan rápidamente como antes, los críticos se burlaron de esos dieciséis libros, creo que de estilo original, traducidos a dieciséis idiomas y publicados en cuarenta y dos países. Jamás me calificaron de ‘sensible’ ni de artísticamente dotado, sino que me desdeñaron como un vagabundo analfabeto con diarrea verbal”, confiesa Jack Kerouac en “La primera palabra”, un texto de 1967 que integra La filosofía de la Generación Beat y otros escritos de Kerouac, editado por Caja Negra con prefacio del poeta Robert Creeley (1926-2005), que incluye ensayos, ficciones breves y crónicas periodísticas del autor de En el camino, publicados en su mayoría en revistas como Esquire, Playboy, Evergreen Review o Escapade, traducidos por primera vez al español por Pablo Gianera.

En uno de los textos, incluido en la sección “Sobre los Beats”, Kerouac (1922-1969) cuenta que la Generación Beat fue “una visión que tuvimos John Clellon Holmes y yo, y Allen Ginsberg más salvajemente todavía, hacia fines de los años cuarenta, de una generación de hípster locos e iluminados, que aparecieron de pronto y empezaron a errar por los caminos de América, graves, indiscretos, haciendo dedo, harapientos, beatíficos, hermosos, de una fea belleza beat”. En su afán por despejar malentendidos –que generan movimientos o personas díscolas que se mueven en los márgenes de ciertas convenciones–, el escritor agrega que beat “quería decir derrotado y marginado, pero a la vez colmado de una convicción muy intensa”. En el artículo “Cordero, no leones”, publicado en Pageant en febrero de 1958, aclara que “estar loco no es ser beat”. “Uno puede aislarse pero eso no significa despreciar o maltratar a nadie. Lo beat no tiene nada que ver con las viejas variedades de la crítica. Es una forma de afirmación espontánea.” Amar la propia vida y escribir para preservar la huella de cada día, para hurgar desde el fondo del espíritu como si no hubiera fondo, fue el lema vital del autor de Los vagabundos del Dharma.

Kerouac escribió En el camino en mayo de 1951, novela que narra la historia de un grupo de amigos en busca de experiencias intensas mientras viajan por Colorado, California, Virginia, Nueva York y México. “El manuscrito (...) recibió juicios negativos, nadie veía sus posibilidades comerciales, pero el que era entonces mi editor, un hombre muy inteligente, me dijo ‘Jack, esto parece Dostoievski, ¿pero qué puedo hacer con algo así en esta época?’. No era el momento. Por eso durante los seis años siguientes fui vagabundo, guardafrenos, marinero, mendigo, indio en México, todo lo que se les ocurra, y seguí escribiendo porque mi héroe era Goethe y creía en el arte y quería algún día escribir la tercera parte del Fausto, y lo hice más adelante en Doctor Sax”, revela el escritor. “Cuando los editores finalmente juntaron coraje y publicaron En el camino en 1957, todo explotó; no quedó nadie que no hablara de la Generación Beat.” El problema fue que esa explosión devino caricatura de estereotipos canallescos. “Imagínense el horror que sentí cuando empecé a advertir que lo beat se generalizaba a los diarios y las revistas, la TV y el viscoso circuito de Hollywood que comprendía ‘la delincuencia juvenil’ y el horror de ciertos clubes de Nueva York y Los Angeles.” Una anécdota reveladora es cuando narra lo que le dijo su hermano Gerard Kerouac, que murió a los 9 años: “Jean, no lastimes nunca a un ser vivo, todos los seres vivos, un gatito, una ardilla, lo que sea, irán directamente al cielo, a los brazos níveos de Dios, así que nunca los lastimes y si alguien lo hace hay que impedirlo de la manera más pacífica posible”. El autor de Big Sur añade: “Nunca tuve nada que ver con la violencia, ni con el odio, la crueldad ni con el sinsentido del horror”.

Poner el cuerpo en el movimiento de la palabra. Eso hizo Kerouac, nadando en el mar de la lengua. “La nueva poesía estadounidense tal como aparece representada en el Renacimiento de San Francisco (...) es un tipo de poesía Lunática Zen, nueva y vieja a la vez, la escritura de lo que se le pase a uno por la cabeza como venga, una poesía devuelta a su origen, a su infancia bárdica, puramente ORAL como repite Ferling, en lugar de las grises argucias académicas”, postula en “Orígenes de la alegría en la poesía”, publicado en Chicago Review en 1958. “Creo que (Louis-Ferdinand) Céline fue el escritor más piadoso de su época”, subraya en otro artículo, y dice que leer Viaje al fin de la noche fue “como ver la más grande película francesa jamás filmada”.

La genealogía de sus afinidades podría estar sintetizada en una suerte de “miscelánea” biográfica que escribió para The New American Poetry. “La primera tentativa de escritura ‘seria’ se produjo a los diecisiete años, después de que leí algunos datos sobre la vida de Jack London. Igual que Jack, empecé a pegar en la pared de mi habitación ‘palabras largas’ para poder memorizarlas. A los dieciocho leía a Hemingway y a Saroyan y empecé a escribir relatos breves en ese estilo en general. Después leí a Thomas Wolfe y empecé a escribir en un estilo copioso. Más adelante leí a Joyce y escribí una novela juvenil como Ulises que se llamaba Vanity of Duluoz. Y entonces llegó Dostoievski. Finalmente entré en una fase romántica con Rimbaud y Blake que llamé el período ‘límite de mi mismo’, y quemé todo lo que había escrito para conquistar ese ‘límite de mí mismo. A los veinticuatro, la lectura de Dichtung und Wahrheit de Goethe me preparó para el concepto idealista occidental de la literatura. El descubrimiento de un estilo propio basado en una manera espontánea de enfrentarse con el mundo procedió de la maravillosa narrativa libre de las cartas de Neal Cassady, un formidable escritor que se convirtió en el Dean Moriarty de En el camino. Aprendí también a demorarme en el sonido de las palabras gracias a Allen Ginsberg y William Seward Burroughs.”

En uno de los últimos textos de 1969, “¿En qué pienso estos días?”, aparece el escepticismo del Kerouac conservador que votaba a los republicanos y apoyó la guerra de Vietnam. “Soy el gran padre blanco que procreó una multitud de radicales enloquecidos”, expresa con enfática ironía. A pesar de esa amargura, desde una especie de profunda religiosidad, aventura un futuro ajuste de cuentas con el relato sentimental de una generación. “Me atrevo a proponer la profecía de que la Generación Beat, juzgada ahora como un nihilismo idiota bajo la forma de una nueva condición hip, será a la larga la generación más sensible de la historia de América.”

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