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Lunes, 10 de agosto de 2015
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Pola Oloixarac habla de Las constelaciones oscuras

“El hacker me interesa como héroe político”

La escritora sostiene que su nueva novela “está pensada como una especie de historia de la ciencia alternativa, una suerte de peronismo high-tech”. ¿Cuál sería el monstruo para este héroe-hacker? Según Oloixarac, “el complejo industrial-militar” que gobierna el mundo.

Por Silvina Friera
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“Acá la política es muy sensible a la tecnología; naturalmente la siente parte de ella y la incorpora.”

La galaxia de la escritora políglota está habitada por antiguos exploradores decimonónicos, nerds devenidos hackers a fines del siglo XX, como Cassio –mitad argentino, mitad brasileño–, hacedor de una serie de virus informáticos, y una bióloga estrella; criaturas unidas a través del proyecto “Estromatoliton”, que informatiza el ADN de millones de personas. “La idea de un mundo de actores racionales movidos por un ideal romántico-cerebral, realizando su potencia por medio de la explotación de la debilidad, animaba la fase eufórica y barroca del liberalismo utópico de los años noventa, de la que Cassio participaba en forma íntima y todavía marginal –se lee en Las constelaciones oscuras (Literatura Random House)–. El imperativo es explotar la debilidad, encontrar el error, la falla por donde entrar; eso le permite asegurarse el acceso a zonas por las que sólo una elite muy específica tiene el don de circular.” Pola Oloixarac vuelve al ruedo después del alboroto que causó hace siete años con Las teorías salvajes, su primera novela publicada en 2008. El regreso es de la mano de una narración híper tecnológica que combina el registro de la ciencia ficción de estirpe apocalíptica con la reflexión epistemológica.

Las constelaciones oscuras adopta el formato de un tríptico: “Niklas, 1882” –el explorador–, “Cassio, 1983” –el hacker– y “Piera, 2024”, la bióloga. “Yo había escrito varias notas de tecnología y sobre el mundillo de los hackers, algunas para Radar. Tenía ganas de hacer una historia de los hackers argentinos, pero había comenzado una novela que iba a ser solamente de exploradores, que es el principio de Las constelaciones... Aunque empezó con el mundo de los exploradores, estaba latente esa necesidad subterránea de vincularlos. Al principio no entendía muy bien la relación, por qué tenían que estar juntos exploradores y hackers, después fue clarísimo que uno es una evolución del otro. En el siglo XIX tenés los exploradores que se integran a la selva con la intención de mapear el mundo, de conocerlo, de medirlo. Los hackers entran dentro de la máquina y tienen una relación con el conocimiento súper íntima, que también es como otra manera de meterse en la selva. Los dos ponen en juego individualidades que se pierden en esos territorios. El hacker me interesa como héroe político. Hay tantas cosas que cambiaron en estos últimos quince años desde que Internet irrumpe en nuestras vidas. Hay tantos mecanismos de control a los que no les damos bola, que explotaron un poco con (Edward) Snowden, pero hay muchos miles más y se siguen ramificando. El hacker es la persona que está mirando estas cuestiones de una manera inteligente”, plantea Oloixarac en la entrevista con Página/12.

–¿Por qué el hacker es un héroe político?

–El accionar del hacker tiene una fuerza subversiva. Hay una especie de relato de la vida en que los personajes se tipean a sí mismos, tipo en Google o en Facebook, y de alguna manera esto genera una novela total de la gente, pero es una novela donde no hay derecho a resistencia; no tenés derecho a resistirte a ser un personaje de esa novela. Lo que es interesante de los hackers es que lo vuelven político porque señalan el problema del derecho a resistencia, donde yo tengo que retrotraerme de esa mirada, tengo que reescribirme y plantear límites o sea rediseñar unos nuevos límites porque los nuevos límites de mi individualidad han sido reformulados.

–Aparece en la novela el costado anárquico del hacker, pero también lo místico, por extraño que suene. La tecnología puede generar un nuevo misticismo, ¿no?

–Es cierto que en un punto uno podría señalar una paradoja. Como partís de una actividad de racionalidad pura, de abstracción absoluta, es muy curioso pensar que trabajando en esos términos se avance hacia un espacio de misticismo, cuando esa religiosidad se ubicaría en un terreno más sentimental. Uno tiende a separar la razón de la religión, ¿no? Hay algo paradojal en ir de este raciocinio a la percepción de estos abismos, aunque no me parecen que sean sensaciones encontradas. La cuestión de la anarquía es más complicada... En un momento un personaje le dice a otro que el mundo no se destruye porque la gente es muy buena; que existe la capacidad de hackear cosas y destruir sistemas y no ocurre porque hay hackers que deciden no hacerlo. Yo hablé con hackers que me trasmitieron cosas de ese tenor, pero después vi un video de unos pibes hackers que en 1995 plantearon todas las vulnerabilidades que tenía Internet y cómo a ellos no les costaba ni un pelo hacer caer todo el sistema. Incluso, como una cosa on the side, en el final de Las teorías salvajes hay una vulnerabilidad de Internet y los personajes se aprovechan de esa vulnerabilidad, un problema de Internet que no se puede solucionar. O sea que cada computadora se va conectando a un server y de esa manera no es una relación horizontal, peer to peer, como en un momento era Skype, sino que tenés una estructura jerárquica. Y justamente es la estructura jerárquica la que lo vuelve vulnerable a cualquier ataque porque se toma control de los servers y por lo tanto se toma el control de todo lo que está abajo.

–¿A mayor horizontalidad, menor vulnerabilidad?

–Exacto. Si hubiera un orden horizontal, peer to peer, donde me conecto con tu computadora, esas vulnerabilidades no podrían ser explotadas. Internet surgió de la idea de que había que distribuir datos en un mapa horizontal para tener la información separada en paquetes. En la novela, a Cassio le parece un horror un mundo en el que no hay reglas, un mundo donde cualquiera puede hacer cualquier cosa. A mí me parece un horror también. La posibilidad de la anarquía siempre está a mano, pero a la vez es aterrorizante. Hay otro tipo de hackers que juegan con el poder de otra manera. Yo creo que en Cassio hay una tendencia hacia la anarquía, pero está también el horror que siente. Aunque la fantasía anarquista está, prevalece la tendencia hacia la racionalidad. Por lo menos los hackers que conocí actúan de esa manera: los tipos saben cómo hacer el mal y sin embargo deciden actuar para el bien. Cassio en un momento se plantea la posibilidad de trabajar para el mal o para el bien. Los hackers tienen muchas complicaciones porque viven en negro y a veces tienen que viajar a Singapur para cobrar plata. Estar afuera del sistema es difícil, es un gran trabajo. El sistema es cada vez más amable para que todos querramos estar adentro.

–¿Cassio está inspirado en alguno de los hackers que conoció?

–Sí, en varios. Tenía muchas ganas de rendir homenaje a estos chicos legendarios. En Argentina hubo una comunidad de hackers muy importante. En los años ’90, estaban hackeando al mismo nivel que en Estados Unidos, Rumania, Rusia; eran pibes muy grossos que me parece que forman parte de la excepcionalidad que se plasma en este tipo de comunidades con conocimientos muy elevados.

–Más allá de cierta reminiscencia peronista, ¿de dónde viene la frase que se reitera en la novela: “Hackers o Dominados”?

–La novela está pensada como una especie de historia de la ciencia alternativa, como una suerte de peronismo high-tech. No me parece para nada trivial que Argentina tenga un sistema biométrico de los más avanzados del mundo. Que te tomen las huellas dactilares, las fotos y que eso se pueda cruzar con la AFIP y con otras bases de datos es algo que no se hace en todo el mundo. Hay una capacidad tecnológica muy fuerte. Yo tengo mucha admiración por la gestión de Lino Barañao, es muy significativa.

–“Hay una carrera entre la tecnología y la política; está claro cuál tiene los elementos para ganarla”, se lee en una parte de la novela. ¿La tecnología le gana a la política, como sugiere uno de los personajes?

–En Estados Unidos está la idea de que la tecnología ya le ganó a la política. Antes tenían un complejo militar-industrial con Lockheed a la cabeza, con Boeing y la construcción de aviones. En un momento el complejo industrial-militar pasa de quienes construían el hardware a los que hacen software; entonces se ve cómo el ciber zar de (Barack) Obama trabajó para Google y los que trabajan en Facebook hacen lobby dentro de Washington. En Sudamérica, por el contrario, tenemos gobiernos que muy rápidamente han absorbido sutilezas de la tecnología. Por ejemplo, la forma en que ingresó el discurso oficialista que plantea que hay que mirar bien lo que dicen los medios, la forma en que aparecen las redes sociales y la información que revolucionan el mapa de los discursos, es algo que muy rápidamente lo internaliza el kirchnerismo y eso no lo ves en otros gobiernos. Hay como una especie de sensibilidad muy grande para internalizar la tecnología. Acá la política es muy sensible a la tecnología; naturalmente la siente parte de ella y la incorpora. La manera en que se manejó el conflicto con el campo mostró esa sensibilidad enorme para captar un problema que se carnificó en lo social. Esto que está diciendo Max en la novela es una especie de visión norteamericana y yo en particular no estoy tan de acuerdo con lo que dice el personaje.

–O sea que en Sudamérica la tecnología no le ganó a la política, sino que la política asumió naturalmente a la tecnología.

–Exactamente. Y me parece que esto se ve también en la gestión de Lino. Cristina fue la primera presidenta argentina que fue a Invap, en Bariloche la adoran.

–No es difícil imaginar que arderán las redes sociales: “Pola está demasiado kirchnerista”, dirán...

–¡Pero hay cosas que están buenísimas! Honrar la importancia de la tecnología es grosso. Yo puedo no estar de acuerdo con un montón de cosas con el gobierno, pero la relación con la ciencia es la más interesante que se ha visto en democracia.

–A propósito de una idea que aparece en la novela, que es la de hackear al mundo y de todos los mundos elegir el que vale la pena, ¿qué implica hackear el mundo?

–Hacker es como una mentalidad que no se la pueden sacar de encima y que se aplica a cada cosa que hacen o cada cosa donde sienten que su mente está implicada. En ese sentido, creo que todo el tiempo hay algo que los está enfrentando a decisiones éticas. Tenés que usar tu racionalidad para ir hasta el fondo y desarmar los discursos, pero te tenés que quedar con algo. No podés quedarte con la radio toda desarmada, no hacés nada con todas las piezas desparramadas. Tenés que construir mundo y apostar por el mundo.

–¿Los hackers siguen siendo hackers o es una mentalidad que tiene que ver con un período de “rebeldía juvenil”, para decirlo vulgarmente?

–Todos empiezan en un período juvenil muy rebelde, y es muy interesante porque aprenden una ciencia como aprenden a jugar con un juguete. Esa relación es fundante y después vertebra todo lo que sigue. Pero en un momento notan que esto tiene un valor muy fuerte dentro del capital y que ingresan como vectores muy valuados dentro de la economía del conocimiento. Los hackers trabajan en seguridad, que es como trabajar para el bien. Las empresas los contratan para que miren las vulnerabilidades que tienen. Algunos trabajan para el mal, pero la mayoría trabaja de testear vulnerabilidades.

–“La clandestinidad es el único sistema”, dice uno de los personajes. ¿Qué potencia tiene esta clandestinidad para el hacker?

–El héroe político observa cuál es su enemigo y el hacker lo que ve es este complejo industrial-militar que tiene un poder enorme sobre los individuos y del cual es imposible escapar y del cual es necesario sustraerse, por lo tanto la clandestinidad se convierte en la única opción. El monstruo ahora es este complejo industrial-militar y me parece que está bueno que la literatura ayude a elucidarlo y a pensarlo. La pregunta es cuál es el monstruo, contra quién combato.

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