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Jueves, 7 de septiembre de 2006
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DANIEL SAMOILOVICH, FUNDADOR DE “DIARIO DE POESIA”

Historia de un milagro poético

La publicación cumple 20 años y su editor convoca a los festejos, que empiezan hoy con la muestra ¡Basta ya de prosa!

Por Silvina Friera
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Samoilovich habla de un cambio de actitud: “Reemplacemos la queja por cierta prepotencia...”

Nació contra la cultura del pesimismo y de la queja. En julio de 1986 aparecía el primer ejemplar de Diario de Poesía para desmontar, de a poco, ese ambiente de desesperanza y desmoralización que prevalecía entre los poetas. Fundado y dirigido por Daniel Samoilovich, la nota editorial del primer número aclaraba el sentido de esta nueva publicación, que “ha apostado contra la aceptación de las condiciones dadas, contra las letanías sobre la falta de lectores de poesía y a favor de un hacer que en su propio entusiasmo modifique las cosas”. A 20 años de la creación de este tabloide trimestral, con 73 números editados y una tirada nacional de 5000 ejemplares, no faltan motivos para celebrar. La muestra aniversario ¡Basta ya de prosa! comienza hoy a las 19 en el Centro Cultural Parque España de Rosario, con la inauguración de una exposición de materiales gráficos y audiovisuales curada por Viviana Usubiaga. Se exhibirán dibujos y bocetos realizados por Juan Pablo Renzi, Eduardo Stupía y otros artistas; libros y manuscritos que se utilizaron en la realización de los dossiers del Diario, fotografías de los poetas que fueron publicados y traducidos en sus páginas; videos, carteles y obras plásticas que documentan la historia de la publicación. Las actividades programadas se completarán con un recital y un seminario abierto, Ut pictura poesis, ideado y coordinado por María Teresa Gramuglio (ver aparte).

En la entrevista con Página/12, Samoilovich recuerda los comienzos del Diario. “Me pareció pertinente probar una manera de circulación más amplia, el tabloide que se distribuyera en los kioscos, que fuera ilustrado, que tuviera los mecanismos y recursos clásicos del periodismo y que no agregara más oscuridad a las dificultades intrínsecas de un texto de ensayo”, cuenta el poeta, y agrega que la clave del nuevo periódico residía en “hacer lo que a uno le gusta, no para uno mismo sino para los otros”. El primer número, que agotó rápidamente los 5000 ejemplares y también la reedición de 2000, presentaba un reportaje a Allen Ginsberg, un extracto de las memorias de Kiki de Montparnasse, inspiradora de muchos pintores surrealistas y cubistas en el París de los años ’20, aunque sus memorias serían un apócrifo que habría escrito el poeta cubano Mariano Brull (también se atribuyen a Alejo Carpentier). Además había un dossier de Juan L. Ortiz. “Sin contenidos, sólo con la idea de un periódico de poesía tamaño tabloide, que iba a tener secciones de información, ensayos, una agenda de servicios, novedades, hablé con Juan Pablo Renzi y le conté la propuesta. Renzi armó una especie de boceto maestro que simplemente reflejaba cómo podían estar plantadas las páginas. Y cuando lo vi, me di cuenta de que el diario ya estaba empezando a existir, que era más que una idea”, confiesa Samoilovich.

–¿Por qué “Basta ya de prosa”?

–En vez de tener una actitud quejumbrosa, reemplacemos la queja por cierta prepotencia, vamos a instalar el Diario... con convicción de que vale la pena leerlo. Desde luego que no se puede aplicar en sentido estricto a toda la prosa, porque publicamos muchos ensayos sobre poesía. La alta prosa del siglo XX es muy equiparable en su técnica y en sus pretensiones a la poesía.

–¿En qué medida el diario instaló poetas que estaban olvidados o poco difundidos?

–Es muy difícil medir eso. Tiramos algunos dados nuevos sobre la mesa en poesía latinoamericana, como los panoramas que hicimos de poesía chilena y peruana y la presencia más o menos constante de poesía uruguaya en los números, más allá de los dossiers. Pero por otra parte hubo una veta en la que insistimos bastante, especialmente en los primeros años, la tradición de poesía en inglés, como es el caso de Auden, del que en ese momento no había ningún libro completo en castellano; sólo estaba en algunas antologías de poesía inglesa. También publicamos poemas del irlandés Seamus Heaney, antes de que recibiera el Premio Nobel de Literatura.

–¿Hubo cambios en la línea editorial?

–A partir del ’92, el diario empezó a tejer más redes con los festivales y con otras revistas y autores de América latina. Si comparás los primeros números, encontrás más panoramas; en cambio, en los números más nuevos hay poesía inédita en cualquier idioma. Creo que fueron cambiando tres cosas: nos afincamos más en lo inédito, con primeras traducciones al castellano; una mayor presencia de lo latinoamericano, y hacia el número 20 empezamos a sacar poesía extranjera en forma bilingüe. Al principio estábamos más presionados por el hecho de poner más material en cada número, pero en algún momento nos sentimos lo bastante confiados como para decidir que aunque el poema en lengua original “coma” espacio, vale la pena hacerlo porque le da una mayor importancia. Publicar poesía bilingüe implica renunciar a la extensión y buscar más profundidad y seriedad en la edición; abarcar menos y apretar más.

–¿De qué modo el Diario fue dando cuenta de los debates que se fueron suscitando en la poesía argentina?

–El hecho de que algo vaya a ser publicado implica que tiene que tener sustancia y más perdurabilidad porque queda expuesto al escrutinio prolijo y detenido del que lee. Demostramos que nos podíamos meter en un debate sin que esto fuera fabricar una máquina de guerra. Si de repente salía una columna de alguno de nosotros que discutía los presupuestos del neobarroco, eso no quería decir que los seguidores de esa línea estaban para siempre prohibidos en el periódico. Otro modo de intervención, de debate y de polémica, fueron los premios de Diario de Poesía. El primer concurso hispanoamericano en 1994 lo ganó Martín Gambarotta; el segundo, en el ’96, ganaron un premio compartido Santiago Llach y Santiago Vega, más conocido como Washington Cucurto, que no tenía nada publicado en ese momento. El tercero fue en el 2000 y lo ganó Germán Carrasco. Eran premios, a su manera, altamente polémicos. El Diario tomó partido de un modo bastante contundente por lo que estaban haciendo los poetas jóvenes.

–¿Cómo hizo una publicación independiente para sobrevivir veinte años, con la hiperinflación y la devaluación?

–Y... sufrimos como todo el mundo; cada una de estas crisis significó perder un número, resignar la continuidad, fueron como tropezones, pero pudimos salir adelante. Para sortear la hiperinflación hubo una subvención de la Fundación Antorchas. El Diario... no tiene ningún secreto: se hace con lo que entra de la venta de los kioscos. Con la hiperinflación lo que cobrábamos no alcanzaba para comprar el papel. Con la devaluación no teníamos precio de papel y los primeros cinco meses del 2002 no salimos; el primer número lo publicamos recién en junio. Fueron golpes duros, pero no nos mataron.

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