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Martes, 5 de julio de 2016
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A los 93 años, murió el poeta francés Yves Bonnefoy

En los márgenes del canon literario

También traductor y crítico de arte, Bonnefoy fue uno de los grandes de la literatura francesa. Autor, además, de una excepcional obra ensayística, hasta último momento sostuvo que “hay que seguir siendo niños para continuar avanzando en las emociones”.

Por Silvina Friera
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Bonnefoy publicó más de cien libros traducidos a treinta idiomas.

“Pintar como los pintores del renacimiento, me llevó unos años, pintar como los niños me llevó toda la vida.” La célebre frase de Pablo Picasso podría tener su más cabal representante en el poeta, traductor y crítico de arte francés Yves Bonnefoy, que murió el viernes pasado en París a los 93 años. Hace poco más de un año comentaba que estaba escribiendo poesía más que nunca. “Si me pregunta cómo habita en mí ahora la poesía, debo decir que con una fuerza extraordinaria. Pero tengo claro que la patria de la infancia es la que definitivamente alimenta mi escritura. Incluso me atrevería a decir que toda escritura y experiencia poética. Lo dice un hombre de más de 90 años. Como afirma Baudelaire, hay que seguir siendo niños para continuar avanzando en las emociones”, decía el gran poeta francés que podía encontrar luz en la penumbra, un chisporroteo profundo de piedras y agua en el mismo río de la lengua. Viene a la mente, tan caprichosa como mezquina en sus elecciones, uno de sus poemas: “Sucedía que era preciso destruir y destruir y destruir,/Sucedía que la salvación sólo era posible a ese precio./ Arruinar el rostro desnudo que asciende en el mármol,/Machacar toda forma, toda belleza./ Amar la perfección porque ella es el umbral,/Pero negarla una vez conocida, olvidarla muerta/ La imperfección es la cima”.

Bonnefoy nació en Tours el 24 de junio de 1923, en el seno de una modesta familia integrada por un padre obrero en el sector ferroviario y una profesora de colegio. Se mudó a París en 1944 para inscribirse en la Sorbonne. Todos los caminos conducen al surrealismo. Después de leer a Paul Eluard, Tristan Tzara o Antonin Artaud, se fue aproximando al círculo de André Breton. El poeta francés compartía con los surrealistas su apego “por intensificar la conciencia y la palabra” a partir del lenguaje poético. Pero su poesía se inspiraba en el mundo sensible y difería de la inclinación surrealista por el sueño, puerta de acceso a dimensiones paralelas. El encantamiento por el surrealismo duró hasta que en 1947 decidió romper con el movimiento, sin negar la preponderancia que tuvo en su obra. Reconocía como “verdaderos revolucionarios en la lírica”, como sus influencias, a Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud –a quien dedicó un libro de ensayos pionero en la década del 60–, y a Stéphane Mallarmé. En la década del 50 publicó Del movimiento y la inmovilidad de Douve; luego continuaría editando más poemarios como Relatos en sueño, Principio y fin de la nieve, La lluvia de verano, Las tablas curvas y Tarea de esperanza, entre otros títulos. Es autor de una excepcional obra ensayística que incluye Lo improbable, La nube roja, Lugares y destinos de la imagen, La traducción de la poesía y Sobre el origen y el sentido.

Aunque publicó más de cien libros traducidos a 30 idiomas, la obra de Bonnefoy se escribió en los márgenes del canon de la literatura francesa. Ha sido celebrado por sus traducciones de William Shakespeare, John Keats, Petrarca y Leopardi, y escribió sobre arte gótico y barroco, además de elaborar notables ensayos sobre Goya, Picasso, Mondrian, Giacometti, Balthus o Miró. Si el Nobel se le resistió, el poeta francés ganó galardones tan prestigiosos como el Gran Premio de Poesía de la Academia Francesa en 1981, el Goncourt de Poesía en 1987 y el Premio Franz Kafka 2007, entre otros. Después de la muerte de Roland Barthes, lo sustituyó en la cátedra de Estudios Comparados en el Colegio de Francia. “¿Por qué es necesario pensar en la poesía? ¿Es quizá porque en ella hay acercamientos a la condición humana más numerosos o más importantes que lo que, por ejemplo, saben reconocer los filósofos de la existencia?”, se preguntó Bonnefoy en la Feria del Libro de Guadalajara, donde se convirtió en el primer francés en recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en 2013. “Hay en la poesía una relación específica y fundamental con el tiempo, que es lo que hace que ella sea el acercamiento más directo con la verdad de la vida. En francés, por ejemplo, debemos a Vilon, a Racine, a Baudelaire, saber percibir los aspectos de la condición humana que nadie como ellos supo reconocer”. El poeta ponderó el hecho de que la palabra permite el “reencuentro con una realidad viviente” y puso énfasis en los ritmos del poema, donde la palabra “retoma su capacidad de mostrar, de rendir las cosas a su inmediata y plena evidencia”.

Celebraba lo que consideraba una “maravilla”: que la Torre de Babel se haya derrumbado para evitar haber sido “prisioneros de una lengua única, que nunca habría tomado conciencia de sus límites en el contacto con otra”, explicaba Bonnefoy, quien se lamentaba no haber llegado demasiado lejos con el aprendizaje del castellano. Al término de la Segunda Guerra Mundial, el poeta leyó “con mucha emoción” el Poema del Cante jondo de Federico García Lorca; después se aproximó a Góngora y a otros poetas del Siglo de Oro español. “Traducir es también una tarea tan difícil como la invención poética original. Transportar a su lengua las significaciones de un texto escrito en otra es pasar al lado de la poesía, ya que ella misma es precisamente la transgresión de la significación conceptual –planteaba Bonnefoy–. Cuando encontramos un poema en otra lengua, es necesario revivir la lucha que su autor sostuvo con o en contra de las palabras.”

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