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Martes, 25 de octubre de 2016
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Las Jornadas Pizarnik, en el Malba y la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes

“Escritura siempre viva, provocativa”

Así define la obra de la poeta Roberto Ferro, coordinador general de estas jornadas. “Queremos provocar lecturas abiertas a la especulación y el debate”, sostiene.

Por Silvina Friera
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Pizarnik (1936–1972), dueña de una obra rupturista e influyente.

El juego de la paronomasia –semejanza fonética entre dos o más palabras– desgarra el sentido sustantivo del poema: “La verdad de esta vieja pared/ que es frío que es verde que también se mueve/ llama jadea grazna es halo es hielo/ hilos/ es verde estoy muriendo/ es muro es mero muro es mudo mira muere”. La obra de Alejandra Pizarnik (1936-1972) es una de las propuestas más rupturistas e influyentes en la literatura contemporánea en lengua castellana. Las Jornadas Pizarnik, que se inaugurarán hoy a las 14.30 en la Asociación Amigos del Museo de Bellas Artes (Figueroa Alcorta 2280) y mañana terminarán en el Malba (F. Alcorta 3415), reunirán a narradores, ensayistas, poetas y críticos literarios como Daniel Link, Roberto Ferro, María Negroni, Cristina Piña, Silvia Jurovietzky, Andrea Ostrov, Laura Estrin, Ivonne Bordelois, Federica Rocco, Ludmila Barbero y Silvana López. “Pensamos las jornadas con la idea de reunir un conjunto de críticos y escritores que abordaron su obra con el objetivo de provocar lecturas abiertas a la especulación y el debate en torno de una escritura siempre viva y provocativa”, subraya Ferro, coordinador general del encuentro organizado por el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. “Lo que distingue a Pizarnik y la recorta en el campo literario argentino es que su proyecto poético busca alcanzar una transfiguración inédita: hacer de su yo poético el personaje de un absoluto verbal, imaginar el cuerpo del poema con mi cuerpo. Desde hace años su obra circula con una intensidad inigualable en los ámbitos de la poesía argentina; es leída y analizada en espacios académicos, la crítica cultural y los innumerables agrupamientos de escritores que producen textos poéticos. Esa amplitud de legibilidad y esa presencia tan relevante la distingue y la sitúa en un plano diferente”.

La poeta y docente Silvia Jurovietzky, autora de Giribone 850, cuenta que el poema “La verdad de esta vieja pared”, incluido en Los trabajos y las noches (1965), la acompaña y la desafía de manera insistente hace años. “El título avanza a paso firme sobre una aserción indubitable, la verdad. Una palabra compleja, incómoda para el mundo poético tan cercano a los tanteos y los desconocimientos, al ‘yo no sé’ vallejiano. La poesía, la literatura siempre del costado de una búsqueda, se escribe para que durante el trayecto surja algo que roce una verdad, algo que pueda ser percibido en el instante perceptivo del poema como una verdad. Pero en este caso la verdad antecede al poema. Este poema busca comunicar ese momento incomunicable –la entrada en la muerte–, o solo comunicable por las tentativas de la literatura y especialmente la poesía. En ese sentido hay un triunfo del poema, el de comunicar reteniendo las palabras en un combate con una representación estereotipada por la cultura, la religión, la filosofía; los regímenes de saber que se adjudican la verdad en esta materia tan cara a los seres humanos”, plantea Jurovietzky a Página/12. “La pared que en otros poemas remite al cuarto se abre a la noche, al trabajo con las palabras”, interpreta. “El espacio pierde el referente de la casa e imagina un universo sin límites precisos, de donde emerge el muro como un monolito. El poema es como una construcción artística realizada en un solo bloque. O quizá siguiendo este encadenamiento semántico, una estela funeraria, ese monumento con inscripciones en forma de lápida o pedestal que se erige sobre el suelo y que la escritura de Pizarnik levanta siguiendo la tradición en una primera lectura obvia y sobre ella levanta una nueva función: dejar testimonio de lo que puede el poema, de su verdad inscripta mediante pequeños símbolos negros sobre la piedra blanca. Por eso este poema se atreve a decir verdad en el título, verdad de la escribiente, inscripción de la escriba que va a perdurar en su potencia cuando los rastros biográficos se hayan volado con el tiempo”.

“Cajitas, criptas, casas de muñecas: los poemas como miniaturas” es la conferencia que dará María Negroni mañana a las 16.30 en el Malba. “El castillo pizarnikiano remite a las casas de muñecas: casas adentro de la casa, completas y herméticas, donde se materializa un secreto, una interioridad infinita y profunda. Trincheras contra la carencia. También son monumentos contra la inestabilidad y el desorden: suponen la realización del sujeto como propiedad, dentro de un sistema donde rigen la manipulación y un control absoluto de fronteras de espacio y tiempo”, explica Negroni. “Como todos los mundos imaginarios, el de Pizarnik tiene una precisión que lo hace más lírico que narrativo, más muerto que vivo. Volvemos a encontrar el motivo de la mecanización –las autómatas, la Virgen de Hierro, la dama absorta– como un gesto contra la imprecisión de la experiencia. También el poema circula entre las palabras y las cosas de ese modo. Trabaja para ir del movimiento a la estasis, para reemplazar la relación conjetural del cuerpo con el mundo fenomenológico por un mito de contacto y presencia. El poema abre y clausura a la vez, como el castillo. En él, los escasos objetos memorables, como souvenirs en las repisas del pasado, logran dar con una temporalidad privada, detenida, trascendente, experimentada con algo de catástrofe y de goce”.

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