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Viernes, 13 de octubre de 2006
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EL TURCO ORHAN PAMUK OBTUVO EL PREMIO NOBEL

“Lo acepto con placer, pero no cambiará mi vida”

Es una de las voces más polémicas de la nueva narrativa turca. En su país lo critican por haber denunciado el genocidio armenio. Publicarán aquí parte de su obra.

Por Silvina Friera
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A diferencia de otros años, esta vez se llevó el galardón uno de los candidatos: Pamuk.

Estar entre los nominados o ser el favorito suele ser contraproducente. ¿Cuántas veces estuvo Borges a un paso de ser consagrado y nunca se llevó el máximo galardón de la literatura mundial? Pero esta vez se confirmó el pronóstico: el escritor turco Orhan Pamuk, una de las voces más polémicas de la nueva narrativa turca, que este año enfrentó un juicio por “insultar” a su país, ganó ayer el Premio Nobel de Literatura, en una decisión que para algunos críticos fue “más política que literaria”. Con sus elecciones, la Academia Sueca siempre divide las aguas de tal modo que parezca que no hay matices. En los fundamentos del veredicto, Pamuk, de 54 años, es considerado un autor que “en la búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, ha encontrado nuevos símbolos para reflejar el choque y la interconexión de las culturas”. Pamuk ganó el Nobel el mismo día en que la Cámara baja de Francia aprobó un proyecto de ley que convierte en un crimen negar el genocidio armenio de 1915. “Quiero que mis lectores sepan que, aunque esta gran distinción es un honor y que la acepto con placer, no cambiará mi vida”, aseguró Pamuk en una breve rueda de prensa en la Universidad de Columbia, donde dará clases el próximo semestre. “Mantendré mis hábitos, mi devoción por sentarme a la mesa, como un oficinista, a hacer ficción y construir historias que sean creíbles para la imaginación del lector. Es en esto en lo que soy bueno”, apuntó.

Pamuk, primer escritor turco que recibe el Nobel, fue juzgado por “insultar” la identidad turca después de que el año pasado declaró a un periódico suizo que un millón de armenios murió en Turquía durante la Primera Guerra Mundial y que 30.000 kurdos fueron asesinados en las últimas décadas. En Turquía hubo una avalancha de cuestionamientos contra el ganador del Premio Nobel. “Con el debido respeto a Pamuk, cuyos libros leo y disfruto, creo que sus comentarios sobre el genocidio armenio han influido en su designación como ganador del premio”, sostuvo Suat Kiniklioglu, un analista político de Ankara. “Pienso que muchos turcos lo verán de esta manera y no lo celebrarán –añadió el analista–. Todo esto tiene una dimensión política. No creo que fuera escogido únicamente sobre la base de sus capacidades artísticas.” El destacado novelista turco Pinar Kur dijo que “tanto en Turquía como en el extranjero, se sabe que este premio está mucho más relacionado con la política que con la literatura”. Sin embargo, no todos cuestionaron a Pamuk. El ministro turco de Exteriores, Abdullah Gul, señaló que mientras algunos asuntos cotidianos serán un día olvidados, el Premio Nobel será recordado para siempre. “Estoy feliz de que se lo haya llevado un turco”, dijo.

Mehmet Dulger, presidente del Comité de Exteriores del Parlamento turco, afirmó haber leído y apreciado todos los libros de Pamuk: “Es grande que un turco tenga el Premio Nobel, y no debemos verlo como un ataque a Turquía. Lo que él dijo sobre los armenios estuvo mal”, concluyó. “Es un gran escritor. A mí esas cosas (por las posturas políticas de Pamuk) no me interesan”, planteó tajante el subsecretario del Ministerio de Cultura, Mustafa Isem, quien como otros turcos, piensa que el galardón a Pamuk abrirá las puertas de la literatura turca al mundo entero. Perihan Magden, una periodista y escritora también perseguida por sus artículos, opinó que, en este sentido, Pamuk puede ser para la literatura turca lo que Gabriel García Márquez fue a la literatura sudamericana. Otro de los reconocimientos más emotivos fue el de Yasar Kemal, escritor kurdo de expresión turca: “Te felicito desde lo más hondo del corazón. Me complace que hayas conseguido un premio que tanto mereces. Confío en que sigas escribiendo con el mismo ímpetu y estoy seguro de que seguirás creyendo en lo que crees”.

El escritor turco se consagró con novelas que exploran la compleja identidad de su país a través de su rico pasado imperial. Pero sus críticas contra Turquía, por el modo de enfrentar oscuros episodios de su pasado también, lo han convertido últimamente en un símbolo del libre pensamiento en la literatura mundial. En febrero de 2005, durante una entrevista con un periódico suizo, Tages Angeizer, el novelista pronunció una frase que iba a trastrocar su vida durante los siguientes meses: “Un millón de armenios y treinta mil kurdos fueron asesinados en estas tierras, y yo soy el único que se atreve a hablar del tema”. El gobierno turco reaccionó invocando el artículo 301/1 del Código Penal y acusó a Pamuk de “denigrar públicamente la identidad turca”. La pena era de seis meses a tres años de cárcel; pero al haber hecho las declaraciones en un país extranjero –circunstancia considerada agravante–, la condena podía aumentar en un tercio. Lógicamente, el mundo entero reaccionó contra el juicio. El escritor indio Salman Rushdie fue uno de los primeros en salir en defensa de Pamuk, tal como el ahora Premio Nobel, varios años atrás, había sido uno de los primeros en rechazar la fatwa que el ayatola Komeini decretó contra el autor de Los versos satánicos. Tras la intervención de varios intelectuales de Turquía y de Europa –que firmaron una declaración de apoyo al escritor, en la que acusaban al gobierno turco de no respetar los derechos humanos–, el tribunal se basó en un tecnicismo para absolver al novelista. “Lo que dije no es un insulto, es la verdad. ¿Pero qué pasa si es incorrecto? Correcto o incorrecto, ¿acaso la gente no tiene el derecho a expresar sus ideas de manera pacífica?”, preguntó Pamuk durante el juicio. Se especuló que la absolución se debería a motivaciones políticas. Para algunos, el tribunal buscó congraciarse con la Unión Europea, que por esos días consideraba la admisión de Turquía como uno de sus miembros.

Pamuk nació el 7 de junio de 1952 en Estambul, dentro de una familia de clase alta (su padre era ingeniero), secular y moderna, residente en un barrio occidentalizado similar a los que describe en algunas de sus novelas. Aunque en su juventud soñaba con ser pintor, inició estudios de arquitectura, pero los abandonó para dedicarse a la literatura a tiempo completo. En 1977 se graduó en el Instituto de Periodismo de la Universidad de Estambul, pero nunca ejerció como periodista. Entre 1985 y 1988 residió en Nueva York y trabajó como profesor visitante en la Universidad de Columbia. Posteriormente regresó a Estambul. A pesar de que su primera novela se publicó en 1982, Pamuk comenzó a tener repercusión internacional con la novela El astrólogo y el sultán (1985), alabada por el escritor estadounidense John Updike, y alcanzó su consagración definitiva con Me llamo Rojo (1998), una novela que combina el misterio, la historia de amor y la reflexión filosófica, ambientada en el Estambul del siglo XVI, bajo el reinado del sultán Murad III. En novelas con escenarios históricos como o en sofisticados relatos contemporáneos, Pamuk explora todos los matices de la identidad turca. Pero con Nieve, su más reciente novela, el escritor se transformó en una voz incómoda por su independencia frente a la presión militar e islamista. Su obra ha sido traducida a 34 idiomas y publicada en un centenar de países. Ha recibido numerosos galardones internacionales, entre ellos el premio France–Culture, en 1995; el premio al mejor libro extranjero del New York Times, en 2004 y el premio de la Paz de los libreros alemanes en 2005.

“No creo que haya una diferencia tan clara entre un mundo occidental y uno oriental –explicó Pamuk en una entrevista–. Pero esencialmente la novela, como la entendemos ahora, se dirige a la sensibilidad del espíritu humano por medio de ciertas técnicas que son invención occidental. Pues bien, si yo escribo una novela desde mi parte del mundo, este puente entre Oriente y Occidente, de cierta manera estoy imponiendo una forma occidental de mirar mi mundo. De esto estoy dolorosamente consciente. Mis novelas parten de la conciencia de ser formas importadas, artefactos culturales importados de Occidente.”

Su última obra, Estambul. Ciudad y recuerdos (que en noviembre será publicada en la Argentina por la editorial Sudamericana), terminó siendo una autobiografía sobre la ciudad donde vive desde que nació. El autor recuerda que fue en aquellos días lejanos de su infancia cuando tomó conciencia de que le había tocado vivir en un espacio plagado de melancolía, un lugar que arrastra un pasado glorioso y que intenta hacerse un hueco en la modernidad. Viejos y hermosos edificios en ruinas, estatuas valiosas y mutantes, villas fantasmagóricas y callejuelas secretas donde destaca el terapéutico río Bósforo, que en la memoria del narrador es vida, salud y felicidad. “Lo que me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. El destino de Estambul es mi destino. Estoy unido a esta ciudad porque me ha hecho quien soy”, admitió. También a fines de este mes llegarán a Buenos Aires, publicadas por Alfaguara, tres de sus novelas más importantes: Nieve, Me llamo Rojo y El libro negro. “Mi vida entera es la escritura, escribir de una manera solitaria, rodeado de libros, Esa es mi vida”, reconoció ayer, cuando lo sorprendió el Premio Nobel.

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