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Domingo, 29 de octubre de 2006
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JUAN CARLOS BOTERO, UN AUTOR COLOMBIANO PERSEGUIDO POR LA SOMBRA DE SU PADRE

“El mar tiene potencial estético”

El hijo de Fernando Botero es buzo profesional, navegante y autor de El arrecife, una novela de iniciación marítima.

Por Silvina Friera
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Botero decidió escribir tras leer Sobre héroes y tumbas.

El escritor colombiano Juan Carlos Botero, hijo del famoso escultor, narra en El arrecife (Seix Barral) el proceso de formación de Alejandro, un niño de Bogotá para quien en principio el mar es sólo el lugar donde disfruta de sus vacaciones. El aprendiz encontrará en su tío Ernesto, un hombre rebelde que vive más a gusto en el agua que en la tierra, al pedagogo que lo conducirá por aquellos rituales de iniciación necesarios para superar las pruebas de la vida. “Si el ser humano desciende de Dios, esto no está mal. Pero si descendemos de los monos, esto sí es mucha gracia”, sentencia el maestro, al que le gusta escuchar vallenatos y contar cuentos, pero nunca en el océano porque cuando se aproxima al agua reduce el volumen de sus palabras, como quien “ingresa en un templo sagrado en donde no resulta de buenos modales hablar mucho ni demasiado alto”.

La historia empieza con el encuentro de dos hermanos distanciados por circunstancias familiares. Uno de ellos, el entrañable Ernesto, se exilió en una isla tal vez como única alternativa de alcanzar la libertad anhelada. Para esa familia de la clase alta bogotana, víctima de una cultura patriarcal centrada en el poder de la propiedad y el consabido prestigio social, la opción de “voluntaria marginalidad” de este hombre, que tenía un aire de corsario con un trapo rojo amarrado a la cabeza, afectaba la imagen que los Trujillo proyectaban en su entorno social. En su primera visita a la Argentina, el escritor confiesa que le llevó siete años escribir su última novela. “Había mucha expectativa negativa: si sacaba un libro malo, me iban a crucificar”, dice Botero en la entrevista con Página/12.

–¿Tanto pesa ser el hijo de Fernando Botero?

–Ahora, después de veintiséis años de escritura, un poco menos porque tengo libros publicados. Pero durante mucho tiempo había un enorme prejuicio y escepticismo sobre lo que podía escribir. Y ese prejuicio impedía leerme sin las anteojeras puestas. A nivel personal es un privilegio haber sido hijo de Botero, pero en cuanto a lo profesional ha sido más complicado que beneficioso.

Narrada a partir de tres voces que convergen en la revelación de un secreto, la oralidad en esta novela –especialmente a través de lo que cuenta el tío– funciona como un hilván de las experiencias que va asimilando el niño. “Es una gran metáfora de lo que implica la vida –-plantea el escritor–. Todos nacemos en un entorno familiar que nos da seguridad, pero en algún momento tenemos que desprendernos de ese ambiente y atravesar el umbral que nos separa del mundo desconocido para encontrar los tesoros ocultos.”

–¿Por qué casi no hay novelas de iniciación marítimas en la literatura latinoamericana, cuando muchos de nuestros países están rodeados de mar?

–La novela de mar es un hueco en la narrativa hispanoamericana que sorprende, porque son muchos los países que limitan con un océano o con dos, como es el caso de México y de Colombia. España fue una potencia marítima, pero inclusive los españoles tienen muy poca novela de mar y de iniciación. No me extrañaría que fuera un problema de actitud. Tal vez como los conquistadores llegaron a estas tierras guiados por el oportunismo y con claras intenciones de saqueo, no tuvieron la idea de construir, como pasó en otras latitudes. El mar era simplemente un obstáculo que había que sortear para llegar a la riqueza y para regresar y disfrutar de ella. La cultura anglosajona, bien diferente en este sentido, tuvo la suerte de tener grandes exponentes como Melville, Conrad, Hemingway o Patrick O’Brien, que contribuyeron a darle nobleza a esa temática.

–¿Se considera un hombre de mar?

–Sí, soy buzo profesional y navegante, me encanta el mar, es un tema que me apasiona. Yo escribí libros sobre la violencia en Colombia, pero en un momento me di cuenta de que estaba saturado. La buena aceptación de esta novela en mi país y en España se debe a que los lectores estaban un poco cansados del tema del sicariato; necesitaban algo refrescante, distinto. Como hombre de mar siento que es un espacio de una gran riqueza literaria y de un potencial estético maravilloso, pero prácticamente desconocido para el ser humano. Es increíble que la gente sepa más del espacio que de los océanos; hemos recorrido apenas el uno por ciento del territorio submarino. El mar es un espacio virgen para la literatura.

–¿A qué atribuye que sea considerado tan misterioso?

–Es un lugar donde predomina la oscuridad; la luz está en el estrato superior, que es la parte menos grande del océano. Descender es muy peligroso; hay que tener equipos especiales y todo esto ha impedido el conocimiento y la exploración del mar. Resulta increíble que desde que los hermanos Wright (Orville y Wilbur) volaron el primer avión hasta que (Neil) Armstrong caminó en la luna pasaron sólo 66 años. Como la Guerra Fría no se enfocó hacia los océanos, ese mundo quedó por explorar.

–En una parte de la novela se afirma que “el ser humano es acuático por naturaleza y terrestre por accidente”. ¿Cómo llegó a esta definición?

–No puede ser una simple casualidad que tengamos la misma proporción de agua en nuestro organismo que la del planeta. Hay una afinidad cósmica muy extraña y por alguna razón nuestro elemento principal, que es el agua, es agua salada: la sangre tiene un tercio de agua salada. Tenemos una afinidad con ese elemento acuático salado del mar y por algo nacemos en un vientre lleno de agua. En la novela, el niño tiene un sueño recurrente que le resulta placentero y dice que es un sueño “placenta”. El niño, al obligarse a recordar corporalmente esa naturaleza acuática, logra sobrevivir a la terrible travesía del arrecife porque toma conciencia de su condición acuática, que le permite resistir más tiempo en el agua. Sólo cuando llegas a este nivel de conciencia, puedes disminuir las pulsaciones del corazón, estar más tiempo sin respirar y aguantar más la presión del agua.

–¿Qué función cumple el secreto en esta novela?

–El secreto es la respuesta que logramos percibir cuando asumimos los riesgos necesarios para descubrir un nuevo mundo, cuando atravesamos el arrecife y vemos lo que hay más allá. La gente piensa que no hay mundos nuevos por descubrir, pero la parte más genuina y noble de la especie es la que nos lleva insaciablemente a ser descubridores. Esa actitud de persistencia, a pesar de la adversidad, es el heroísmo que más me interesa.

–Mientras las diferencias sociales se subrayan entre los personajes, ¿el mar cumpliría un papel igualador?

–Sí, el mar tiene un papel democrático: nivela a todos por igual porque en ese ámbito importan otras cuestiones, como las cualidades, las virtudes, el heroísmo, la nobleza, el sacrificio, que quizá sean los aspectos más bellos de la condición humana. El mar tiene la capacidad de igualar pero al mismo tiempo de señalar las debilidades; cualquier defecto como la ranura mínima en el casco o la válvula mal apretada ocasiona que el agua se meta y pueda producir una hecatombe. En ese sentido no existen errores pequeños en el mar.

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