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Jueves, 14 de diciembre de 2006
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LEONIDAS LAMBORGHINI, “ENCONTRADOS EN LA BASURA”, LAS PALABRAS COMO APUESTA Y LOS CAMINOS DE LA POESIA

“El poeta es alguien que le roba la palabra al silencio”

Alguna vez fue acusado de “mancillar la poesía”, pero él define que “el sistema primero te rechaza y después te adopta, entonces hay que tener mucho cuidado”. Al borde de las ocho décadas, de risa contagiosa, jovial e inquieto, Lamborghini examina sus pasiones y remata: “Es terrible estar deseando algo que no se puede cumplir. Eso es el infierno: el deseo no cumplido”.

Por Silvina Friera
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“Hay que captar lo que está volando para un poema. No hay originalidad, todo pasa por apropiarse lo que cada uno crea que le sirve.”

Leónidas Lamborghini está sentado en el sillón junto a su perro Dodó, que siempre lo acompaña en las entrevistas o cuando está escribiendo. “Parece un franciscano”, bromea el poeta. A Dodó lo raparon en la peluquería, y los pelos de su cabeza marrón tienen la forma de la capucha que usan los monjes de esa orden religiosa. “Me habla con los ojos, él me comprende”, agrega el poeta, repitiendo el verso de uno de los poemas que escribió para Dodó en su nuevo libro Encontrados en la basura (Paradiso). Parece mentira que ese Leónidas de risa contagiosa, tan jovial e inquieto, barajando y dando de nuevo, siempre descolocado y descolocando, esté por cumplir 80 años el próximo 10 de enero. La basura, la papelera de reciclaje de Leónidas, los cuadernos con sus textos manuscritos (“la computadora es fantasmal, mi mujer se vuelve loca con los virus”, dice) están habitados por poemas que encuentran la belleza pura, exacta y breve en la parodia y la mescolanza, en el cruce entre lo “alto” y lo “bajo”.

El poeta peronista –que inventó la frase “las patas en las fuentes”, título de uno de sus poemarios–, elogiado por Walsh y Marechal, Piglia y Aira, es uno de los escritores vivos más respetados y admirados. Leónidas termina el año con otro libro de reciente aparición, Antología poética, publicado en la colección Poetas Argentinos Contemporáneos, del Fondo Nacional de las Artes, con prólogo de Noé Jitrik (ver aparte). El poeta señala que Encontrados en la basura alude a un azar, a una casualidad. “Siempre aparecen poemas en algunos cajones que uno los había dejado como basura, y de pronto te das cuenta de que son como pepitas de oro”, explica en la entrevista con Página/12. “La valoración es siempre una ilusión, hay que dejársela al tiempo. El azar se refiere incluso a algo que se había extraviado y lo encontraste. Pero también podría significar que te encontraste con lo más fulero de vos mismo, con lo que habías desechado por malo, pero que después se te presenta como bueno.”

–En el primer poema de Encontrados en la basura hay unos versos que dicen: “Silencio, estás solo/ silencio no hay nadie”. ¿Cómo trabaja el poeta con el silencio?

–El poeta es una especie de Prometeo que le roba la palabra al silencio. Y eso tiene un precio, esa palabra le quema, o puede llegar a quemarlo. Le cuesta a veces toda una vida arrebatarle al silencio esa palabra por la que el poeta apuesta.

–¿Qué palabras considera que fueron la apuesta de su poesía?

–La palabra descolocado, y solicitante. Cualquiera podía entender que solicitante es alguien que busca un empleo, pero a mí me gustan esas palabras en las que se va multiplicando el sentido. Es el deseo del hombre de solicitarlo todo, de no sentirse satisfecho. Y descolocado, porque el prefijo “des” implica desplazado.

–¿El poeta es un solicitante descolocado?

–Creo que sí, es un tipo que no se conforma, que pide nada menos que la luna (risas). Y está bien que así sea porque el rumbo es la experimentación constante, no el hecho de acomodarse al mercado y trabajar con las reglas establecidas. ¿Cómo se avanza si no se es experimental, sin esos grandes mártires que de repente no encuentran nada, o se encuentran en la basura? Todo el mundo está haciendo el poema, está haciendo poesía, aunque no lo sepa. El matemático hace poesía con una fórmula algebraica, se expresa así. Como siempre, hay que ir a la raíz etimológica: poiesis significa creación. El poeta tiene que llegar al big bang.

Leónidas pega un salto del sillón, va hasta la mesa y trae un cuaderno espiralado. “El otro día escribí una cuarteta que se llama ‘Big bang’”, cuenta, se pone los anteojos y lee: “La conciencia del hombre explotó/ cuando supo que iba a morir/ Fue el big bang del principio/ en que aulló en la caverna/ el temblor de vivir”. El poeta aclara que había puesto “el horror de vivir”, muestra la frase tachada y dice que “es mejor el temblor de vivir, ¿no es cierto?”. El teléfono suena y Leónidas atiende, habla con un amigo y, cuando termina la charla, vuelve al tema que lo entusiasma: “El tono es todo, vos le cambiás el tono a un texto y chau”.

–¿Cómo descubrió que hay que tratar de ver el horror en lo cómico y ver lo cómico en el horror?

–Fue por intuición. Cuando digo que uno de mis libros de cabecera es Alicia en el país de las maravillas, se crea una especie de asombro: ¿cómo ese libro? Y ahí está el error: Carroll sabía lo que estaba haciendo. Esa reina loca cortando cabezas y toda la cosa onírica y de pesadilla muestran que el tipo miró esa pesadilla desde el lugar de un cuento para chicos. Tengo miedo de desconcertar al otro, que quizá imagina que mi libro de cabecera debería ser la Divina comedia. Pero uno siempre nombra a todos aquellos que te ayudaron a salir del desbarranco. La cuestión es que hay que estar abierto a todo, sin prejuicios.

–¿Y a usted lo ayudaron Lewis Carroll y Discépolo?

–Sí. “Tanto dolor que hace reír”, dijo Discépolo, qué frase, ¿no? Estamos en el límite donde se empieza a producir un intercambio entre lo serio y lo cómico, y lo encontrás en Shakespeare y en todos los grandes. Armando Discépolo, que fue un genio como su hermano, decía que no había que confundir este intercambio con lo tragicómico, que es buscar lo trágico a través de lo cómico. De esta forma él piensa el grotesco, y Martínez Estrada señalaba que los argentinos somos trágicos a través de la parodia. Estas cosas las encontré cuando no entendía bien por qué se me rechazaba, al punto de que dijeron que “mancillaba la poesía”. Y era por esa risa. La poesía se interpreta como cosa elegíaca, delicada, la efusión del yo, y entonces me recriminaban: ¡Qué hace esa risa sarcástica, payasesca en un poema, por favor! Tuvieron que pasar cincuenta años para que lo entendieran... no lo digo con superioridad, pero ahora más o menos se acepta.

–¿Será la incomprensión el precio inicial que paga el bufón?

–Al bufón se le da una patada porque es el control del poder, sobre todo cuando el poder está muy loco. Muchos de los que estuvieron en el poder no podían estar sin su bufón, necesitaban ese escape. La poesía gauchesca nace con Bartolomé Hidalgo, que pasa de hacer una poesía elegíaca, endecasílaba, a inventar la gauchesca. ¿Y qué son esos dos que dialogan? Son dos bufones. ¿Y cuándo se da esto? En 1820, 1821, cuando el poder está muy loco, cuando se van empezar a despanzurrar los unos con los otros, aparecen esos dos paisanos Chano y Contreras, los bufones de Hidalgo. ¿Es casualidad? ¿Es azar? No sé, pero es ahí donde el hombre da ese salto desde la poesía culta a una poesía que le da un nuevo espacio a la cultura del campo, que culmina con el Martín Fierro. Ahora no hay modelos, la parodia ha hecho que no haya modelo que se sostenga. Si es una impostura lo derriba, y si no, ayuda a criticar porque el modelo que no se critica te devora. El modelo te persigue, te manda a la hoguera. Además, la parodia desnuda la mentira de una perfección; el modelo se pretende perfecto y la parodia le muestra las imperfecciones.

“Hay que captar y ver lo que está volando para ponerlo en un poema. No hay originalidad, todo pasa por apropiarse de lo que cada uno crea que le sirve. Por eso hay que tener mucho cuidado con la palabra creación, como si fuera ex nihilo, es decir de la nada”, advierte Leónidas. “Hace rato que nos venimos influyendo, copiando y reciclando desde Homero, o antes que él. Hay un reciclaje continuo de temas, de expresiones, de versos, que se van presentando de otra forma. Yo adhiero a lo que dice el Eclesiastés, ese libro maravilloso: ‘No hay nada nuevo bajo el sol’. Cuando alguien habla de originalidad, o es un estúpido o es un impostor.” El poeta aclara que es lector y no estudioso de la Divina Comedia, pero plantea su lectura novedosa de ciertos aspectos del texto de Dante. “Todo el infierno está en el limbo y no en el propio infierno.”

–¿Por qué?

–Dante le pregunta a Virgilio por los que están en el limbo, entonces Virgilio le cuenta que son los que desean y siguen deseando sin la esperanza de poder cumplir sus deseos. Es terrible estar deseando algo que no se puede cumplir, pero que a su vez lo seguís deseando por toda una eternidad. Eso para mí es el infierno: el deseo no cumplido.

–¿Cómo se siente ahora que dejó de “mancillar la poesía” y pasó a ser un modelo, un referente?

–No me siento muy bien, añoro la época en que se me criticaba y estaba al margen. Desconfío mucho del reconocimiento; hay, como diría Rilke, un equívoco en la gloria, si podemos llamar gloria a esto.

–¿Pero cuál sería el equívoco?

–(Se queda pensando, en silencio.) A lo mejor era cierto que estaba mancillando la poesía, a lo mejor tenían razón (risas). Hice la reescritura de La razón de mi vida en el poema Eva Perón en la hoguera, y los críticos explican ese trabajo que hice a través de Derrida, y resulta que ahora dicen que soy de-cons-truc-tor!!!! (risas).

–Parece que el pillo del cancionero de Encontrados en la basura es usted: “sufrir simula, seguro ríe”...

–Y sí... parece un chiste, pero a lo mejor tenían razón. El sistema primero te rechaza y después te adopta, entonces uno tiene que tener mucho cuidado y desconfiar. No hay un libro mío que se parezca al otro; no para desacomodar al lector sino para desacomodarme a mí mismo y no acostumbrarme a estar en un mismo lugar, porque a mí entre otras cosas se me acusó de no tener estilo. Si hay una unidad en mi obra, está en el cruce entre lo “alto” y lo “bajo”.

Leónidas, como Beaumarchais, sabe que “lo que es demasiado estúpido para decir, se puede cantar”. El poeta canta, sí, pero también “asoma mudo, sin dejar de reírse”.

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