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Viernes, 12 de enero de 2007
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PABLO CHACON, ESCRITOR Y PERIODISTA

“El que está solo produce un sentimiento de extrañeza”

En su nuevo libro de ensayos, Los otros: una arqueología de la soledad, el autor explora un tema vigente en la sociedad actual.

Por Angel Berlanga
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“Hasta la gente más gregaria necesita estar sola en algún momento”, señala Chacón.

“El deseo de soledad es a un tiempo deseo de silencio y pánico de no contar con nadie”, escribe Pablo Chacón en el epílogo de Los otros: una arqueología de la soledad, el libro que publica tras un año de trabajo en torno de esa tensión que, como quedó anotado, aparece de arranque nomás, desde el título, y permanece hasta sus líneas finales. ¿Pero por qué “tensión”, por qué no un tránsito más amable entre un estado y otro? Bueno, acaso por una cuestión de temperamento; el desamparo, la angustia y el desarraigo, plantea el autor, además de no definir por completo “la experiencia de estar solo”, pueden ser padecimientos de solitarios, pero también de “ultra acompañados”. “En una época en que la inteligencia se ha apartado de los datos inmediatos de la conciencia”, define, este ensayo se propone indagar en una pregunta estructural: “¿A qué distancia de los otros hay que estar para construir una sociabilidad sin alienación, una soledad sin exilio?”

“Me llamó la atención que la palabra soledad estuviera cargada de significados tan diferentes: ‘solos y solas’, gente abandonada, vagabundos, potenciales suicidas; es una especie de significante saturado, por eso quise explorar y ver de dónde había salido inicialmente la idea”, cuenta este poeta y periodista científico y cultural nacido 45 años atrás en Mar del Plata, ex colaborador de Página/12, que encara por estos días una investigación sobre el miedo como eje central. “Hay varias definiciones de soledad, sobre todo sinónimos, pero el término está vinculado especialmente a que haya otro que pueda dar cuenta de que alguien está solo –explica–. Por eso todas esas ucronías de tipos que están solos en el planeta; están los ejemplos de ficción y también los mitos de origen como el de Gilgamesh. Hay un capítulo dedicado a los egipcios, que son un poco los que inventan el tema de la retirada al desierto, luego heredado por la mística cristiana; la teología cristiana se puede rastrear en Santo Tomás y esos tipos que eran solitarios pero habían fundado órdenes. Pero en ese momento no existía la palabra soledad, y entonces a esos muchachos se los veía más bien como anacoretas o santos.”

El caudal del que se nutre Chacón es vastísimo y complejo; a las observaciones del cotidiano y la contemporaneidad en variadas zonas y culturas del mundo, el autor suma los abordajes directos o tangenciales, estudios y experiencias de decenas de intelectuales y artistas, y así aparecen, por ejemplo, las palabras de Nietzsche, Strindberg, Thoreau, Pavese, Rousseau, Freud, Lévi-Strauss, Baudelaire, Blanchot, Tarkovski, Coetzee, Bobbio, Foucault y Kenzaburo Oé. “También relato alguna experiencia personal –dice Chacón–. Yo aprendí a nadar antes que a leer, y como me fui de Mar del Plata a los siete años extrañaba mucho eso. En el libro cuento lo que fue mi primer susto, una especie de choque: un tipo muerto, un ahogado, se me apareció en el mar y ahí tuve una especie de quiebre, sentí que eso podía ser peligroso. Empecé a tener más cuidado y a pensar qué era estar solo, separado de mi familia.”

–Más allá de que no postule a su libro como una “visión universal” sobre el tema, ¿observa como bastante común esta tensión entre la soledad y estar con otros?

–Creo que hasta la gente más gregaria necesita estar sola en algún momento. En esta época, básicamente de consumo, se ofrece como solución muy consistente la idea de que hay algún producto que puede satisfacer un deseo, de que las necesidades pueden satisfacerse consumiendo. Aunque eso funciona un tiempo, porque después se cae, se trata de una ilusión fuerte, promovida por todos lados. Por otra parte, aunque se cree que la soledad no tiene costos, yo creo que sí los tiene, y muy grandes; aunque en Mayo del ’68, por ejemplo, se pidió y en gran parte se consiguió la liberación, y en buena hora, de los imperativos sexuales, políticos, familiares y religiosos, eso trajo como resultado una paradoja: te dejaba solo. Y así empezó a ser necesaria la autocreación de un mundo a la medida de uno, aunque nunca sea exactamente así, porque uno interactúa con otros. Ocurre además que especialmente en las ciudades la soledad está muy condenada y el solo es mirado como un bicho raro, produce un sentimiento de extrañeza.

–Algo así como “pobre, está solo”.

–Claro, y así ocurre que muchas personas que han decidido estar solas no soportan eso; les comen la cabeza de tal manera que empiezan a sentirse efectivamente extraños, como freaks, o algo por el estilo, y lo padecen, no pueden gestionar esa tensión. Al mismo tiempo, es muy impresionante la cantidad de hogares monoparentales o monopersonales.

–¿A qué se debe este fenómeno?

–Hoy en día, con todo derecho, el lugar que ocupan las mujeres en el mercado de trabajo les ha dado también la posibilidad de desarrollar un proyecto personal, una carrera o lo que fuera. Incluso manejan su propia vida afectiva, sexual, de la manera que quieren. Algunas lo viven con mucha libertad, otras lo padecen. Pero un efecto de eso es que muchas son más capaces que los hombres para estar en determinados lugares; la violencia intrafamiliar de las estadísticas que leemos todos los días, de tipos que matan minas, violaciones, tiene que ver con eso: hay una declinación del lugar histórico del hombre como proveedor, macho alfa y todo ese cuento. A eso hay gente que no lo puede tramitar. Al margen, ocurre que muchas veces resulta difícil compatibilizar para dos personas sus proyectos personales, sobre todo cuando hay que laburar doce o quince horas por día: eso afecta al viejo modelo familiar. No es casualidad que el promedio de divorcios sea de tres años y que la cantidad de hogares monoparentales haya crecido de manera abrumadora. En Buenos Aires está llegando al 25 por ciento, por no hablar de Copenhague, donde el porcentaje llega a 60 o 70.

–Luego de escribir el libro, ¿se sintió más solo o más acompañado?

–Me sentí extrañamente acompañado, porque más allá del apoyo de la editorial (Edhasa), volví a conectarme con gente que no veía desde hace mucho y conocí a algunas personas. Ha sido una experiencia muy fecunda. Tuve una depresión muy grande hace unos años, por diferentes motivos, cuestiones que tienen que ver con las drogas y eso, y después decidí escribir este libro. Fue muy curioso volver a mi época en el mar, a conectarme con esa necesidad de separarme de mi familia, 500 metros mar adentro –cosa que después seguí haciendo, en otras playas–. Ahí sentía, cuando estaba en esa actividad de estar solo, si se quiere, una especie de energía diferente. Y era algo que había que compartir para que fuera así: si no podía hacerlo, no tenía ningún valor. Con este libro pasa algo similar: creo que tiene valor compartido con alguien.

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