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Martes, 6 de febrero de 2007
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NO VOLVERA A TURQUIA “POR MUCHO TIEMPO”

Orhan Pamuk, de Estambul al exilio en los Estados Unidos

Acosado por el clima de amenazas, decidido a “no tener que vivir con guardaespaldas”, el último premio Nobel de Literatura dejó su país.

Por Juan Cruz *
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Para Pamuk, el empujón definitivo fue el asesinato del periodista y escritor Hrant Dink.

El Premio Nobel turco Orhan Pamuk abandonó su país el jueves pasado “por mucho tiempo”, tras 15 días turbulentos en Estambul. El asesinato del periodista y escritor Hrant Dink a manos de un fanático nacionalista causó el estupor y la rabia del autor de Estambul, que mostró en declaraciones públicas su desolación. Después del asesinato, el responsable señaló brutalmente al Nobel que tuviera cuidado. “Pamuk, esté atento, que puede ser el próximo.” En estos días se publicó en Turquía la fotografía del asesino confeso del crimen, flanqueado por los gendarmes que lo capturaron. No lo exhibían como un trofeo sino como un héroe. En medio de ese clima, Pamuk, que hasta hace unos meses tuvo que afrontar judicialmente querellas y amenazas ultranacionalistas, canceló sus giras a Alemania y Bélgica y expresó su resistencia a vivir con guardaespaldas. Hasta que el jueves, a las once y veinte de la mañana, tomó un avión de la Turkish Airlines y se fue a Estados Unidos. Según aseguró el director de un periódico turco, el escritor abandonó Turquía “por mucho tiempo”.

Pamuk no dio detalles que revelen hasta cuándo piensa estar fuera de Estambul; sólo dijo a los periodistas que tiene “algunos compromisos” de conferencias en la Universidad de Columbia, donde habitualmente enseña. El viernes pasado, Fatih Altayly, director de Sabah, el periódico de mayor circulación de Turquía, establecía que el pasado 1º de febrero “el escritor salió y dijo: ‘No voy a volver en mucho tiempo’”. El periodista añadió en su información, que no pudo ser contrastada directamente con Pamuk, que el autor de El libro negro se fue luego de su país.

La desolación y la rabia de Pamuk tras el asesinato de su colega y compatriota Hrant Dink cambiaron el semblante del Nobel. El 19 de diciembre, cuando se lo entrevistó en su barrio de Estambul, el escritor era un hombre feliz ante el Bósforo. Después de una larga época de reticencias ultranacionalistas, que lo llevaron a los tribunales y que pusieron en peligro su libertad y su vida, la noticia del Nobel lo encontró en Estados Unidos. Tras el éxito de Estocolmo volvió a su país, asistió aún a algunas descalificaciones minoritarias, pero una sola cosa, un graffiti que alguien pintó en rojo fuera de su casa, lo había hecho un hombre inmensamente dichoso, reconciliado con la geografía que más ama.

Ese graffiti dibujaba a un hombre con una flor en la mano y una leyenda: “Gracias, Orhan Pamuk”. Ese día, Pamuk comió, bebió, tarareó alguna canción italiana y se mostró tan feliz en medio de la ciudad como se expresa en su libro Estambul, un emocionante y entusiasmado canto de amor a su tierra.

Aquella felicidad permite adivinar ahora la desolación con la que habrá tomado la decisión de establecer un paréntesis para marcharse a vivir a otro lado. Pamuk tenía la intención de terminar un libro que había pospuesto por la persecución que sufrió, primero, y por las actividades a que se vio obligado cuando los suecos le dieron el Nobel. En su amplísimo despacho que mira al Bósforo, ante un ventanal que miraba a veces con melancolía (como en su libro) y a veces francamente divertido, el primer Nobel turco habló con esperanza del porvenir de Turquía, y con alegría y también con prudencia de su propio momento personal. El Nobel había sido “una alegría enorme” que no quería ocultar, tras unos años “muy intensos” cuya intensidad “aún no terminó”. La opinión pública, creía Pamuk, “se ha dado cuenta de que los ataques contra mí eran tan exagerados, tan innecesarios (incluso para la causa conservadora y nacionalista turca), que al final sólo ponía en evidencia una serie de resentimientos... Pero hay que decir –añadía, entristecido– que todavía el autoritarismo anula la libertad de expresión en este país”.

Detrás de sus palabras había un calvario contrapuesto con algunas alegrías: “La campaña de descrédito contra mí, el juicio, la soledad en la que me dejaron, seguida de la solidaridad de varios intelectuales proeuropeos y liberales y, por último, el premio”. En esa ocasión, Pamuk dijo, para terminar el resumen que había detrás de su felicidad: “Todo esto ha sido demasiado para mí y la opinión pública parece haberse dado cuenta. Y ahora me van aceptando, incluso parecen estar considerando la idea de añadir mi nombre a los libros de texto”. Poco después, en un ascensor, un hombre alto le extendió la mano: “Señor Pamuk, usted es un orgullo para nosotros”. Pamuk estaba iluminado de gratitud.

Un mes más tarde, exactamente, lo peor de la caverna lanzó un mensaje mortal que heló la felicidad del mejor escritor turco de las últimas décadas. El jueves se fue; dejó atrás, no se sabe por cuánto tiempo, el ventanal ante el que se sentía tan feliz. “Es muy grave para Turquía”, dijo el periodista que más detalles dio de la información sobre la partida.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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