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Domingo, 18 de febrero de 2007
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BALANCE DE LA FERIA DEL LIBRO DE LA HABANA, QUE TERMINA HOY

Los libros, un termómetro para sentir la vida de Cuba

Casi 500 mil personas asistieron a la Fortaleza San Carlos de la Cabaña. Y se vendieron más de un millón de ejemplares en el acontecimiento cultural más masivo del país. La Argentina, invitada de honor de la feria, tuvo una presencia destacada en el encuentro, a partir de la presentación de escritores y de distintas muestras artísticas. También puede conocerse Cuba a través de una recorrida por sus libros.

Por Silvina Friera
Desde La Habana
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Raúl Castro y José Nun dieron cuenta de la importancia del encuentro, tanto para Cuba como para Argentina.

Cuando parte de la delegación argentina llegó la semana pasada al aeropuerto de La Habana, los carteles con la prohibición de fumar, en la tierra del tabaco y ron, desconcertaron a varios de los fumadores. Pero un joven cubano que escuchaba la conversación no pudo con su genio y mientras señalaba a las personas que, a pesar del cartel, fumaban, dijo una frase que define el presente de esta isla: “En Cuba todo es posible, chica”. Sensualidad de alto voltaje en las calles y en el Malecón, el espacio urbano más incluyente donde se codean el turista top europeo, que quiere probar un trago energizante de exotismo caribeño –un poco de salsa, merengue y son, acompañado de una escultural jinetera, preferentemente negra o mulata–, con los revoltosos españoles de viaje de egresados (que coparon el hotel Riviera y provocaron más de un dolor de cabeza y ojeras pronunciadas en los empleados que, ante las quejas de los hospedados, repetían “no los podemos controlar”) con el cubano de a pie. En simultáneo con el hedonismo turístico, la sociedad cubana festejó el acontecimiento cultural más masivo del país, incluso más popular que los carnavales, como señaló el ministro de Cultura, Abel Prieto. Las estadísticas de la XVI edición de la Feria Internacional del Libro –que termina hoy– son sólo el iceberg de un fenómeno cultural tan complejo como el presente de la sociedad cubana. Las cifras aproximadas revelan parte del creciente interés por los libros. Casi medio millón de personas asistieron a la Fortaleza San Carlos de la Cabaña. Y se vendieron más de un millón de ejemplares (unos cinco millones de pesos moneda nacional). Página/12 repasa las impresiones que dejó el encuentro y el rebote del discurso del poeta César López en esta edición de la feria que no tuvo la presencia de Fidel Castro.

Tiempos convertibles

Es una época cambiante, “loca”, la definen muchos. El clima deshoja su margarita y a veces hace mucho calor, otras poquito y hasta hay días en que nada de nada. Parece un día de invierno. De a ratos llueve en serio, hay mucho viento y las olas golpean fuerte contra el Malecón. El taxi, que rumbea para la Fortaleza, es manejado por una mujer. “Cuba es un pueblo muy culto, pero también muy machista”, le dice al integrante de la delegación argentina. Cuando se le pregunta por el salario promedio de un cubano, ella responde que son unos 8 CUC. El argentino cae en la cuenta de que la noche anterior “cenó” más de dos sueldos promedios, 20 CUC. Mailin lleva una bandeja con sandwiches de jamón y queso que vende a cinco pesos (moneda nacional) desde las 9 hasta las 19. Le pesa, pero no se queja, aunque dice que lo que gana es poco, 250 pesos cubanos por mes (8 CUC), y que la vida es muy dura. En la isla circulan dos monedas: el peso nacional, para los cubanos, y el peso convertible (CUC), para los turistas. El que cambia 100 euros obtendrá aproximadamente 115 CUC; el que tiene dólares perderá una diferencia importante porque si entrega 100 recibirá 80 CUC. Si se canjea un peso convertible, se obtendrán 24 pesos cubanos. En la feria sólo se puede comprar en moneda nacional libros que van desde un peso (los infantiles) hasta 120, los más caros. Un argentino que destina 5 CUC (120 pesos cubanos, unos 12 pesos argentinos) para gastar en la feria puede adquirir un promedio de 8 libros. Algunos títulos y autores: el teatro completo de Virgilio Piñera, a 25; la nueva edición de Paradiso, de Lezama Lima, a 20, y el Libro de la ciudad, de César López, a 10, entre otros). Esta compra relativamente modesta representa cerca del 50 por ciento del sueldo de Mailin. Los libros en Cuba son baratos, es cierto, pero no para todos los bolsillos. “A mi niña sí le compro libros de un peso”, cuenta Mailin mientras vende dos sandwiches. Y sin embargo, ante la opción de elegir entre el litro de leche y los libros, muchos se las ingenian para poder “comer” de los dos platos.

“Oie, chica, allá están entregando libros gratis”, grita una mulata, agitadísima por la corrida, señalando en dirección al pabellón argentino, donde se entregaron un total de 250 mil ejemplares de cinco antologías de música popular, poesía, narrativa y textos infantiles, donados por la Secretaría de Cultura de la Nación. Apenas se le confirma que está en lo cierto, empieza a correr y se suman varios cubanos más. No huyen de la lluvia y del frío, que parece importarles poco. El apuro, la extraña carrera contra reloj en una ciudad en donde los tiempos también son convertibles –el minuto CUC cubano es mucho más lento que el argentino– es por hacerse de un par de libros.

La Internacional de guantes blancos

Los libros son tan tentadores que han generado una nueva clase social “internacionalista” –escasamente revolucionaria, más bien individualista y refinada–: los ladrones de libros. “A mí no, a mí no”, protesta una señora sacudiendo la campera. Está enojada, indignada, porque la están revisando. Pero ella no se llevó ningún libro sin pagar. En el sector donde se ingresa a las librerías 1 y 2, hay dos chicas, encargadas de la seguridad –son las que palpan a los “sospechosos”– que le confirman a Página/12 que en la feria “se roban libros”. Ladislady cuenta que en general son jóvenes universitarios que esconden los libros debajo de los brazos o entre las piernas para eludir el primer control. Y eligen los más caros, los de 120 pesos, libros de arte o enciclopedias. “Cuando les pedimos revisarlos se niegan”, señala Ladislady. Pero antes hay un primer nivel de control. Después de pasar por las cajas y abonar los libros, antes de salir de los pabellones, hay que presentar la factura y mostrar las bolsas para que el personal de seguridad controle que la cantidad de libros facturados coincida con los que están en la bolsa. Claro que el que esconde un libro debajo de los brazos o entre las piernas, zafa de esa primera instancia, pero casi nunca puede eludir la segunda. En el pabellón argentino han entregado casi todas las antologías, pero también confirman que hubo robos. Nadie se queja, sólo lo dicen como al pasar, quizá porque el ladrón de libros, lejos de ser condenado socialmente, es un lector voraz que genera una empatía diferencial. Resulta inimputable, hasta se podría decir que está bien visto tener este tipo de “antecedentes”. Quizá porque un buen lector, un buen escritor, en el fondo, no es más que un buen ladrón. “Entre hermanos nos entendemos”, bromea un argentino.

Silencio absoluto

En Cuba sorprenden los contrastes: La Habana Vieja, con sus edificios imponentes que datan del siglo XVIII, las mansiones de la clase media alta del Vedado con los entrañables departamentos descascarados del centro. Lo nuevo y lo viejo, lo recién pintado y lo que se descascara, el bullicio en las calles con el silencio absoluto del público que asiste a un concierto o a una obra de teatro. Después de la función de La comedia de las equivocaciones, de Shakespeare, que la compañía de Teatro El Globo dio en el pabellón infantil, un chico se acerca al actor Alejandro Mazzei y le pregunta: “¿Por qué San Martín se fue a morir a Francia y no a la Argentina?”. Mazzei confiesa que está impresionado por el nivel de información que manejan los chicos cubanos sobre la Argentina. “Saben más de San Martín que nosotros”, aclara. “Nos preguntan de todo: si estuvimos en la casa en la que vivió el Che, conocen el tango ‘Mi Buenos Aires querido’, otras obras de Shakespeare. A diferencia del público de Buenos Aires, los chicos cubanos se informan sobre lo que van a ver”, compara Mazzei. “Acá no subestiman el teatro para chicos –agrega el actor–. Nos preguntan si hace mucho que hacemos teatro, sin agregarle el (adjetivo) ‘infantil’”.

Encuentros fraternales

Son como hermanas que gestó la poesía. La argentina Diana Bellessi presentó su libro La rebelión del instante, acompañada por la poeta cubana Reina María Rodríguez. En una de las cenas de festejo por el cumpleaños de Bellessi –una más amplia, con parte de la delegación argentina de la Dirección de Asuntos Culturales (que organizó las actividades literarias); la otra más reducida, con las cronistas de los medios argentinos–, el mozo cubano le sugiere tomar un Cuba libre a cambio de la bebida que había pedido la poeta. “Cuba libre, no”, se queja en un tono elevado. “Bueno... Cuba libre, sí, pero la bebida, no”, le aclaró, por las dudas que se malinterpretara el rechazo.

Un negro está sentado, aferrado a su cámara, sobre las escaleras que conducen a la sala Portuondo. Es un viejo y encantador fotógrafo que trabaja en la agencia de noticias Prensa Latina. Aunque su interlocutora le diga que es argentina –una nacionalidad que no necesita de “pasaporte” para ganarse la confianza de un cubano–, él pide que no publiquen su nombre. “¿Conoce a Rodolfo Walsh?”, le pregunta la periodista argentina, acaso para buscar una figura emblemática que limara ese principio de desconfianza. El viejo se lleva las manos al corazón, se le nubla la mirada, y responde: “Es mi hermano, mi hermano, mi her-ma-no”. En la primera feria sin Fidel, el boom de esta edición, el libro más vendido es Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet.

Querer y respetar esta isla o a su gente, sentirse como en casa, no debería clausurar las puertas de la crítica. Hasta el poeta César López, homenajeado en esta edición, se animó a reivindicar delante de Raúl Castro a un puñado de autores cubanos “conflictivos”. Pero los escritores e intelectuales argentinos, sorprendidos por las inesperadas palabras de López, prefieren silbar bajito y reflexionar mucho antes de sacar conclusiones apresuradas. Es el tiempo CUC que impone Cuba. No es que no perciban los contrastes, los tienen frente a los ojos: los coches último modelo contra los Lada destartalados, el afán que generan los libros con el hecho de que el éxito de la televisión cubana es la tira Montaña rusa.

Cintio Vitier, en Lo cubano en la poesía, escribió: “Tan frágiles, irresponsables e inconsistentes como somos, espiritualmente nos escaparemos siempre, en la sabrosa onda inapresable del pueblo y en la flor alta y libre de nuestra sensibilidad, a las pujantes simplificaciones norteamericanas, del mismo modo que nos escapamos de las ancestrales obstinaciones españolas”. Esa Cuba inapresable parece que estuviera siempre escapando, altiva y de pie.

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