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Sábado, 1 de octubre de 2005
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ENTREVISTA CON ANNA KAZUMI STAHL

“El huracán fue un adiós a la ciudad que conocí”

La escritora, que nació en Louisiana y se crió en Nueva Orleans, anticipó el desastre de Katrina en su libro Catástrofes naturales.

Por Silvina Friera
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Kazumi Stahl, hija de una japonesa y un estadounidense, vive en Buenos Aires desde hace diez años.
¿Cómo es la vida en una zona preparada para recibir huracanes? Pocas personas pudieron y pueden dar cuenta de esa extraña normalidad que se genera en lugares como Nueva Orleans. “El aire de un mes entero se comprime en una sola hora. De repente todo ese aire te presiona. Se hace difícil moverse, se hace difícil pensar. Sin embargo, todo a tu alrededor gira con el viento. Y te sientes sordo. Eso es porque los sonidos ya no se desplazan. Antes de que estalle la tormenta el mundo es un lugar totalmente silencioso.” Podría ser el testimonio de una sobreviviente del Katrina, pero muchas veces las buenas ficciones, aquellas que toman el pulso de lo cotidiano apuntando al sesgo –la mirada de una niña–, dan cuenta de lo real, lo “anticipan” o lo superan. Eso es lo que hizo la escritora Anna Kazumi Stahl en este fragmento de Catástrofes naturales, título de un cuento y del libro que publicó en 1997. Aunque hace diez años que vive en Buenos Aires, nació en Louisiana y se crió en Nueva Orleans. En julio se casó con un argentino en esa ciudad “excéntrica”, como la define la escritora, cuya familia es un espejo que refleja el colorido de esas mezclas culturales: su madre es japonesa y su padre un norteamericano del sur descendiente de alemanes.
Anna confiesa que nunca tuvo miedo a los huracanes y se ríe cuando Página/12 le recuerda que la narradora de Catástrofes naturales dice lo mismo: “Sabía que cerrarían la escuela por un buen rato, pero lo que realmente me hacía sentir entusiasmada era lo que había dicho papá: ‘Lo vamos a domar’. Eso, para mí, era como Navidad y Disney en un solo paquete”. La escritora aclara que el cuento no es tan literal, que hay un tono irónico en eso de “domar” al huracán, pero admite que su padre, un arquitecto que ahora vive en Dallas, sabía cómo manejar la situación. Hubo una tormenta de categoría cinco, Camila, en 1969, cuando ella tenía 6 años. Es la primera de la que tiene algunos recuerdos muy nítidos. “No llegamos a salir de la ciudad, pero fuimos a un refugio. Mi padre tenía un aparato del saber –cuenta la escritora–. Por la radio a pilas iba siguiendo la tormenta, estaban los refugios, los mapas del golfo que te vendían en las estaciones de servicio con los puntos logísticos para seguir el curso de la tormenta, había mucha prevención y medidas de seguridad.” Justamente todas esas medidas no funcionaron con el Katrina, aunque Anna apunta que “más allá de la magnitud de la catástrofe –los dos diques que se rompieron–, hubo una enorme falla humana”.
–¿Y desidia política de Bush?
–Sí, claro. No es un país que no tenga recursos para responder a este tipo de situación, el problema es que no los movilizaron. Un año atrás sabían que esto podría haber pasado y decidieron no hacer las reformas en los diques viejos, los puntos de mayor vulnerabilidad. En su agenda política había otras prioridades. Nueva Orleans es una ciudad sureña y marginal, en Nueva York o en Los Angeles no hubiera pasado.
–¿Qué molestaba de la cultura de Nueva Orleans para “dejar” que el huracán la arrasara?
–Era una ciudad más bien marginal, con una manera de ser muy distinta de la que es considerada “normal” para Estados Unidos. Bush se refirió a la ciudad como “en esa parte del mundo”; por sus raíces afroamericanas y francesas había restos de una cultura o mentalidad latina-colonialista, pero que pasó por muchas generaciones. Nueva Orleans no tenía la mentalidad anglosajona, aunque se fue comercializando a gusto del consumidor anglosajón, se fue saliendo de lo que era una especie de armonía de culturas múltiples con tal de hacerse atractiva. Era una ciudad rara, extraña, que se prestaba a experiencias exóticas para un estadounidense sin dejar el país.
–¿Era tan “exótica”?
–Sí, era una ciudad muy excéntrica, tenía algunos aspectos del viejo sur como las estructuras de poder entre las razas, una larga herencia de la esclavitud. Pero recibió muchas culturas que no tuvieron que homogeneizarse, como los canadienses que llegaron después de un largo período de nomadismo y que se afincaron. Es una de la pocas regiones en donde se permitió la escolarización en otra lengua, el francés, algo que es poco frecuente en Estados Unidos. Y Louisiana es el único estado que utiliza el código napoleónico de leyes. No quería pertenecer al mainstream ni ser absorbido por el resto de la nación.
–Con lo mítico que suele ser el lugar donde se vive la infancia y la adolescencia, ¿qué sintió cuando vio a esa ciudad sumergida en el agua?
–El barrio en el que yo vivía debió haber recibido bastante agua, estaba alejado del dique, pero dentro del trayecto. Es muy grande la pena (silencio prolongado)... no es una ciudad que se va reconstruir como era, con el razonamiento que tienen en Estados Unidos. Para mí es un adiós en cuanto a la ciudad que conocí, pero lo más fuerte fue ver el nivel de abandono; mi sensación fue de indignación, de bronca.
–¿Todavía no tiene noticias de amigos o parientes?
–Sí, no podemos encontrar a varias personas, pero ni mi padre ni yo tuvimos el coraje de mirar las listas de muertos. Hay una anciana que decidió quedarse en su casa, hubo un 20 por ciento que no se evacuó en un refugio en la ciudad. Algunos amigos fueron apareciendo; estaban en un refugio o habían salido hacia un pueblo alejado.
–¿Qué le pareció la cobertura televisiva?
–Cuando llegaron con la ayuda yo estaba mirando la CNN. Venían diciendo que estaban ingresando a la ciudad “los héroes de la campaña tal”, un lema espantoso, cuando recién estaban llegando al sexto o séptimo día... Bueno, “llegaron”, me dije, tarde, pero llegaron. Qué inconsciente total... Hago zapping y miro en la BBC a unos periodistas en bote, yendo de casa en casa, buscando gente. Encontraron unos chicos con un adulto que había fallecido; los chicos estaban espantados, no podían ni hablar. Los periodistas acercaron el bote, bajaron al agua, pusieron a los chicos en el bote y se fueron. Cuando volví a mirar la CNN, los soldados estaban a pie, en tierra seca... ¡Fueron al 40 por ciento de la ciudad que no estaba bajo el agua intoxicada! ¿Los héroes de la campaña cuál...? ¡Con las botitas limpias! Estaban manejando la imagen, y al principio yo también caí en la trampa.

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