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Lunes, 12 de noviembre de 2007
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ENTREVISTA A LA POETA HEBE SOLVES

“La poesía es mi tierra”

Durante años, optó por la “invisibilidad”. A instancias de un amigo y mecenas, publicó su Antología personal, que reúne sus poemas de 1966 a 2006, con prólogo de Néstor Groppa. Admira a los poetas malditos, pero su obra no admite encasillamientos.

Por Silvina Friera
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“Las mujeres aparecemos y también nos escondemos”, dice Hebe.

“Soy un ama de casa, una más, una misma.” Es la poeta Hebe Solves, “la vecina del río”, la que cree, siguiendo a Alejandra Pizarnik, que “es posible ver el mundo desde una alcantarilla”. La que acomoda las especies y pica cebollas y ajo, la que tiene miedo, la que observa cómo el mundo sube y baja mientras se hamaca sentada en la vereda. La desalojada de la casa, la que mezcla ideas en bata de dormir, la que se entrega a la memoria de otros, al olvido. Esta mujer que dice que la poesía “existe antes de ser escrita”, quizá por fóbica, como se confiesa, ha optado por la invisibilidad. Aunque ha escrito y publicado mucho –no sólo poesía, también narrativa, literatura infantil, ensayos–, aceptó el desafío de reunir una selección de poemas de diferentes épocas y diversidad de formas, escritos entre 1966 y 2006. La impulsó su lector, amigo y mecenas, el artista plástico Mariano Cornejo, cuando le dijo: “Te voy a regalar un libro”. Antología personal (Ediciones del Dock) es un muestrario ecléctico de la labor creadora de Solves de los últimos cuarenta años, que cuenta con un prólogo del poeta jujeño Néstor Groppa. Ahí aparece la poeta social, metafísica, la que coquetea con los autores malditos, a la vez que toma distancia de ellos, como de cualquier movimiento que la “enjaule”.

“Me llevó casi un año armar la selección, que es una muestra de distintas etapas y exploraciones, así que hay poemas más dramáticos y más formales dentro de la tradición. Cuando como lectora leés lo que escribís, te das cuenta de que están presentes otras personas y estremecimientos generales que son los que originaron los poemas”, cuenta Solves en la entrevista con Página/12.

En la antología, ordenada crológicamente, hay poemas de En lugar del piano (1977), Sombra ajena (1981), Fruta de invierno (1984), Desalojados (1989), El fiel de la memoria (1995) y Pentagrama (2005), entre otros. “La poesía es una ocasión de fusión amorosa y también de distanciamiento crítico”, plantea Solves. “No soy religiosa, así que el dios que aparece en mis poemas es bastante particular. Hay poemas donde tuve la intuición del misterio y a esa intuición decidí llamarla Dios.” Sobre la zona de sus poemas en que aparece la locura como motivo, El ama de casa y la locura (1975), la poeta explica: “Cuando el lenguaje, los códigos y la manera de vivir son muy rígidos, la locura es una liberación y al mismo tiempo una soledad, un aislamiento. Esa es la experiencia del poema del ama de casa y la locura, que es dramático, operístico, con muchos personajes”.

–¿Los motivos de su poesía están ligados a su experiencia vital?

–Totalmente, están llenos de incomodidad con el lenguaje. La irrupción de la palabra surge como la libertad en situaciones difíciles. Vivimos en una época de transición, una época en que las mujeres aparecemos con muchas contradicciones. Aparecemos y también nos escondemos. La poesía es mi tierra, ese país que me fui haciendo, más allá de todos los avatares de la existencia. Nunca llegué a estar internada, pero seguramente aún hay gente que puede pensar que estoy loca (risas). Tuve tratamientos psicoanalíticos y terapias muy interesantes. Nunca me sentí loca, pero los locos no se sienten locos. Sí tuve conductas difíciles de aceptar para el resto de la gente, en una época muy diferente. Yo estoy varias veces separada y vuelta a casar, soy pobre, siempre fui pobre, excepto en una época que tuve un marido que tenía una buena posición económica. Hubo una serie de cosas que hizo que mi existencia sea invisible, pero tuve esa tierra mía de la poesía. Pensaba que “si al mundo no lo puedo cambiar, por lo menos lo voy a decir todo lo que pueda”. Nunca me sentí loca, pero no acepté los límites de la sexualidad y rompí con el matrimonio y su rutina.

Solves se entrega al repaso. Estudió música, hizo esculturas, fue maestra rural. “Escribo desde la adolescencia, pero cuando dejé de hacer esculturas, empecé a escribir poesía y narraciones. Tengo una obra bastante grande dentro de la literatura infantil, cosa que me dio una relación con los chicos que de alguna manera justificó una escritura muy placentera.” La poesía fue siempre para Solves un juego con las palabras. Pero a ese juego iniciático se fue agregando la nostalgia y el dolor de la muerte de su padre en la pubertad y esos enamoramientos que siempre fueron su manera de ser y de estar en el mundo. “Para mí el enamoramiento es una condición vital, algo que tampoco está muy bien visto. Pero a pesar de todo, pude asumir el lugar de la poeta; leyeron mis poemas grandes poetas como Olga Orozco, Enrique Molina. No estoy sola en el mundo de la poesía...”

–En todos estos años su actitud estuvo signada por el aislamiento.

–Trabajé siempre en educación, me gané la vida como maestra o dando talleres literarios y escribí mucho para docentes. Eso marcó cierto perfil y ciertos vínculos con el mundo. La relación que se permiten los poetas es completamente extemporánea: o una cosa o la otra. La vida cotidiana parecería que es muy incompatible con la poesía. Digamos que no me promoví como poeta... además soy un poco fóbica (risas).

–Sin embargo, hoy los poetas parecen mucho menos fóbicos, tienden a juntarse, a leer...

–Sí, es cierto, pero yo soy una poeta de las de antes. Me encanta juntarme, pero de a dos o tres; de a muchos, me cuesta. Los narradores tienen más institucionalizado el contacto con el público, su perfil e imagen como narradores. En cambio en la poesía hay más bien un prestigio y un tipo de relación que depende de las escuelas, de las actitudes poéticas y, en ese sentido, no he podido identificarme con ninguna actitud poética como para pertenecer a un grupo y aparecer con ellos en público.

–El ama de casa de sus poemas, la que pica cebollas y ajo, la vecina del río, ¿serían como su “solicitante descolocado”?

–Sí, claro. Me resigno a ser ama de casa porque me di cuenta de hasta qué punto la vida cotidiana hace que toda aspiración de belleza esté condicionada por una materialidad que hasta es erótica. Estoy empeñada en encontrarme con esas cosas del trajín de la casa, del mundo.

–La antología cierra con una “Declaración poética”, donde señala que podría haber sido poeta profesional, confesional, neobarroca, experimental, existencial, espiritual, y que prefirió ser “una más, oscura, pensando cosas mientras se quema la comida”.

–Es un homenaje a las ollas que he quemado en mi vida, y son muchísimas (risas). Nunca pude identificarme con ningún movimiento; me identifico más con el ama de casa porque es lo que perdura. El poema puede estar muy bien, pero después, al día siguiente, vas a comprar el pan y ahí no importa si sos una poeta experimental o neobarroca. No es que pretendo reducir la existencia a la vida doméstica, sino que muestro la contradicción, la superposición y la transparencia también de planos.

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