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Sábado, 29 de diciembre de 2007
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EL AÑO DE LAS PEQUEÑAS EDITORIALES, LOS PREMIOS MERECIDOS Y UN BIENVENIDO RESURGIR DE LA POESIA ARGENTINA

Una explosión de narrativas para todo gusto

El Premio Cervantes recibido por Juan Gelman, el Herralde para Martín Kohan, la consolidación de sellos pequeños y la edición de diversas antologías y libros de crónicas marcaron el pulso de la temporada.

Por Silvina Friera
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Aurora Venturini ganó el concurso de Página/12.

En la historia que se escriba, en un futuro no muy lejano, sobre la literatura argentina, habrá quizá varios capítulos destinados a analizar diferentes fenómenos, muy a flor de piel, que se afianzaron durante esta temporada: la fortaleza de la poesía y la diversidad de estéticas que conviven en los catálogos de editoriales independientes ya consolidadas –Bajo La Luna, Siesta, Sigamos Enamoradas, Vox, Ediciones del Dock, Mansalva, Tantalia, Paradiso, Alción– y en nuevos emprendimientos que comenzaron a publicar este año, como Limón y El suri porfiado. No es casual que el Premio Cervantes, considerado el más importante en las letras hispanas, lo haya recibido el poeta Juan Gelman quien, acaso a modo de guiño a sus pares, dijo que era un “reconocimiento a la poesía, que rebasa lo personal”. El 2007 será recordado también por el Premio Nueva Novela de Página/12, que ganó la escritora Aurora Venturini, de 85 años, con Las primas. ¿No es una bofetada para quienes más que asociar funden la palabra nueva con joven? Sí, pero además habría que subrayar respecto de la proliferación de nuevos narradores –otras de las tendencias que marcaron este año– que el vicio de leer los libros con el DNI de los autores en la mano, además de injusto, como señala Andrés Neuman, es “una ignorancia histórica”. El autor de Alumbramiento, uno de los libros de cuentos más significativos de este año, plantea que muchos escritores hacen sus grandes obras jóvenes y que negar la posibilidad de ser tomado en serio hasta cierta edad “es disfrazar de argumentos psicobiológicos una disputa por el espacio: Yo estuve en la cola, ahora andá vos”.

La llama de la poesía

La poesía podrá ser desdeñada por las grandes editoriales, pero es un género iluminador que insiste en contra del sentido. “Mi confianza en la poesía es independiente de los premios, que son un estímulo y un reconocimiento, sin dudas, pero que no sirven para escribir el poema, que es puro trabajo”, señaló Gelman a Página/12. “Supongo que no escribiré ni mejor ni peor ahora que antes porque me gané el Premio Cervantes. La poesía llega cuando ella quiere y no es que yo pueda invocarla o convocarla, porque nadie se sienta a escribir poemas porque quiere o porque se lo propone.” El poeta Daniel Freidemberg, que este año publicó los poemas de En la resaca (Paradiso), se preguntó si sería exagerado postular que, como la de Cervantes, la escritura de Gelman vuelve a fundar la lengua. “La ahora más conceptual poesía de Gelman parece nacer de una búsqueda en soledad por los territorios de lo innombrable y lo impensable, y hasta de lo intolerable, y de una extrema conciencia de que para ese tipo de aventura las palabras no alcanzan: sacar quizá partido de la insuficiencia de las palabras, para que algo en lo que ellas no pueden se diga.” La poeta Diana Bellesi –que este año publicó La penumbra que mira el oro (Limón), una antología que reúne buena parte de sus poemas, desde Buena travesía, buena ventura pequeña Uli, su segundo libro escrito en 1974, hasta Mate cocido (2002), y que prepara la publicación de su obra completa (Adriana Hidalgo) para el 2008– recibió el merecido premio trayectoria del Fondo Nacional de las Artes.

En el repaso de los poemarios publicados se destacan El jugador, el juego (Adriana Hidalgo), de Leónidas Lamborghini; Notas al pie de nada ni de nadie (Bajo La Luna), de Alberto Szpunberg; Antología personal (Ediciones del Dock), de Hebes Solves; Niños que nacieron peinados (Enargeis), del poeta Arturo Carrera, con retratos pintados por Alfredo Prior; Lo largo y lo corto del verso Holocausto (Alción), un ensayo de Susan Gubar que tradujo a la poeta Ana Arzoumanian; Después de vos (Ardiente Claridad), poemario bilingüe de Leonor Silvestre, El cuerpo (Alción), de la poeta Perla Rotzait; Viajar de noche (Limón), de Claudia Prado; y El andariego: 1944-1980 (Fondo de Cultura Económica), de Hugo Padeletti, una selección de la poesía que escribió durante cuatro décadas, entre otros. También se reeditó El salmón, de Fabián Casas, que obtuvo el premio alemán de literatura Anna Seghers.

“Casas nunca respetó las fronteras entre la alta cultura, el trash y el pop, como tampoco las exigencias de los distintos géneros literarios, la lírica, la prosa, el ensayo”, señaló Timo Berger, miembro del jurado. “Los textos de Casas, Frank Zappa, Syd Barret, Hegel, Schopenhauer, Darth Vader y Bushido no son citas, sino figuras. Sus poesías son al mismo tiempo ensayos-bonsai y perfectas canciones de pop”, agregó Berger. “No escribo poesía argentina, sino que formo parte de un territorio panlingüístico y mestizo donde se mezclan los dialectos y las costumbres de todos los seres que lo habitan”, dijo Casas al recibir el premio. “Un joven leyendo en el subte está sosteniendo algo de lo mejor de nuestra civilización. Porque todo indica que los tiempos son oscuros. Que vivimos en una época de choque entre civilizaciones totalitarias, conducidas por puristas que sólo pueden engendrar horror y muerte. Si seguimos así, a todos nos van a tener que reconocer por la dentadura”, agregó el escritor, que recientemente publicó Ensayos bonsai (Emecé).

La llama de la poesía también se encendió en la Feria del Libro. Durante las cuatro jornadas del II Festival Internacional de Poesía (inaugurado por el cubano César López y el colombiano Juan Manuel Roca), poetas, lectores y editores colmaron la sala Roberto Arlt del predio de la Rural para escuchar a los poetas. Más de 1500 personas –por cierto una cifra insólita, como la calificó la coordinadora Graciela Aráoz– pasaron por el festival, que cerró con la voz de uno de los poetas más importantes de Venezuela, Ramón Palomares. Otro de los encuentros consolidados es el festival latinoamericano de poesía Salida al Mar, que en esta cuarta edición se realizó en tres sedes (la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la Casa de la Poesía y en Marineros Finlandeses) y que incorporó en la organización a los miembros de la agrupación Encuentro de Estudiantes de Letras, fundadores e integrantes de la revista digital El interpretador, como Juan Diego Incardona, Sebastián Hernaiz e Inés de Mendonça. “Nos interesa hacer un festival medianamente masivo, tratar de captar a la gente que no lee poesía y también preguntarnos por qué no la lee”, precisó Cristian De Nápoli, uno de los organizadores.

Boicotear a las grandes editoriales

Hasta el hartazgo se repitió (y muchas veces se reincide) que la literatura no se vende, que pocos son los privilegiados que acceden a la punta filosa de la pirámide en la que se logra superar tal vez los cinco mil o diez mil ejemplares vendidos, y que apenas alcanzan (o sobran, si teñimos este balance con una dosis de pesimismo) los dedos de la mano para señalar a esos elegidos. Poner al mercado en un primerísimo plano y echarle la culpa por su perverso funcionamiento –responder exclusivamente a la demanda– podría ser una opción, tal vez la más cómoda y quejosa, pero también la más miope a la hora de enfocar el problema. Se vuelve imprescindible subrayar el factor generacional, no para imponer la tiranía cronológica ni mucho menos marquetinera –que busca en lo joven lo nuevo, lo “original”–, sino para observar que las nuevas generaciones –no importa si los autores sientan que forman parte de un grupo compacto y homogéneo, más bien sería exactamente todo lo contrario– tienen un afán por escribir y publicar, aunque parecería que a veces el orden de los factores puede alterar el producto.

Pero lo que importa es que desde hace algunos años, después de la crisis de 2001, muchos escritores invirtieron la pirámide inaccesible, que sería lo mismo que decir que se dieron cuenta de un modo más o menos consciente de que había que boicotear los grandes grupos editoriales y apostar por aquellas editoriales medianas, pequeñas e independientes (Ediciones de la Flor, Beatriz Viterbo, Interzona, Adriana Hidalgo, Santiago Arcos, por mencionar algunas) que asumen riesgos, que cuidan con notable esmero la edición del libro, que disponen de un buen mecanismo de distribución para llegar a las librerías, que nutren sus catálogos de libros raros, de calidad –no publicables para el estándar de los pesos pesado que anhelan vender todo ya–, que harán su propio camino, de espaldas al dios del mercado, pero, curiosamente, a la larga, ocupando los márgenes de un centro que, a medida que parece achicarse, deja un amplio espacio, mucho más grande de lo que se supone o imagina, para instalarse y esperar a sus lectores. Se sabe, por el proverbio turco, que la paciencia es la llave del paraíso, aunque no sea muy cultivada por estas tierras.

La explosión de la narrativa

Varias antologías permiten asomarse al vasto universo que empiezan a desplegar los escritores nacidos después de 1970. Buenos Aires escala 1:1 (Entropía), una selección de cuentos sobre barrios porteños, antologada por Juan Terranova, incluye relatos de Leonardo A. Oyola (que ya había publicado su primera novela, Siete & el Tigre harapiento), Ignacio Molina (autor de los cuentos de Los estantes vacíos), Iosi Havilio (su primera novela, Opendoor, fue muy elogiada por Beatriz Sarlo), Marina Mariasch y Ricardo Romero, entre otros. En celo (Sudamericana) reúne cuentos sobre sexo de Mariana Enriquez, Oliverio Coelho, Josefina Licitra, Florencia Abbate, Hernán Arias y Pedro Mairal, entre otros. La descomposición (Interzona), primera novela de Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975), anticipa un proyecto de escritura que experimenta con la fragmentación sin abandonar el interés de contar las pequeñas historias que suceden en los pueblos. “Narrar en Buenos Aires sería abdicar de mi experiencia de pueblo, resignar esa experiencia, que supone una mirada del país y del mundo”, confesó Ronsino. Otro debut literario prometedor es el de Martín Murphy (1971) con El encierro de Ojeda (Adriana Hidalgo) en la que narra las peripecias de un hombre abúlico que se hunde en un aislamiento inexorable. En Madrugada negra, primera novela de Cristián Rodríguez (Adriana Hidalgo), ganadora del Premio de Novela Biblioteca Nacional, el escritor y psicoanalista explora la figura del represor en breves y potentes capítulos, narrados en tercera persona. Norma Huidobro en El lugar perdido (Alfaguara) también explora la complejidad del accionar de un torturador en un pequeño pueblo de Jujuy en plena dictadura militar.

Dos escritoras que sorprenden en el panorama de la literatura argentina, y especialmente dentro del género cuento, son la narradora y guionista Alejandra Laurencich y María Fasce. En Historias de mujeres oscuras, Laurencich explora con precisión el instante en que un incidente doméstico abre una grieta por la que aflora lo indecible, esa zona tenebrosa tan difícil de narrar por la amalgama vertiginosa de emociones, sensaciones, sentimientos e ideas fronterizas, que nunca se sabe hasta dónde pueden llegar. En A nadie le gusta la soledad (Emecé), Fasce demuestra una vez más que es una gran observadora y traductora de los estados de ánimo de sus personajes; los examina a fondo con una feroz ironía, pero sin perder la delicadeza. A propósito del cuento, Juan Martini regresó al género con el formidable Rosario Express (Norma).

Entre las novelas más destacadas del año sin duda conviven en un combo generacional y estético de amplia diversidad La ley de la ferocidad (Alfaguara), de Pablo Ramos (1966); dos novelas que abordan la disolución de la pareja: Era el cielo (Interzona), de Sergio Bizzio (1956), y Derrumbe, de Daniel Guebel (1956); Historia del llanto (Anagrama), de Alan Pauls (1959); Un chino en bicicleta (Norma), de Ariel Magnus (1975), con la que obtuvo el premio La otra orilla; Magic resort (Emecé), de Florencia Abbate (1976); El peletero (Edhasa), de Luis Gusmán (1944); Ciencias morales (Anagrama), Premio Herralde de Novela, de Martín Kohan (1967), y La expectativa (Mondadori), de Damián Tabarovsky (1970). “Nosotros fuimos los actores de reparto; no tenemos ni muertos ni desaparecidos en nuestra generación, somos los hermanos menores de los muertos, los desaparecidos y exiliados”, advirtió Tabarovsky en una entrevista reciente con Página/12. “Mientras ellos eran los héroes, nosotros éramos los actores secundarios que mirábamos una escena que no nos correspondía”, añadió.

Entre el periodismo y la literatura, la crónica capta la fuerza de lo real y la funde con el arte de la ficción. Eso demuestra el puñado de libros del género que se publicaron durante el 2007: La virgen del cerro (Sudamericana), de Juan Terranova; Banco a la sombra (Sudamericana), un recorrido por las plazas del mundo bajo la lúcida mirada de María Moreno; Los imprudentes (Tusquets), de Josefina Licitra; La ruta del beso (Norma), de Julián Gorodischer; La Argentina Crónica. Historias reales de un país al límite (Planeta), que incluye textos de Cristian Alarcón, Leila Guerriero, Alejandro Seselovsky y Pablo Plotkin, entre otros. Habrá quien opine que tanta explosión narrativa decantará, de la misma manera que sucederá con el boom de los blogs. Es probable, pero eso no debería funcionar como excusa o impedimento para descubrir o encontrarse con esta extraña galaxia de autores y de textos, imposible de dar cuenta en su totalidad, que cincelaron las mesas de las librerías del país.

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