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Lunes, 21 de abril de 2008
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Inés Garland y los relatos de Una reina perfecta

“Todos somos inadecuados”

En los trece relatos que integran su libro, la escritora retrata a mujeres perseguidas por el peso de viejos mandatos y un sentimiento de desorientación. Más allá del género, Garland habla de “las fisuras que hay en los seres humanos.”

Por Silvina Friera
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“Te viven diciendo que no escribas cuentos, y no es sólo acá, sucede en todo el mundo.”

¡Cuántas sorpresas puede deparar un regalo de cumpleaños! Un perfume tenuemente familiar abre las puertas de un episodio “censurado” en la memoria de una voz que recuerda una fiesta lejana. Desde su habitación, una niña escucha voces y suspiros de una mujer que está con su padre pero no es su madre, tan perfecta como lejana. Clara, una adolescente, viaja junto a sus padres los viernes al Tigre para pasar el fin de semana en la casa de los Woods, y sólo al final se descubrirá por qué nunca quiere invitar a una amiga. Una mujer le cuenta a un hombre, tal vez su analista, cómo su vida cambió cuando descubrió las comisuras de la boca de Adolfo, pero ese relato precipitado de su matrimonio, “una terrible equivocación”, se transformará en una risueña declaración de amor al entrecejo de su interlocutor. Una de las hermanas no deja de soñar con Ramona, esa perversa empleada que las cuidaba bajo la amenaza permanente de una penitencia. En otra fiesta, una mujer intenta seducir a un hombre más bajo que ella sin moverse de su asiento, para que no se perciba la diferencia de estaturas. En Una reina perfecta (Alfaguara), la escritora Inés Garland reúne trece cuentos y relatos breves que revelan el complejo entramado de las fisuras femeninas, los sentimientos de desorientación e inadecuación y el peso de los mandatos que abruman a las mujeres que protagonizan estos relatos, premiados en 2005 por el Fondo Nacional de las Artes.

La autora de El rey de los centauros dice que el verdadero arte de la escritura “es que parezca autobiográfico lo inventado”. A Garland, como a una de las protagonistas de “El remolino”, le gusta estar atenta a cada detalle, no perderse ni un solo compás del movimiento de sus criaturas y poner en tensión pensamientos, sensaciones, dichos y hechos. “Te viven diciendo que no escribas cuentos, y no es sólo acá, sucede en todo el mundo. Doris Le-ssing contaba que a ella en las editoriales le dijeron que hasta que no escribiera una novela no la iban a publicar –cuenta la escritora–. Es cierto que la novela te permite evadirte de la realidad por mucho tiempo, y hay gente que busca en la lectura la evasión. El cuento es un momento, una explosión que te queda dando vueltas en la cabeza.”

–En varios relatos aparecen mujeres que se enamoran de un detalle, como las comisuras de los labios, el entrecejo o los nudillos de un hombre. ¿Cómo explicaría esta obsesión por los detalles físicos?

–No me había dado cuenta de que había tantos detalles físicos, ¡el cuerpo dice tantas cosas! Yo uso esos detalles como si el amor que sienten los personajes entrara en un embudo que se dirige a ese detalle físico que enciende el fuego. Es tan inabarcable una persona que concentrarse en esos detalles me permite captar toda la intensidad de los sentimientos.

–¿Por qué muchas de esas mujeres están desorientadas?

–El tema de ser madre está acompañado de una serie de mandatos pesadísimos para las mujeres, y la de-sorientación viene de sentir que no se puede responder a esos mandatos. Si no es eso que te contaron ser madre, ¿qué es? Muchas mujeres están perdidas en un mundo de mandatos, de ambigüedades y de contradicciones que implica ser madre, ser mujer y enamorarse. Hay gente que está menos atada, pero yo tuve muchos y muy fuertes, y me costó bastante poder eliminarlos. El arquetipo de la madre perfecta, amorosa, que no se equivoca y te contiene siempre, está muy difundido en las tarjetas Hallmark. Y aunque los arquetipos me parezcan necesarios, quiero mostrar otras facetas. Carl Jung plantea que ponerle a la madre el peso del arquetipo impide el contacto con la humanidad de la madre. Estas madres en mis cuentos son muy humanas, tienen falencias, y si están desorientadas es porque no pueden aceptarlas.

–¿Qué mandatos de la literatura argentina le pesan más?

–Hay un tema con las clases sociales; la clase media está más presente en la literatura y cuando aparece la clase alta es el oligarca. Mis personajes siempre son de clase media alta, pero yo sólo puedo escribir de lo que conozco, y quizá viva como un mandato el tema de a quién le va a interesar, cuando en realidad en mis historias muestro las fisuras que hay en los seres humanos. En ese sentido, encontré más referentes en la literatura americana o inglesa que en la argentina; tal vez Silvina Ocampo, que me gusta muchísimo, pero es un bicho raro dentro de la literatura. No es una cuestión de qué tipo de literatura es mejor o peor, sino de los temas que se pueden tratar. En algún momento sentí el peso del mandato de escribir sobre algo más popular o masivo, no por la cantidad, sino por la gente que podía relacionarse con esos temas.

–¿Pero ése no sería un mandato del mercado?

–No, tiene que ver con la necesidad de comunicarme; quiero hablar con alguien, tengo esto para compartir. ¿Le interesa a otra gente? ¿A quién?

–¿Le pesan mandatos de cómo se “debe” escribir o lo que se espera de una escritora?

–Me pesan mandatos que tienen que ver con las lecturas académicas. Natalia Ginzburg decía que no formaba cultura con lo que leía, pero no es cierto. Leí muchísimo, pero de forma muy desordenada. Cuando leo entrevistas a escritores donde cuentan todo lo que leyeron, me da la sensación de que tienen algo muy académico que envidio muchísimo, que yo no tengo. Los libros cayeron en mis manos y no tuve una hoja de ruta. Pero aunque desordenada, mi relación con los libros es intensa. Durante mi infancia y adolescencia en casa se leían muchos best sellers, y cuando empecé a leer no sabía bien qué debía leer. Me hubiera gustado leer mejor literatura de más chica. Siempre siento que tengo que rendir cuentas de mis lecturas, es una sensación de inadecuación. Sé que es un problema mío porque nadie me criticó por eso.

–A propósito de la inadecuación, esta sensación aparece mucho en sus cuentos, como en “Una cuestión de altura”, donde la protagonista baila sentada para disimular su altura, lo que la hace aún más inadecuada.

–El sentimiento de inadecuación es un desastre, te hace hacer muchas tonterías (risas). El complejo te termina volviendo inadecuada. Además, creo que todos somos inadecuados en un montón de sentimientos y pensamientos. La sensación tiene que ver con estar muy atenta a lo que está detrás de las caretas. Tardé años en darme cuenta de que no era yo sola la que se escondía tras una careta. Sentía que mentía, que había falta de sinceridad en mis relaciones, y fue a partir de mucho trabajo con grupos que descubrí que la inadecuación es una característica de la condición humana.

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