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Viernes, 6 de junio de 2008
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NO SER DIOS Y CUIDARLOS, DE JUAN CARLOS ANDRADE Y DIEGUILLO FERNANDEZ

Estudiar detrás de las rejas

Estructurado en base a un relato de Sergio Schoklender –uno de los mentores del proyecto y egresado de Psicología y Derecho–, el documental describe la experiencia del Centro Universitario Devoto (CUD), que permite a los detenidos cursar distintas carreras.

Por Oscar Ranzani
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NO SER DIOS Y CUIDARLOS
Argentina, 2008.

Dirección: Juan Carlos Andrade y Dieguillo Fernández.
Guión: Dieguillo Fernández.
Fotografía: Federico Gómez.
Tema musical: “No ser Dios y cuidarlos” (Leonardo Favio).
Producción Ejecutiva: Juan Carlos Andrade.

Al poco tiempo del regreso de la democracia, un grupo de detenidos de la cárcel de Devoto (entre los que se encontraba Sergio Schoklender) le solicitó a la madre de uno de ellos que pidiera autorización para que pudieran ir a estudiar a la universidad. La señora fue hasta la UBA y la recibió Marta Laferriere –actual directora del Programa UBA XII–, quien le propuso una alternativa: llevar la universidad a la cárcel. Laferriere se reunió con el rector de entonces para concretar el proyecto y no hubo reparos. Así nació el Centro Universitario Devoto (CUD), una experiencia educativa surgida en 1985, inédita en el mundo, y que permite a los detenidos cursar Derecho, Psicología, Sociología y Ciencias Económicas. Quienes le dan vida y sentido a esta unidad académica brindan su testimonio en No ser Dios y cuidarlos, documental de Juan Carlos Andrade y Dieguillo Fernández que recoge un mosaico de opiniones: los propios estudiantes, guardiacárceles, funcionarios del Sistema Penitenciario Federal, docentes y coordinadores e incluso de especialistas, como el juez de la Corte Suprema de Justicia Raúl Zaffaroni.

Estructurado en base a un relato extenso de Sergio Schoklender –uno de los mentores del proyecto y egresado de Psicología y Derecho– que funciona como la columna vertebral del largometraje, No ser Dios y cuidarlos permite conocer que los propios detenidos le solicitaron en su momento a Laferriere que hiciera las gestiones para adecuar un espacio en desuso del penal que antes había sido utilizado como pabellón de menores y luego como taller. Una vez concedido el permiso, los mismos presos pusieron manos a la obra: se las ingeniaron para trabajar de albañiles, pintores, plomeros y electricistas para acondicionar el sitio, de manera que fuera un oasis en medio del encierro. Schoklender recuerda que se crearon reglas de convivencia inviolables de manera que el proyecto no naufragara. De hecho, en numerosas oportunidades, los estudiantes del CUD hicieron huelgas de hambre, ya que hubo al menos diez intentos de cierre a lo largo de su historia.

El testimonio del ex director del penal de Devoto, Omar Carrasco, funciona como el contrapunto de las opiniones de coordinadores y detenidos. Su discurso representa la verticalidad del sistema de una institución carcelaria, mientras que las opiniones de presos y profesores hasta parecen rebelarse frente a sus dichos, armado casi como si estuvieran dialogando entre sí, cuando en realidad están contrapuestos.

El relato de Schoklender es esclarecedor en muchos aspectos: cómo se gestó el proyecto, cómo se desarrolló, cuáles fueron las dificultades y los prejuicios de la sociedad que debieron enfrentar y cómo con una fuerza de voluntad asombrosa los presos lograron –y logran– estudiar en un lugar hacinado y ominoso. En ese sentido, su testimonio es muy rico. No pasa lo mismo con los de un puñado de detenidos, en algunos casos un tanto desaprovechados: hubiera resultado auspicioso que se los consultara con mayor profundidad porque seguramente deben tener valiosísimas experiencias para contar sobre su estudio en la cárcel, más allá de preguntas generales como qué es una cárcel, qué significó el CUD y cómo evalúan el futuro. Probablemente, la búsqueda de dinámica acortó los tiempos de exposición. De todos modos, algunas opiniones emocionan, como la de “El Tucu”, que tiene una condena de siete años y estudia Derecho y Sociología: “Siempre lo digo y lo seguiré diciendo: la mejor herramienta que puede haber en una cárcel es el estudio”, afirma. Se trata de un lugar en el que los docentes enseñan y los alumnos estudian. Pero, como señala el documental, allí todos aprenden.

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