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Martes, 17 de junio de 2008
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Crónica de la insólita presentación porteña del actor y director Vincent Gallo

“Algunos piensan que soy diabólico”

Llegó a Buenos Aires hace un par de meses, como protagonista de Tetro, que dirige Francis Ford Coppola, y el domingo presentó en el Malba no sólo su película The Brown Bunny sino también una diatriba ilustrada contra el crítico que lo hundió en Cannes 2003.

Por Julián Gorodischer
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“Hacer que te chupen la pija en una película no es tan difícil”, se jacta Gallo.

La tarde helada de domingo no inhibió que Vincent Gallo (V. G.) luciera espléndido en las escalinatas del Malba, en rol de perfecto anfitrión a las proyecciones de sus obras como director, Buffalo 66 y The Brown Bunny, que acredita, esta última, el lauro de “peor film de la historia”, según la definió un crítico norteamericano con el que, luego, Vincent se ensañaría hasta declararlo en un knock out imaginario. La aparición de Gallo fue repentina, después de meses de ostracismo y de un encierro voluntario en el hotel de Alan Faena, afectado por el misterio que acompañó al elenco completo de Tetro, de Francis Ford Coppola, durante su estadía argentina. Se dijo, el domingo, que no estaba de buen humor, luego de difundirse sus apreciaciones poco favorables sobre la comida, sus compañeros de rodaje y las mujeres criollas.

Por el momento es un dechado de amabilidad y virtud, y estira la mandibulota en una inmensa sonrisa cada vez que se le aproxima una estrellita cool a expresarle: “Señor Gallo, es un honor para mí; Buffalo 66 fue para mí tan importante”. Las modelitos que hacen la fila de aspirantes a groupies entienden que éste es un galán del que quedaría bien enamorarse: tapadito gris, despeinado casual, aire de divo informal y de reventadito módico que luce menos de treinta teniendo cerca de 45. Su público colma el auditorio del Malba para dejarse impregnar de la contigüidad con el astro díscolo, como si nada pudiera ser más eficaz que su escarnio para movilizar hasta el Malba un domingo-Día del Padre de frío prepolar. Son los mismos que ovacionarán en un rato la terca negativa a dejarse traducir al español, previo a hacer callar a la traductora oriental (que nunca perdió la compostura) al grito de: “Yo soy el jefe, ¿está claro?”. Hubo un momento en que, desde el público, se sintió melancolía por el silencio al que V. G. se llamó hasta hace dos semanas.

Durante la exposición, prima la imagen del hombre devorado por su fantasma, el crítico Roger Ebert, su monstruo, al que dedicaría el grueso de su conferencia. “El vio mi película –empieza a destilar veneno– como una oportunidad de hacerse más significante como crítico. Ebert sabía que soy una persona con un carácter algo frágil, sabía que hablo sin planear estratégicamente y pensó que podría hundirme en un melodrama.”

“Para ilustrar su crítica a mi película en su programa de TV –dice mientras se prepara la proyección en pantalla gigante de la crítica televisiva a The Brown Bunny– Ebert usó fotos de recortes porque él mismo no la había visto completa.” A esta altura, la intervención de V. G. se afirma como catarsis poco espontánea, en gira mundial, a juzgar por el trabajo invertido en la edición de las intervenciones del crítico y el tempo calibrado. El hombre obsesionado con su crítico tiene fresco el recuerdo de la función en el Festival de Cannes 2003, 40 minutos de abucheos posteriores a la proyección y aun peores aplausos compasivos. Esta noche se devela el misterio, y por fin, se conoce la obra maldita de V. G. Su personaje es Bud Clay, motociclista al que la cámara sigue con devoción. La imagen se demora en sus vueltas virtuosas por la pista. Su pasatiempo es seducir a mujeres solas y sufridas a las que conoce en forma ocasional, ilusiona y luego abandona. “Algunos han visto una cuota de narcisismo en The Brown Bunny”, se sorprende Gallo antes de apuntar al crítico. ¿Es posible que a alguien se le haya ocurrido semejante idea luego de ver cómo el film le exalta las formas de su cuerpo y su rostro desde todos los ángulos posibles, y lo muestra bajo la ducha, en la cama, en el auto, expresión sufriente, espíritu fuerte, emoción auténtica, besos con ruido?

Se sabrá, más tarde, que hay un rechazo original, un “trauma” que ha hecho devenir al malo de Bud Clay en lo que es: un misógino. La misoginia del personaje se justifica como compensación a una mujer que lo hizo sufrir, a él y al niño por nacer al que castigó con drogas y alcohol. El desquite se libra en la tan mentada escena en que Chloé Sevigny se la chupa por un buen rato, ese tema del que habló todo Cannes en 2003, por el que se le auguró el final de su promisoria carrera. Daisy (Sevigny) se excita cada vez que él le dice de nuevo Puta; él aprovecha el momento para bajar el moralismo inherente a una película que opone drogas, sexo y alcohol a maternidad y la familia bien compuesta. El plano no omite detalles del tamaño extra large que, evidentemente, hace sentir tan orgulloso al nada tímido V. G.

Imposible no ligar la escena a la página de Internet VG Merchandise que se presenta como su página oficial (y cuyo link se distribuyó frenéticamente en cadenas de mails durante la semana pasada). “Yo, Vincent Gallo –se lee ahí– estrella de clásicos como Buffalo 66 y The Brown Bunny he decidido hacerme disponible para las mujeres...; por la módica suma de $50.000 más impuestos puedo cumplir el sueño, el deseo o la fantasía de cualquier mujer naturalmente nacida.” Ahí dice que a las que quieran su compañía durante todo un fin de semana se les pedirá $100.000. A las indecisas se les recomienda dejarse tentar por “la polémica escena de The Brown Bunny”.

“Hacer que te chupen la pija en una película no es tan difícil. Estuve esperando tres años para llegar a esto”, se jacta. Y luego sigue con la obsesión por el crítico: “Ebert, esa rata miserable, se paró en mitad de la proyección de Cannes y cambió el humor de los que estaban viendo”. “Después de este crítico los productores no pagaron y la película no se estrenó. Tuve una inflamación de la próstata y por eso agradezco los cuidados de Juan S., mi médico en Buenos Aires.” La autorreferencia se despliega tan potente como en el primer plano sufrido de su rostro que cierra el cortometraje Honey Bunny (que también se proyecta). En este trabajo se ve una sucesión de mujeres reducidas a objeto (aquí actrices que hacen de muñecas-bailarinas que giran sobre su propio eje); la seguidilla culmina con el rostro mudo e intenso de V. G., que –forzando la asociación– hasta tiene una reminiscencia a Jesucristo. Si se forzara algún tipo de metáfora religiosa en la relación del héroe con sus mujeres, también en The Brown Bunny, habría que pensar en la devoción a la figura de V. G., no en otro Dios.

Según su propio racconto de los hechos siempre en torno de la figura de Ebert y al abucheo recibido en Cannes (opuesto al entusiasta aplauso de la manada porteña), luego de la confrontación pública que mantuvo con el crítico a éste “le dio cáncer de colon”. “La gente piensa que soy oscuro y diabólico, muy dotado para la magia negra”, se ríe. Luego ordena proyectar una crítica posterior del mismo Ebert en su programa, en la que el crítico ahora habla a favor de una versión reducida en 26 minutos de The Brown Bunny. La predecible conclusión queda a cargo de Vincent Gallo: “Ahora somos buenos amigos el crítico y yo”.

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