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Jueves, 28 de agosto de 2008
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Tus santos y tus demonios, promisoria ópera prima de Dito Montiel, con Robert Downey Jr.

Cuando la vida vibra en la calle

Ganadora de dos premios del Festival de Sundance, el debut de Montiel parece una película de la década del 70, cuando el cine estadounidense fue capaz de narrar cómo era eso de formarse en la vereda, cuando se es joven y de clase media baja.

Por Horacio Bernades
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Con experiencia en teatro, la convicción con que Montiel narra le permite esquivar los clichés.

Tus santos y tus demonios no parece una película de esta época sino de otra, en la que la vida podía vivirse en la calle, el cine podía parecerse a la vida y las películas podían estar escritas en primera persona. En otras palabras, Tus santos y tus demonios, ganadora de dos premios en la edición 2006 del Festival de Sundance, no parece una película del siglo XXI, sino de las últimas décadas del siglo XX. Más precisamente, de la década del 70, cuando el cine estadounidense fue capaz de narrar, en películas como Calles peligrosas y The Wanderers (Philip Kaufman, 1978), cómo era eso de formarse en la vereda, cuando se es joven y de clase media baja. Como aquéllas, la ópera prima de Dito Montiel reniega de cualquier truco y combina drama clásico y narración libre, logrando tanta intensidad emocional como intelectual. Si algo hay para lamentar es que se estrene en Buenos Aires con escasa media docena de copias, mucho menos de lo que merecería.

Cuando se hace mención a la primera persona, no es en sentido figurado. El protagonista de Tus santos y tus demonios (el título original es A Guide to Recognizing Your Saints) se llama Dito Montiel, se crió en la barriada de Astoria, en Queens, NY, y ahora, a los 40, está radicado en Los Angeles, donde trabaja como escritor y dramaturgo. Su madre, Flori (la alleniana Dianne Wiest, que reaparece tras un largo paréntesis) lo llama desde Nueva York para pedirle que vuelva. Es que Monty, su padre (otro reaparecido: Chazz Palminteri) acaba de sufrir un nuevo ataque de epilepsia. Encarnado en la adultez por un Robert Downey Jr. inhabitualmente introspectivo, ese llamado y el regreso al barrio darán lugar a la serie de raccontos que constituyen el núcleo narrativo. Raccontos que se remontan hasta mediados de los ’80, cuando Dito y sus amigos tienen menos de 18 y empiezan a aprender que allá afuera se vive y se muere.

Por más que en las clases se ponga a mirar por la ventana cómo algún miembro de la barra se pasea desnudo por la terraza, hay una diferencia entre Dito (el excelente Shia LaBeouf, antes de Transformers e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal) y sus amigos Antonio, Giuseppe y Nerf: Dito va al colegio. Esa es también la razón por la cual, a la larga, el hijo de los Montiel terminará abandonando barrio, familia y amigos, tal como él mismo anuncia culposamente a cámara, al comienzo de la película. Lo que Dito abandona es, en verdad, algo más pesado, que el cine estadounidense ha tratado con insistencia a través de las épocas: la dialéctica de la violencia. Dialéctica de la que ni él ni sus amigos parecerían poder escapar, y cuyo carácter circular dibuja con exactitud el enfrentamiento con una bandita rival: los otros podrían ser ellos mismos, vistos desde la vereda de enfrente. Por una paradoja tal vez tribal, no es la diferencia sino el parecido lo que los lleva a escalar, indefectiblemente, hacia la muerte ajena.

Sostenida por una suerte de “penumbra del recuerdo”, a cargo del notable DF francés Eric Gautier (que trabajó en Irma Vep, Diarios de motocicleta y Reyes y reina, entre muchas otras) y con una banda de sonido capaz de pasar de “Baby Come Back” a un temazo como “Trouble”, de Cat Stevens, Montiel se apoya en un elenco extraordinario. En él brillan tanto los chicos (sobre todo LaBoeuf y el grandote Channing Tatum, esclavo de la violencia, como DeNiro en Calles peligrosas) como la morocha Rosario Dawson, a quien le basta un par de escenas para hacerse incandescente. Con experiencia en teatro y un total desconocimiento de la técnica cinematográfica, la convicción con que Montiel narra le permite esquivar los clichés que asoman, casi como pruebas a vencer, en el curso de la historia. La vuelta al barrio no está regida por una moqueante nostalgia sino por un seco sentimiento de pérdida; la barra no es aquel núcleo de amistad indestructible, sino entropía pura; las disputas familiares se narran con elipsis antes que gritos; la iniciación sexual no concede a la misoginia, sino que la denuncia; la violencia no es glamorizada ni mistificada, sino fríamente radiografiada.

Hay, sí, un par de notas falsas, sobre todo por su inconsecuencia estilística. Una es una única secuencia narrada como falso documental, con los protagonistas presentándose a cámara con breves soliloquios. El otro fallo, más acusado, puede detectarse en un par de escenas en las que la narración, a cargo del Dito adulto, se literaliza, con diálogos dichos por Robert Downey y hasta inscriptos sobre la pantalla. Al quedar aislado, el intento metatextual hace ruido. Patinadas breves y puntuales no impiden a Tus santos y tus demonios constituirse en uno de los debuts más a contracorriente que el cine estadounidense haya producido en años.

8-TUS SANTOS Y TUS DEMONIOS

(A Guide to Recognizing Your Saints, EE.UU., 2006)

Dirección y guión: Dito Montiel, sobre su propio libro de memorias.

Fotografía: Eric Gautier.

Intérpretes: Robert Downey Jr., Shia LaBoeuf, Chazz Palminteri, Dianne Wiest, Rosario Dawson y Eric Roberts.

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