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Viernes, 31 de octubre de 2008
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LISANDRO ALONSO ANTE EL ESTRENO DE LIVERPOOL, SU NUEVA PELICULA

“Ni el cine ni el espectador deberían perder la diversidad”

Así como selecciona “personas de la vida real” para sus films, el director dice que le interesa ese borde difuso entre realidad y ficción: “Haber hecho películas con los personajes y con las personas que están dentro me hace mejor ser humano”.

Por Oscar Ranzani
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“Con Cannes tuve suerte de estar en el lugar y el momento indicados, en una etapa en que el cine argentino se abrió camino.”

Se puede asegurar que el joven cineasta Lisandro Alonso es un niño mimado en Cannes. Así lo certifica el hecho de que sus cuatro películas fueron vistas en uno los principales festivales del mundo: su ópera prima, La libertad, se exhibió en la sección Una cierta mirada, mientras que Los muertos, Fantasma y Liverpool –la más reciente– formaron parte de la programación de la prestigiosa Quincena de los Realizadores en distintas ediciones. Ahora llega el turno de probar suerte en Buenos Aires: hoy se estrena Liverpool en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), tal como es la costumbre de Alonso desde que decidió alejarse del circuito comercial con Los muertos. Y en términos estrictamente narrativos, su nuevo largometraje es el que mayor trama argumental desarrolla. Como siempre, Alonso eligió no trabajar con actores sino con personas oriundas del lugar donde filmó: en este caso, Ushuaia, donde transcurre la historia. Si La libertad permitía observar la rutina de Misael Saavedra, un hachero de La Pampa prácticamente aislado en el medio del mundo, y Los muertos reflejaba la historia de Argentino Vargas, un ex presidiario de un penal correntino que buscaba reencontrarse con su hija, Liverpool tiene como protagonista a Farrel, interpretado por Juan Fernández, un hombre que en la vida real se dedica a sacar nieve de las rutas. Fernández compone a un marinero con una historia de alcoholismo que, después de veinte años, vuelve a Ushuaia en un barco carguero, y decide quedarse un par de días para saber si su madre sigue viva. Al llegar, se encontrará con que la anciana vive con una chica que tiene un cierto retardo mental. La película, entonces, plantea una incógnita que se resolverá con el devenir de la historia.

“Resultó frío”, bromea Alonso cuando se le pregunta cómo fue la experiencia de filmar en Ushuaia en pleno invierno. “Fue complicado porque para mí es una distancia bastante extrema. Siempre filmé a 700 u 800 kilómetros de Buenos Aires. Eso significa estar a 700 u 800 kilómetros de los laboratorios, del Incaa, de bancos, de tu casa. En este caso, estábamos a 3500 kilómetros”, relata Alonso, y reconoce que se hacía más cara la movilidad, “aunque éramos pocos: diez o quince personas. Filmamos en un barco viajando, haciendo el viaje real que hace el barco carguero y que tarda cinco días de Ushuaia a Buenos Aires, sólo con cuatro personas y el actor”. Alonso comenta que conseguir los permisos demoró muchísimo porque “fue una tarea ardua, de años si se quiere. Por otro lado, tenían que coincidir varios factores: el factor financiero de encontrar el dinero, el invierno con nieve, el barco y que parte del equipo pudiera hacerlo en ese momento. Aparte, teníamos solo cinco horas de luz para filmar porque es así en invierno. Y estábamos pisando hielo doce horas por día. Por más que estábamos bien equipados, con botas y overoles térmicos, llega un momento que el físico no resiste”.

–¿Liverpool fue la película más difícil de realizar hasta ahora?

–Sí, ciento por ciento seguro. Fue la más complicada, la más compleja, la más cansadora para mí como productor y director. Hoy por hoy, estoy un poco agotado. Por más que el 80 por ciento del equipo trabaja solo en el rodaje, hicimos cuatro películas en siete u ocho años. Para mí, es muchísimo, sin tener infraestructura.

–En relación con La libertad y Los muertos, ¿Liverpool es la más ficcional, la más narrativa?

–Yo creo que Los muertos tiene mucho de ficción. Entiendo la pregunta, pero a mí me cuesta hablar de las películas en esos términos. Yo creo que Los muertos es una ficción, sólo que el actor se llama Argentino Vargas igual que el personaje, y sabe perfectamente cómo matar un chivo y andar en barco. Pero nunca estuvo preso ni mató a sus hermanos. Lo que sí es verdad es que Liverpool tiene como cierto factor de más ficción porque en los créditos aparezco yo y otro guionista. Pero desde La libertad nunca supe medir cuáles eran elementos de ficción y cuáles de no ficción.

–¿Se entrecruzan?

–Sí, no hay bordes entre uno y otro. Digamos, si uno filma un vaso y lo deja durante un tiempo en la imagen, no sé cuándo deja de ser documental y se convierte en ficción. Capaz que si lo mostrás treinta segundos es documental y si lo dejás un minuto y medio tiene un vuelo más ficcional. Entonces, no sabría especificar cuáles son los elementos de la ficción en las películas. Liverpool tiene más guión, hay una historia más convencional. Uno sabe por leyendas o por cosas que leyó de chico en pequeños libros para jóvenes y demás que el marinero es un hombre de puerto: solo, mujeres, bares, frío, alcohol, vida dura. O sea que sin saber realmente cómo es Farrel, le puede aportar esa carga que uno ya conoce, de lo que uno se imagina por las historias de los marineros y los puertos. Entonces, a lo mejor eso le carga como una parte más ficcional a la película.

–A diferencia de las anteriores, aparecen personajes femeninos. ¿Esto fue premeditado?

–En Los muertos había una prostituta, pero sí fue premeditado. En esta película quise poner a dos mujeres. Era mejor para mí porque le iba a dar una parte más femenina y más cálida, si se quiere, al regreso de él al lugar donde nació. Era mejor para la película, para la historia en sí misma y para la reflexión o sugerencias para con el espectador que encuentre a dos mujeres que, de alguna manera, son parte de su entorno. Pero ellas son frágiles: las dos están en una situación que necesitan ayuda. Esa cosa de necesitar ayuda y que él no pueda dársela marca más la personalidad de Farrel.

–En Toronto explicó que su interés por lugares inhóspitos y solitarios y por personajes en el límite parte de su necesidad de comunicarse con la gente. ¿Puede ampliar este concepto?

–Cuando estudiaba cine, una de las cosas que aprendí o que más registré fue la posibilidad de conocer lugares y tener experiencias con personas que solo las puedo tener a través del cine. Entonces, lo que trato de hacer es si puedo juntar diez o quince personas que están dispuestas a acompañarme en esta cosa de aventura y tener una cámara y un micrófono, prefiero ir y compartirlo con gente que, de otra manera, no podría hacerlo si no tuviera la excusa de hacer la película. Entonces, a mí me dan más ganas de compartir momentos con esa gente (con Argentino, con Misael Saavedra, con Juan Fernández, con Giselle Irrazábal) que fui descubriendo a lo largo del proceso de hacer las películas que sacar la cámara acá, venir a la calle Corrientes y decirle a un actor o a alguien que es más parecido a mí socioculturalmente: “Bueno, a ver, este personaje es así”. Por más que tengo un respeto enorme hacia los actores, a mí no me llega. Me parece que el haber hecho películas con los personajes y con las personas que están dentro de las películas me hace mejor ser humano. Entonces, eso se los debo a ellos y al cine.

–Al no trabajar con actores, ¿cómo son las indicaciones? ¿Cómo lo maneja?

–Depende del caso, porque a Misael prácticamente no podía indicarle nada porque sabía cómo manejar el hacha a la perfección. O sea que yo le preguntaba qué iba a hacer y aprendía de su oficio. Un poco me pasó lo mismo con Argentino, porque yo arriba de un bote estoy como bailando, y él básicamente me decía cómo iban a ser algunos momentos de la escena, de acuerdo hacia dónde doblara, si la marea iba para un lado o cómo venía la luz. Hablaba mucho, tanto con Misael como con Argentino. En el caso de Juan Fernández, el protagonista de Liverpool, al ser un tipo más urbano, y estar más ligado a la televisión, a leer revistas, un diario, a conversar con mucha gente, andar en auto, él dependía mucho de qué tenía que hacer. Porque se sentía más inseguro y con más dudas, del tipo “¿Qué estaré haciendo? ¿Me estarán tomando el pelo? ¿En qué va a terminar esto?”. Entonces, le hablaba muchísimo. Prendía la cámara y le decía: “Mirá para acá, mirá para allá”. Durante todas las tomas le hablaba.

–Una de sus características es que trabaja con hombres desconocidos, casi marginales, en algún aspecto. ¿Hay una necesidad de mostrarlos públicamente a la sociedad?

–Eso es parte de lo que a mí me atrae del cine. Es mostrar a gente, historias, lugares, situaciones, sentimientos, soledades, incomunicación. A lo mejor, no tanto en Liverpool porque tiene elementos más ficcionales. Digamos, que está basada más en la historia que en las personas mismas, a diferencia de La libertad y Los muertos. Pero sí, evidentemente, siempre desde un comienzo me interesó mostrar a gente que, en Buenos Aires, ni en las revistas ni en las radios aparecen. Y por más que no me interese hacer un cine político, panfletario, social o documental, me parece que hay una buena balanza –sobre todo en La libertad y Los muertos– entre la parte social o política de mostrar algún personaje o a gente muy humilde, que no tiene demasiadas libertades, que se equilibra con la parte cinematográfica. Tampoco es solo mostrar cómo vive un hachero.

–¿Por qué el aislamiento y la soledad son temas frecuentes en sus películas? ¿Siente eso viviendo en la ciudad?

–Eso yo también me lo pregunto. Y me lo pregunto mucho. Al día de hoy no le encuentro respuesta: será que, a lo mejor, tengo miedo de ser como ellos o de sufrir las mismas cosas que ellos sufren y, entonces, voy y trato de dialogar y vivir con ellos para que no me pase a mí.

–Es el único realizador argentino cuyas cuatro primeras películas se presentaron en el Festival de Cannes. ¿Qué significa esto para usted? ¿Qué puertas le abrió?

–Tuve mucha suerte de estar en el lugar indicado y en el momento indicado, en una etapa donde el cine argentino se empezó a abrir camino medio a los empujones en los festivales internacionales. Tuve suerte y cierta honestidad en lo que quería filmar. También tuve la suerte de encontrar un referente en la Quincena de los Realizadores en Cannes que confía en las películas que hacemos acá, y cree que vale la pena mostrarlas.

–¿Siente que su cine es más valorado en el exterior que en la Argentina?

–Sí. Pero no es parte de mi cine. Me parece que en Europa no bailo con la más linda pero bailo con mejor música. Y en la Argentina siempre bailo con la más fea. En Europa me siento Gardel con guitarra eléctrica, y llego acá y estoy tocando una guitarra con una cuerda. Pero ya me acostumbré a que sea así. Pero también entiendo que hay gente, prensa especializada o demás, a la que no le interesa la propuesta y me parece bárbaro. Lo que me parece que no es tan bárbaro es cuando solo quieren poner en las imágenes una forma, un solo criterio porque ahí estamos perdiendo la diversidad. El cine no debería perderla. Ni el cine ni el espectador deberían perder la diversidad. Si yo no puedo ver cómo camina un tipo en Mozambique me estoy perdiendo una experiencia. O cómo respira alguien en India o cómo se visten en Jamaica.

–¿Estrenar en la Sala Lugones garantiza que su película sea vista antes que consumida?

–Garantiza que yo me sienta feliz, al menos. Es una sala que me da mucha alegría y felicidad: es mucho más cómoda y más protectora para con este tipo de cine. Me parece que el espectador que viene a esta sala es un poco más abierto a encontrar ideas diferentes o similares, pero que viene a estar activo en la butaca. No viene a que lo lleven de las narices. Y aparte, la sala y la cinemateca me dan un tiempo prolongado: son 22 funciones a lo largo de un mes y medio. Eso funciona mejor con el tiempo de la película.

* Liverpool se proyectará hoy a las 17, 19.30 y 22 hs; el sábado 1º y domingo 2 de noviembre a las 14.30, 17, 19.30 y 22 hs; el viernes 7 a las 22 hs; el sábado 8 y domingo 9 a las 19.30 y 22 hs; el viernes 14, el sábado 15 y el domingo 16 a las 19.30 y 22 hs.

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