Chicha Mariani tenÃa una vida antes de fundar y presidir Abuelas de Plaza de Mayo. Con un lenguaje preciso y suave, ella pone el cuerpo donde hay que ponerlo, como testigo en el juicio contra el genocida Miguel Etchecolatz por el asesinato de su nuera Diana Teruggi, el 24 noviembre de 1976, en un operativo en el que su nieta de tres meses fue secuestrada. Esa es su impronta: mujer de gestos medidos, pudorosa al referirse a Daniel, su único hijo, asesinado en agosto del ’77, y perseverante en la búsqueda de su nieta, Clara AnahÃ, que a 32 años de su secuestro permanece aún apropiada y desaparecida.
Rosa Teichmann y Guillermo Kancepolsky, realizadores de Chicha, esperanza y dolor, no abundan en datos periodÃsticos. No son efectistas, muestran sólo al pasar la Casa Museo Mariani-Teruggi, de la calle 30 Nº 1134 de La Plata con “bombazos†de balas a la vista, los que hablan de la represión. El film se divide en dos: el joven escritor Juan MartÃn Ramos Padilla transmite a las nuevas generaciones la historia de Chicha, y en la segunda parte, sentada a la distancia, Chicha colorea la escena monocromática con relatos de su historia familiar, reivindicando la militancia polÃtica y se interroga sobre el accionar de la sociedad y del Estado ante la existencia todavÃa de 400 jóvenes apropiados. Teichmann es titular de Guión I en la carrera de Artes Audiovisuales de la Universidad Nacional de La Plata y desde hace diez años docente de guión en la Escuela Internacional de Cine y TV, Cuba. Con su marido videasta, Guillermo Kancepolsky, formaron un tándem. En una charla con PáginaI12, comparten opiniones sobre el contenido de su ópera prima.
–¿Cómo llegaron a encontrar un equilibrio entre el relato de Ramos Padilla y el de Chicha?
Rosa Teichmann: –El equilibrio surge de la idea matriz de la pelÃcula: la esperanza y el dolor. Desde que conocà a Chicha, lo que más me conmovió de ella fue cómo podÃa seguir adelante en la vida luchando con tanta entereza y sufriendo semejante dolor. Sentà una primera identificación como madre y pensé que no puede haber dolor más inmenso en el mundo que el de la pérdida de un hijo. Y en este caso, podrÃa decirse el de una familia entera, teniendo en cuenta que Clara Anahà aún hoy permanece apropiada y no aparece. Cuando leemos con Guillermo el libro Chicha, de Juan MartÃn Ramos Padilla, esta imagen de Chicha se agiganta y también esa percepción del dolor intenso. Pero aparece otra sensación y otra idea: el recorrido que hace Juampi en busca de la personalidad de Chicha, que lo lleva a encontrarse con la historia de ella que todavÃa hoy pide a gritos que se la revise, se la rescate del olvido y se la traiga al presente para resolver todo lo que aún queda por juzgar y condenar.
–El relato de Chicha Mariani está teñido por una cuota de decepción...
R. T.: –En el presente, la realidad no da todas las respuestas que estamos esperando. Es cierto que hay decepción. Un estado que en Chicha es lógico y comprensible, pasaron 32 años y no recuperó a su nieta a pesar de su lucha denodada. ¿Cómo se sentirÃa cualquier otra persona en su lugar? Cuando los que tienen información sobre el paradero de su nieta, Clara AnahÃ, a pesar de que están presos, mienten y además, se están muriendo...
Guillermo Kancepolsky: –Hay esperanza a través de Juampi, un joven que recibe el legado de la lucha permanente de estas mujeres, pero sobre todo de Chicha. En él vemos a muchos jóvenes que toman la posta para seguir en la lucha por una sociedad mejor y más justa.
–¿Cómo construyeron la confianza con Chicha?
G. K.: –La relación con Chicha y la Asociación Anahà se dio a partir de los juicios que impulsan y que nosotros filmamos. Esto hizo surgir en mÃ, naturalmente, la idea del documental que fue creciendo y adquirió forma definitiva cuando Rosa tomó la responsabilidad del guión y la codirección.
El film que se verá hoy domingo a las 13 en el marco de la II muestra de cine documental DOCA 2008, en el Espacio Incaa KM 0- Gaumont. Programación completa en www.docacine.com.ar
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