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Jueves, 6 de noviembre de 2008
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007 Quantum of Solace, dirigida por Marc Forster

007 o el dolor de ya no ser

La segunda película protagonizada por Daniel Craig confirma lo que se avizoraba en Casino Royale: hay una visible decisión de los productores de, en nombre de Ian Fleming, eliminar de la saga Bond justamente aquello que la hacía tan atractiva.

Por Luciano Monteagudo
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El 007 de Daniel Craig es una musculosa máquina de matar que corre todo el tiempo de país en país.

Alguna vez –y hasta no hace tanto tiempo, cuando el personaje al que Sean Connery le dejó para siempre su impronta todavía estaba en manos de Pierce Brosnan– James Bond fue sinónimo de elegancia, sofisticación, sorpresa, humor. Poco y nada queda de aquella marca de fábrica en la era Daniel Craig. Esto ya era evidente en Casino Royale (2006), que sin embargo tuvo una legión de defensores: quienes alegaban haber leído la novela de Ian Fleming y afirmaban que Craig estaba más cerca que nunca del personaje literario (como si alguna vez los textos originales hubieran importado algo en la saga) y aquellos legos que simplemente preferían que todo se redujera a una mera película de acción, suponiendo que así 007 se modernizaba y adecuaba a los tiempos que corren. Pues bien, aquí está Quantum of Solace, la nueva entrega de la serie –la segunda de Craig y la número 22 de las versiones oficiales– para confirmar lo que ya hacía temer la anterior: que ahora Bond ha quedado reducido a una suerte de Duro de matar de segunda mano.

No es difícil suponer que unos onerosos estudios de marketing convencieron a los herederos de Albert “Cubby” Broccoli –el productor original de la franquicia Bond– que ya era tiempo de introducir cambios en el producto y que la imagen de refinamiento y savoir vivre del agente secreto más famoso del mundo quizás había quedado algo desactualizada. Pero en todo caso –se puede rebatir– ese anacronismo estaba en condiciones de seguir dándole su singularidad al personaje. Un cambio no necesariamente tenía por qué sacrificar el ingenio, resignar el humor autoparódico, renunciar a la originalidad para plegarse de manera crasa a copiar las fórmulas más repetidas del cine de acción actual.

Por más que su primera aparición sea al volante de su clásico Aston Martin, es difícil reconocer en esa suerte de fisicoculturista hierático al viejo Bond. No sólo porque se permite convertir al auto en jirones en una carretera italiana por la que lo persiguen unos tiradores que parecen tuertos (tal es su pésima puntería), sino porque lo primero que hace cuando se baja es asistir a una sesión de tortura aplicada a un miembro de una organización enemiga. ¿Desde cuándo 007 –o por caso M (Judi Dench), la jefa del MI6– se ensucia las manos de ese modo? Para eso en todo caso estarán otros, de rango y aspiraciones más bajas. Lo de Bond siempre fue la buena vida, y si bajaba a un sótano era para disfrutar un vino de cava y no para andar manchándose con sangre.

Pero eso parece que es lo que le gusta a Craig: como si fuera Bruce Willis, durante más de la mitad de la película aparece con la cara magullada, el gesto crispado, la frente cubierta de cicatrices y rasguñones. El guión de Neal Purvis, Robert Wade y Paul Haggis (el libretista de los últimos Eastwood y director él mismo) no se esmera, es verdad, en darle demasiadas oportunidades de lucimiento que no sean andar saltando por los techos de Siena o romperse la crisma en una Bolivia de caricatura. Y cuando la máquina de correr se detiene, la película se vuelve cursi, sentimental, con 007 evocando al amor perdido de su vida –la equívoca Vesper, un fantasma de la película anterior, lo que hace de la venganza el único móvil de Bond– o elogiando el valor de la amistad con un viejo agente retirado (Giancarlo Giannini).

Esa veta quizá sea la influencia del director Marc Forster, quien desde Un cambio de vida hasta Cometas en el cielo ha mostrado más inclinación por apurar una lágrima fácil que por esmerar su rigor narrativo. No parecía el hombre adecuado para la tarea, porque como director de acción le falta vuelo en las coreografías y le deja todo el problema al montajista, al que no le queda más remedio que pasar cada escena por la procesadora y dejarla toda cortada en trocitos ininteligibles. El vértigo de la edición sustituye así a la verdadera tensión.

¿Y el título, que llegó a todo el mundo en su versión original en inglés, sin traducción? Quantum of Solace proviene a su vez del título de un cuento de Ian Fleming publicado en 1960 y que quiere decir “Cantidad de consuelo”. Mucha es la que necesita este Bond para olvidar a Vesper. Y mucha también la que requiere el espectador para aceptar que 007 ya no es lo que supo ser.

5-007 QUANTUM OF SOLACE

(Gran Bretaña/Estados Unidos, 2008)

Dirección: Marc Forster.

Guión: Paul Haggis y Neal Purvis & Robert Wade.

Fotografía: Roberto Schaefer.

Música: David Arnold.

Edición: Matt Chesse y Richard Pearson.

Diseño de producción: Dennis Gassner.

Intérpretes: Daniel Craig, Olga Kurylenko, Mathieu Amalric, Judi Dench, Giancarlo Giannini, Gemma Arterton, Jeffrey Wright, David Harbour, Jesper Christensen, Joaquín Cosio, Fernando Guillén Cuervo, Jesús Ochoa.

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