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Martes, 2 de diciembre de 2008
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Juan José Campanella habla de La pregunta de sus ojos, su nuevo film

“Mezclé todos los ingredientes”

El director acaba de terminar el rodaje de la película que sucederá a Luna de Avellaneda. Aunque reconoce que el “cine de género” no es lo suyo, dice que incursionó en el policial porque encontró “una historia fuera de lo común protagonizada por gente cotidiana”.

Por Emanuel Respighi
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Campanella señala que el cine nacional, en términos de producción, está “en el peor momento, a punto de morir”.

Juan José Campanella admite que el cine de género no es su métier. Que a la hora de elegir contar una historia, el cine negro, el western o la ciencia ficción no lo seducen porque su matriz, dice, “rara vez me habla a mí y a mi experiencia de vida”. Sin embargo, el cineasta, guionista y productor de cine y TV eligió una película de género para volver a la pantalla grande tras cinco años, luego de la “trilogía orgánica” formada por El mismo amor, la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda. Como una manera de acentuar la ruptura con lo anterior, tal vez. En La pregunta de sus ojos, basada en la novela homónima de Eduardo Sacheri, Campanella se anima al policial, pero no para respetarlo taxativamente sino como punto de partida para contar una historia ligada a la materia prima con la que elige trabajar y conoce como pocos: los seres humanos y sus relaciones cotidianas. “Las películas del cine negro o el western me parecen frías. El libro de Sacheri (y esperemos que la película también) sortea esta limitación, partiendo del género, pero agrandándose con una historia fuerte de seres humanos cotidianos. También tiene el tema de las decisiones de vida y sus repercusiones a lo largo de los años. Ese tema me obsesiona. Y encima de todo, es divertidísimo y atrapante”, reconoce el director en la entrevista con Página/12.

Sin abandonar la concepción que tiene sobre el cine (reforzada en cada uno de sus proyectos), como medio para que una historia o cuento logre acariciar el alma de los espectadores, Campanella acaba de finalizar el rodaje de La pregunta de sus ojos, la película que protagonizan Ricardo Darín y Soledad Villamil, y en la que tiene una participación especial Guillermo Francella. El film se centra en Benjamín Chaparro, prosecretario de un juzgado de instrucción que, al momento de jubilarse, decide ocupar su tiempo escribiendo una novela basada en el caso de un asesinato y la consiguiente investigación para dar con el culpable, que alguna vez pasó por sus manos. La historia, escrita teniendo en mente a una compañera de trabajo de la cual estuvo enamorado en secreto durante años, muestra como contexto la convulsionada Argentina de la década del ’60 y ’70, abriéndose a diferentes dilemas morales en torno de la justicia y el castigo, el proceso de escritura y el amor insinuado.

“Decidí llevar al cine La pregunta de sus ojos porque me gustó muchísimo que tuviera una historia fuera de lo común, pero protagonizada por gente cotidiana, en la que uno podía descubrirse –relata el director–. No sólo en su trabajo y su manera de ser, sino en las reacciones a ese evento extraordinario. Me cautivó poder mezclar todos los ingredientes que a mí me gustan, comedia, drama y humanismo, con una historia de género. A mí no me gusta el cine de género puro y duro. Excepto las obras que lo trascienden, como The Searchers, High Noon o Double Indemnity”, subraya, como una declaración de principios que lo describe de pies a cabeza.

A una semana de haber finalizado el rodaje, Campanella confiesa que aún su cuerpo fluctúa entre dos sensaciones bien distintas: el alivio y el cansancio. “Alivio –explica– porque salió todo bien. Capeamos la lluvia, el sol que baja, el sol que sale, locaciones difíciles, escenas con masas, situaciones de complejo contenido dramático, una nueva tecnología (la cámara RED), la crisis global de financiamiento, y varias cosas más, con éxito. Cansancio porque hicimos todo en siete semanas.”

–O sea que, en su caso, el rodaje no es la etapa que más disfruta del proceso de construcción de una película.

–Es la etapa más cansadora. Creo que todo director va a decir lo mismo. En el rodaje casi todas las sorpresas son malas. Las únicas buenas las pueden dar los actores, ofreciendo una actuación mejor aún de la que uno imaginaba. Como es la primera vez que trabajo con Francella, me sorprendía diariamente. Es impresionante su timming, su manejo de los tiempos dramáticos. La parte que más disfruto es la que empiezo ahora: el montaje.

–¿Decidió hacer un traslado fiel a la obra literaria o se permitió de algunas licencias?

–La película tiene muchos cambios con respecto a la novela, aunque mantiene su historia original. Diría que un 60 por ciento de las escenas de la película no están en la novela, pero paradójicamente se reconoce en ella.

–¿Le resultó sencilla la transposición al medio cinematográfico, acostumbrado a trabajar con guiones originales?

–Sí, fue relativamente sencillo. El “relativamente” se refiere a lo que es empezar un guión de cero, sin ningún punto de partida. Acá partimos de una historia fortísima que ya estaba armada. Además, trabajamos junto con Sacheri, que se prendió en esto de hacer “otra versión” de la novela, como si fuera jugar con ella. No sé si al principio le costó, pero luego entró con todo en ese juego y él mismo proponía muchos de los cambios.

–Con El mismo amor..., El hijo de la novia y Luna de Avellaneda abordó la complejidad de las relaciones humanas a través de historias dramáticas, con marcado arraigo en lo barrial y cotidiano. ¿La pregunta de sus ojos sigue esa línea sensorial?

–Creo que sí. Acá el “barrio” es el Palacio de Tribunales y la gente que vive dentro de él. Pero la película, si bien se desarrolla a partir de un crimen, tiene todos esos elementos sin los cuales no me interesaría filmar una historia. No sé cómo quedará cuando esté montada, pero podría decir que tiene las escenas más negras y las más cómicas de todas mis películas.

–¿Y eso obedece a que buscó deliberadamente cambiar de registro o fue la historia la que lo atrapó para que filmara esta película y no otra?

–Siempre dije que las tres películas anteriores eran una especie de trilogía, que se fue dando orgánicamente a medida que la iba haciendo. No tendría problema en tocar la misma música, si encontrara una canción que me gustara. Probablemente, mi próxima película sea así. Pero no me interesa hacer algo distinto por el simple hecho de hacer algo distinto. A veces, uno, para satisfacer la necesidad del crítico, termina traicionándose. No quise hacer eso. Pero estuve largo tiempo sin encontrar una historia que me apasionara lo suficiente como para dedicarle dos o tres años de vida. Por eso hace cinco que no filmo.

–A lo largo de su filmografía, Ricardo Darín estuvo presente en todas sus películas. ¿Por qué reincide? ¿Qué lo atrae de él como actor?

–Me gusta como actor y está perfecto para el papel. Además, nos llevamos bárbaro y me ayuda muchísimo a mantener buen clima en el set. Tiene un poder cautivante por sobre la cámara y la audiencia, y se despega de la pantalla. Tiene mi misma edad y, por lo tanto, vivencias similares. Y que esté Soledad Villamil no es un guiño a El mismo amor...: Soledad es la actriz ideal para este papel. Los personajes son totalmente distintos.

–¿Cómo ve al cine nacional en términos de producción?

–Pésimo. El peor momento, a punto de morir. Si no se hace algo rápido, realmente, le queda poco tiempo de vida. Es vergonzoso que el cine haya perdido toda independencia soberana y no se pueda hacer cine sin recurrir a capitales de afuera, ya sea de productores como de organizaciones. Y me anticipo al “pero” de los comentaristas diletantes: el cine que se hace gratis con amigos (aunque estos amigos pueden ser profesionales) un fin de semana no cuenta en este comentario. Ya sé que ese cine no va a morir nunca y que hasta puede dar obras maravillosas, aunque mucho más esporádicas de lo que nos hacen creer. Hablo de un cine con continuidad, con injerencia en la sociedad que lo cobija, con gente, mucha gente, que pueda vivir de él y desarrollarse en sus capacidades a nivel internacional. Un cine que trascienda al pequeño círculo de los cinéfilos.

–¿Qué evaluación hace de la cuota de pantalla? ¿Logró cuidar la industria nacional o las arbitrariedades de los exhibidores y la debilidades por los tanques de Hollywood se mantienen?

–La cuota de pantalla ayuda, pero no se controla lo suficiente y como todas las leyes de este país, al fallar en su ejecución, terminan siendo al pedo. Por supuesto que hay que refinar el sistema y perfeccionarlo día a día. Los exhibidores no hacen arbitrariedades, son coherentes: van a defender la película que más plata les dé, sea de la nacionalidad que sea. Es así de sencillo y así de claro. No es un tema ideológico ni cultural: es un tema absolutamente económico. Ocurre también entre películas yanquis. Si Hulk viene metiendo el 95 por ciento de la sala, y piensan que el Capitán América puede meter el 96 por ciento, lo vuelan a Hulk. Es así, aun en Estados Unidos, en donde el cine independiente está moribundo, peor aún que el cine argentino.

–Algo de eso ocurre también en la TV privada, cada vez más pendiente del rating que de la calidad. ¿Cómo se lleva con las estrategias de programación de las emisoras?

–No me llevo. Un poco por voluntad propia, no hago mucha TV acá. El problema es complejo. No sé en qué momento la TV de prime time tomó la costumbre del programa diario. A partir de ahí murió la variedad, y comenzamos a vivir esta cosa que no es unicato, pero sería algo así como un “bicato” o “tricato”: dos o tres programas de los que todo el mundo habla todo el tiempo. Sucede que eso se retroalimenta. Los medios no tienen más remedio que hablar de ellos, y claudican así en su función de “halladores” de gemas perdidas. Por cada nota que sale defendiendo una TV de “calidad”, sacan veinte hablando de los soñadores, o de la nueva tira, o de Gran Hermano. Para complicar las cosas, el prime time se extiende hasta pasada la medianoche, por lo que cualquier tipo de programación más interesante es sólo para serenos. Ni ganas da de presentar una lucha si te van a poner a la una de la mañana. En definitiva, la gente que quiere ver un buen drama o comedia, se va al cable, en donde está la mejor TV del mundo, y se respetan los horarios. El que no tiene cable, se jode. Si tiene que trabajar temprano, sólo puede ver tres programas. Es así.

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