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Miércoles, 31 de diciembre de 2008
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Crepúsculo, de Catherine Hardwicke, basada en la novela de Stephanie Meyer

Bella y el vampiro metrosexual

El film que se estrena aquí mañana viene precedido de un éxito resonante, que se explica en la artesanía para construir un fenómeno: ese mismo propósito lo convierte en un producto híbrido, intangible, sin sustancia, que se parece al cine.

Por Luciano Monteagudo
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Ante la imposibilidad de consumar el amor, el vampiro Edward será el defensor de Isabella.

Fenómeno sociológico antes que literario o cinematográfico, el caso Crepúsculo parece trascender incluso a las novelas de Stephanie Meyer (cuatro ya, con más en camino) y al film mismo, que vienen de romper record de ventas y espectadores por donde pasan. El verdadero vórtice de este huracán mediático está en la red de redes, en cientos de sitios web y blogs (se calculan casi 500) dedicados a esta saga vampírica pensada para un público adolescente, especialmente chicas entre 11 y 17 años. Parece que no hace falta haber leído ninguno de los libros o haber visto siquiera la película –que en EE.UU. lleva recaudado, en apenas un mes, más de 150 millones– para saber todo y más aún sobre los dilemas sentimentales de ese bello cisne blanco llamado Bella Swan.

Fábula neorromántica por excelencia, la película narra el conflicto de Isabella Swan (Kristen Stewart), una chica en el año final de su secundario que se enamora del chico raro de la clase, un muchacho tan pálido, misterioso y solitario que resulta ser un... vampiro. En este primer trance dramático ya se encuentra la sombra del más clásico de los amores cruzados adolescentes, el de Romeo y Julieta. Pero a diferencia de los Montescos y Capuletos, aquí ese amor prohibido es el de una chica bien humana, tanto como cualquier otra, con un no-muerto, que debe reprimir su instinto más básico, el de beber sangre.

La astucia primordial del producto está en sintonizar con una preocupación esencial de toda teenager: ¿entregarse o no al amor de su vida? Después de una serie de miradas, ahogos, sofocones y suspiros que parecen a punto de prender fuego al laboratorio del colegio sin necesidad de apelar al mechero Bunsen, la bella Bella está dispuesta a todo por Edward (Robert Pattinson). Pero para su tranquilidad –y sobre todo la de sus padres– Edward es todo un caballero victoriano. Tanto como que nació allá a comienzos del siglo XX. Eso sí, buen alumno no es, porque parece que viene repitiendo quinto año desde 1918... Como Lucy en el Drácula de Bram Stoker, Bella es la virgen sacrificial, con el detalle de que no es ella quien debe reprimir su deseo sexual sino su amado, consciente de que el suyo es un amor que osa decir su nombre, pero no puede ser consumado. “Soy una especie de vegetariano”, explica Edward su naturaleza de vampiro bueno, que supo domar su libido y sofrenar la erección de sus colmillos. Suerte de metrosexual teen, Edward no oculta sus gustos refinados –escucha el Claro de luna de Debussy– y su palidez parece más producto de una polvera que de su sangre helada.

Incapaz de romper el statu quo sexual, Edward se convertirá –gracias a sus poderes vampíricos, que le dan fuerza y velocidad extraordinarias– en el protector de Bella, en su guardabosques personal. Ante el avance de cualquier otro varón que la ronde, allí está Edward, sobre todo si la amenaza viene de unos vampiros malos, vestidos como hippies y que, respondiendo al llamado de su estirpe (sexo, drogas y rock’n’roll), se la quieren comer cruda a Bella. Aunque ni se los menciona, las alusiones a nuevas tribus urbanas –floggers, emos, darks, góticos– son evidentes como otro factor de identificación que busca el producto Crepúsculo. La clásica prom-night tan trajinada por el cine estadounidense como rito de pasaje, está presente, por supuesto, pero casi como referencia secundaria, arqueológica. Ahora los ritos son otros y tienen que ver con el sentido de pertenencia, con la aprobación y el ingreso a determinados círculos.

Con premeditación y alevosía, Catherine Hardwicke –quien tras dirigir A los trece se convirtió en la especialista en cine para adolescentes de la factoría Hollywood– adorna la historia con el lustre visual de una revista satinada: una imagen aterciopelada, flou, de aristas limadas, como si cada fotograma hubiera sido tratado con photoshop. Se diría que Crepúsculo –a la manera de las películas derivadas de videogames– ya no es cine sino un símil, un clon que toma sus modos de representación para fabricar un producto híbrido, intangible, sin sustancia, capaz de hacer eclosión no tanto en una vieja pantalla blanca sino en un nuevo mundo virtual, que está en todos lados y a la vez en ninguno.

5-CREPUSCULO

(Twilight) Estados Unidos, 2008.

Dirección: Catherine Hardwicke.

Guión: Melissa Rosenberg, basado en la novela de Stephanie Meyer.

Fotografía: Elliot Davis.

Música: Carter Burwell.

Intérpretes: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Billy Burke, Ashley Greene, Nikki Reed, Jackson Rathbone y otros.

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