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Martes, 13 de diciembre de 2005
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MURIO EL CRITICO HOMERO ALSINA THEVENET

65 años dedicados al cine y al periodismo cultural

Escribió 19 libros, sentó las bases de una crítica de cine moderna en América latina y descubrió a Ingmar Bergman cuando el nombre no resonaba.

Por J. G.
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“Si en una crónica las primeras doce líneas no atrapan al lector, lo perdiste”, decía Homero.
Un pequeño accidente doméstico fue el germen de una carrera: se rompió el brazo, a los trece años, y su padre, periodista, le consiguió un pase libre para ver cine. Ese año, Homero Alsina Thevenet descubrió una pasión y lo memorizó todo: nombres y títulos del cine mundial, que deletreaba con precisión; años, datos y fechas que luego fue volcando con erudición impar en sus 19 libros sobre la materia y los centenares de artículos que publicó en sus 65 años ininterrumpidos de trayectoria periodística. Quien murió en la mañana de ayer a los 83 años, en Montevideo, por complicaciones de una enfermedad respiratoria crónica, fue uno de los máximos referentes del periodismo rioplatense, que construyó su carrera repartido entre Montevideo, Barcelona y Buenos Aires, y será recordado no sólo como crítico lúcido e influyente, sino también como síntoma de una época en la que quien escribía podía señalar caminos como un faro y descubrir antes que en Europa el talento de un tal Ingmar Bergman, que probaba suerte en un Festival de Punta del Este de 1952.
“Soy uno de los once descubridores de Bergman –asumía Alsina Thevenet en una entrevista que le realizó Andrew Graham-Yooll para Página/12– en el mismo momento y en el mismo sitio. Fue en el segundo Festival de Punta del Este, donde vimos Juventud divino tesoro, que es una de las primeras películas de Bergman que se exhibió en América latina.” Tras su formación intensa en medios montevideanos como la revista Cine, Radio, Actualidad, formó parte de la legendaria redacción del semanario Marcha –junto a Emir Rodríguez Monegal– y luego pasó a ser el crítico y editor de la página de espectáculos del diario El País. En 1965 fue importado a Buenos Aires por las revistas de la Editorial Abril. Escribió en Primera Plana y Siete Días, donde además de dictar cátedra sobre cine, en su carácter de prosecretario de redacción hacía un poco de todo y tomó el testimonio telefónico de un político naciente. Así, respondiendo a un pedido de su director de entonces, Germán Sopeña, conoció una retórica que lo impresionó. “Había que abreviar a Carlos Menem al castellano, traducirlo. Ahí me di cuenta de que era un chanta de los que no había. Este hombre tenía que decir que sí y decir que no al mismo tiempo y a cualquier cosa. Ahí supe que lo harían presidente.”
Tiempo después, tras desempeñarse como jefe de la sección Espectáculos en la versión matutina de La Razón que dirigió Jacobo Timerman (1984-1985) y ocupar el mismo puesto en Página/12 (desde 1987 a 1989), la llegada al poder del riojano –entre otras razones– lo motivaría a poner fin a su estadía porteña de más de dos décadas. Antes de volver a Montevideo, a las páginas del diario El País (en donde se formó y donde dirigió el suplemento El País Cultural hasta su muerte) desplegó en Página/12 y otros medios porteños una pequeña historia de hitos del cine, compuesta por cada una de sus críticas y comentarios. Alsina, o HAT, como solía firmar, acompañó una época dorada para el cine que –según anticipó– no duraría. La mirada del crítico, entre melancólica y realista, idealizaba lo pasado sobre lo actual y dirigía sus dardos al cine estadounidense comercial. “En las décadas del ’50 y del ’60 –asumía en una entrevista con Página/12– se podían juntar Visconti, Fellini, Rosellini, De Sica, Kurosawa, Bergman... Eran todos nombres enormes. En este momento hay un monopolio de cine norteamericano. Muchas películas de acción, muchos autos destrozados.... Ahora la fotografía es bonita. Pero a mí, si una película no me deja algo de sentimiento o de idea, no me interesa la excelencia de su fotografía.”
Destinatario del cuento Querido Bob, que le dedicó su amigo Juan Carlos Onetti, autor de libros-tesoro como Una enciclopedia de datos inútiles (1987, con sueltitos arbitrarios que cuestionan el canon del diccionario), una recopilación de Listas negras en el cine (1987), ensayos sobre Charles Chaplin, Ingmar Bergman, los premios Oscar y la censura cinematográfica, Alsina Thevenet consolidó un rígido manual de reglas para hacer periodismo sobre cine, que se basaba en un “infalible manejo de fechas e impecable ortografía de apellidos difíciles” –según lo recordó desde las páginas de El País su compañero Jorge Abbondanza– y una premisa-guía que sintetizó en una entrevista con María Esther Gilio. “Las palabras difíciles y las frases largas entorpecen la lectura y contra eso tengo que pelear cada día”, dijo en 1998. “Si en una crónica las primeras doce líneas no atrapan al lector, lo perdiste. Una lectora me lo agradeció hace poco: Estás haciendo accesible una materia difícil”. Ese era su arte de cada día.

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