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Jueves, 15 de diciembre de 2005
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“OLIVER TWIST”, O DICKENS SEGUN POLANSKI

Un fresco social que prometía ser personal y terminó lavado

En Oliver Twist, Roman Polanski ofrece una versión académica de Dickens.

Por Horacio Bernades
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No es ésta la primera vez en que Polanski se despersonaliza: algo semejante había sucedido en Tess.
¿Qué habrá llevado a Roman Polanski a filmar esta decimotercera versión cinematográfica de Oliver Twist, la novela de Charles Dickens que el cine traspuso con mayor insistencia? Es verdad que su película anterior, la premiadísima El pianista, tampoco parecía tener mucho que ver con lo que puede identificarse con lo polanskiano y que suele definir mundos dominados por lo perverso, lo grotesco, lo absurdo o lo kakfiano. Pero las memorias del pianista Wladyslaw Szpilman podrían haber sido también las de Polanski, en tanto éste pasó, en su infancia, por situaciones muy parecidas. En los papeles, algo semejante debería suceder con Oliver Twist, no por nada uno de los libros favoritos del realizador de Repulsión. El pequeño Roman fue, como Oliver, huérfano de madre, y como él, debió atravesar duras experiencias infantiles. Pero esas razones profundas, de haberlas, parecen haber quedado fuera de la película. Si algo no se percibe viendo Oliver Twist es alguna clase de marca personal: da la sensación de que así como la dirigió Polanski la pudo haber dirigido cualquiera, con un poco de oficio nada más.
En verdad, no es ésta la primera vez en que Polanski se despersonaliza. Algo semejante había sucedido ya antes en su carrera, cuando decidió versionar ese otro clásico de la literatura inglesa que es Tess of the d’Urbervilles y lo hizo de modo igualmente prescindente. Nuevamente con Ronald Harwood a cargo de la adaptación (como en El pianista), la primera de las decisiones de ambos en relación con el original de Dickens aparece en el comienzo mismo de la película, y parece bastante significativa. Si la novela comienza con el doloroso parto de la madre y su muerte posterior, aquí ese pasaje ha sido eliminado (¿por demasiado dramático, quizá?), presentándose directamente a un Oliver al que el alguacil lleva ante los miembros de la parroquia, el día de su noveno cumpleaños. Si el cuadro que ofrecen éstos, como aves de rapiña dispuestas a atrapar a su presa, puede llegar a recordar a los vecinos de El inquilino o El bebé de Rosemary, de allí en más la pintura de la sociedad victoriana resultará bastante menos cruel de lo esperable.
No hay más que ver el modo en que, en su versión canónica de 1948, David Lean trata la relación entre internos y autoridades del hospicio y compararlo con la forma en que lo hace Polanski, para advertir las diferencias entre una y otra versión. Mientras Lean cierra el encuadre sobre los muchachos –que se relamen frente a la pantagruélica cena de los mayores– y luego sobre el repulsivo alguacil, Polanski narra el mismo episodio (y la inmediata y desproporcionada expulsión de Oliver) con una cámara y un montaje que, en lugar de intervenir, parecerían querer desaparecer. La atenuación, el desdibujamiento de personajes y situaciones, rige de allí en más, tanto durante la breve y desafortunada experiencia de Oliver en casa del enterrador como en su viaje a pie hasta Londres y su salvataje, por parte de un muchacho bastante más interesado de lo que parece.
Se trata de Dodger, integrante del grupo de rateros que trabajan para Fagin. Que, como se sabe, es no sólo el personaje más fuerte y colorido de Oliver Twist, sino seguramente el más rico, complejo e interesante. Aciertan Polanski y Harwood al tratarlo no como una figura maligna sino más bien patética, débil y querible, jugando con sus tesoros como un niño con sus juguetes, y suponiendo que gastará todo ese dinero “en su vejez”, cuando ya es más que viejo y es obvio que jamás lo hará. Este acierto en el modo de pintar a Fagin (que no logra desprenderse, sin embargo, de los tonos antisemitas que Dickens le dio) se ve rematado por otra de las decisiones cruciales de la adaptación, en esta circunstancia tan fiel al texto original como ninguna otra lo había sido. Siguiendo a Dickens, Polanski y Harwood cierran la historia con la visita de Oliver a la cárcel, para un último encuentro con ese hombre que, por más que lo vendió, es lo más parecido a un padre que el muchacho haya tenido.
Si en la interpretación de Ben Kingsley (que siempre actúa para el Oscar, y ésta por supuesto no es la excepción), Fagin aparece con rasgos tan marcados como Alec Guiness en el film de Lean, el resto de los personajes (y los actores que los encarnan) lucen desdibujados. Incluyendo al Bill Sykes de Jamie Foreman (mucho menos amenazante de lo que debería) y el propio Oliver del debutante Barney Clark, rico pero sin mayor pregnancia. Aunque es verdad que en la propia novela –y en consonancia con otros héroes de la literatura inglesa–, más que como agente de su destino, Oliver funciona como testigo de un fresco social, aquí bastante lavado.

6-OLIVER TWIST
Francia/Gran Bret./Rep. Checa, 2005
Dirección: Roman Polanski.
Guión: Ronald Harwood, sobre la novela de Charles Dickens.
Fotografía: Pawel Edelman.
Intérpretes: Ben Kingsley, Barney Clark, Jamie Foreman, Harry Eden, Leanne Rowe y Edward Hardwicke.

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