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Domingo, 22 de marzo de 2009
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Bernardo Kononovich estrena hoy su documental Kadish

“Hay una irracionalidad que se transmite a nivel de piel”

El director y psicoanalista indagó en casos de familiares de los casi dos mil judíos desaparecidos durante la dictadura y los contrastó con los seis millones de muertos que sufrió la comunidad en el Holocausto. La idea fue abordar el modo en que el cuerpo social afronta la pérdida.

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“La metodología usada por el nazismo y por la dictadura es muy parecida”, sostiene Kononovich.

Cuando se pierde a un ser querido, los más cercanos entran en estado de duelo. Indudablemente se trata de un proceso fisiológico y emocional, pero también posee un carácter social. La pregunta que plantea Kadish, el documental de Bernardo Kononovich que se estrenará hoy a las 16.15 en el auditorio de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), es cómo afronta el cuerpo social la pérdida, elevada al “por siempre”, de cuerpos individuales, sobre todo si se trata de desapariciones vinculadas con una praxis del Estado. Y, en busca de respuestas, el director y psicoanalista se propuso examinar casos de familiares de los casi dos mil judíos desaparecidos durante la última dictadura militar, y contrastarlos con las seis millones de pérdidas que sufrió la comunidad judía en la Shoá (el Holocausto) durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945. Rápidamente, Kononovich encontró algunos puntos en común: la impunidad de los responsables, la desaparición de cualquier tipo de registro y la ausencia definitiva de los restos de las víctimas.

En el judaísmo, la forma en la que se da inicio al duelo “psicológico” es denominada Kadish, “una plegaria que se dice cuando se entierra a una persona”, simplifica el cineasta a Página/12. “Dar sepultura es un bien de la humanidad, un capital de lo humano. Es una práctica común a todas las religiones, incluso en grupos milenarios. Es una crueldad muy grande hacer desaparecer a personas en vida y, además, no dejar los cuerpos.” Sin restos no puede haber duelo y el sufrimiento no halla catarsis, se vuelve interminable. Pero en el camino de la necesidad de “llenar ese vacío” legado, los consanguíneos de las víctimas encontraron algunas formas de llenar las grietas: las placas colectivas en los cementerios, la recolección de datos y la creación de espacios de oración, tanto aquí como en Israel, fueron algunas de las variantes que Kononovich anotó.

–¿Cómo surgió la idea de hacer el documental?

–Vengo trabajando desde hace años el tema de qué les pasa a las personas que viven situaciones altamente traumáticas. No hace mucho, hice un trabajo sobre Memoria Activa, la organización que surgió luego de la catástrofe de la AMIA, en el que aparecían sobrevivientes de la Shoá y de la última dictadura militar argentina. A partir de allí surgieron muchísimas cuestiones. Por un lado la posibilidad de que el sobreviviente dé su testimonio a través de preguntas no tan comunes. Por otra parte, me interesaba saber de qué manera influyen esas situaciones dramáticas y terribles que viven las personas sobre las generaciones siguientes. En el caso de la Shoá es más claro porque pasó hace más tiempo. Y, entre hoy y la dictadura militar, ya hay dos generaciones, por lo que también se puede indagar sobre los efectos que tuvo sobre otros, no directamente sobre los sobrevivientes. Otra de las líneas de investigación fue a quién le hablan los que dan su testimonio y qué esperan de los que escuchan. Estos, ¿quieren escuchar? Hay cosas que no se quieren oír y, por el lado de los sobrevivientes, hay otras que no se pueden contar, porque no todo es relatable.

–¿Y cómo derivó en la reflexión sobre la desaparición de los cuerpos y el duelo?

–Para que pueda pronunciarse el Kadish, tiene que haber restos, un cuerpo para enterrar. Y lo que ha sucedido con la gente masacrada durante el Holocausto nazi es que no quedaron, porque la metodología fue destruir tanto los cuerpos con vida como los cadáveres. Entonces, los familiares no han tenido la posibilidad de decir el Kadish. La película podría llamarse “No Kadish”. Y esto es extensivo a todo lo que vivimos en Argentina por la “no aparición” de los cuerpos, a lo duro que es para los familiares llevar adelante un duelo cuando no hay sobre qué hacerlo. Respetando la diferencia entre lo que pasó en la Argentina y durante la Segunda Guerra Mundial, siendo argentino y judío, ambas cosas se me juntaron y quise trabajarlas, reverlas.

–¿Cómo se produce el pasaje del cuerpo a lo material-simbólico?

–A través de ciertos rituales. Lo que se intenta es sustituir el vacío creando una abstracción. Como las planillas de testimonios en la fundación Yad Va-shem, en Israel, que las personas van y firman. Allí dan testimonio de que conocieron a tal persona y su historia. A muchos les ocurre que necesitan tocar esa hoja. Incluso, hay un relato de una persona que agarró el papel, se fue a un costado y pronunció la oración del Kadish como si fuera un cuerpo. En la Argentina pasa algo parecido con las fotos y las banderas, que son muy fuertes. Es tan insoportable la nada, el agujero, la cruel carencia, que los grupos inventan sustitutos. Otra variante: en la tumba de un familiar directo se coloca una placa recordando la desaparición, como si ese cuerpo le diera presencia al que no está. Esto se hace con los desaparecidos del Holocausto, pero la novedad es que los argentinos judíos en Israel, del grupo Memoria, lo comenzaron a hacer con sus desaparecidos. Allí también está el Bosque de la Memoria, que simboliza la presencia de los que no están.

–En el documental hace hincapié en el antisemitismo de los represores en los centros clandestinos de detención. ¿Ese componente persiste en algunos sectores de la sociedad?

–Primero hay que aclarar que el antisemitismo en la dictadura militar argentina está establecido por decenas de testimonios. A diferencia del nazismo, aquí los ciudadanos judíos argentinos no fueron perseguidos por su religión y, no obstante, está claro que una vez que estaban detenidos y en tortura, tenían un doble interrogatorio. Por un lado, lo que los torturadores querían averiguar por presuntos subversivos. Y, por el otro, lo que dice Alejandra Naftal en uno de los testimonios, que cuando terminaba la tortura le decían: “Bueno, ahora vamos a ir a la parte más importante”, y empezaban a preguntarle qué hacían los judíos en la Argentina. Ese componente antisemita aún está increíblemente instalado en algunas partes del mundo. Evidentemente, no en todos. En nuestro país tuvimos el atentado a la AMIA, que si bien no hay diferencia entre las víctimas según su religión, es la institución de la comunidad judía por excelencia. Con la Embajada de Israel podrán decir que se trata de un Estado, pero con AMIA no hay dudas de que, más allá de otras intenciones que podría haber habido, está la del antisemitismo. Creo que si bien la Argentina no es un país particularmente antisemita, hay bolsones antisemitas en distintos sectores. No tienen fundamento. La idea de que los judíos son responsables de la muerte de Cristo dio lugar a una estructura de odio hacia los judíos que duró siglos de matanzas. Hay creencias que se transmiten por vía visceral, como por ósmosis, en pequeños gestos, de padres delante de los hijos, en lo cotidiano. Hay una irracionalidad que se transmite a nivel de piel, sumado a grupos antisemitas que dicen cosas como que no existió el Holocausto, que no fue para tanto... Eso, cada tanto, rebrota. Son prejuicios.

–¿Qué coincidencias halló entre el nazismo y la dictadura argentina?

–La metodología usada por el nazismo y por la dictadura es muy parecida. Ambos regímenes llevaron un registro, pero ninguna lo dejó, sino que fue destruido al mismo tiempo que los cuerpos y los restos. Tampoco hay que olvidar que este país albergó a varios jerarcas muy importantes responsables del genocidio nazi. Adolf Eichmann fue capturado aquí y juzgado en Israel. Aquí, el cántico que se suele escuchar en los actos y homenajes dice: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”. Tiene que ver con que en la memoria colectiva perdura el momento en que vinieron a buscar a Eichmann. Es la expresión de la voluntad de que los responsables no se acostumbren a la impunidad, que fue lo que pretendieron los nazis cuando vinieron aquí y a otros países. Y los autores de la represión ilegal que se dio aquí también pretendieron quedar impunes, con amnistías y presiones a los gobiernos.

–¿Qué lugar ocuparon los judíos en la militancia política y de derechos humanos durante la dictadura?

–Creo que en los judíos hay una sensibilidad social grande, intensa. Por eso, tal vez, haya sensibilidad política, ganas de promover cambios sociales. Obviamente, hay quienes piensan una cosa y quienes piensan otra.

Entre otras voces, Kadish cuenta con entrevistas a Herman Schiller, director del periódico Nueva Presencia, opositor a la dictadura en los años de la picana; Mario Villani, físico nuclear capturado durante tres años y ocho meses en varios centros de detención, que narra el trato de un compañero judío, docente y socialista, a quien torturaron “metiéndole un palo en el culo”; y la Madre de Plaza de Mayo Sara Rus, que cuenta cómo salvó a su madre del exterminio nazi en 1944 y cómo se llevaron a su hijo Daniel, 34 años después.

Entrevista: Facundo Gari.

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