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Lunes, 30 de marzo de 2009
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Tres películas que compiten en la Selección Oficial

Ultimas imágenes de Iberoamérica

Aquele querido mes de agosto (Portugal), de Miguel Gomes, da a conocer a un director brillante. Todos mienten (Argentina), de Matías Piñeiro, es una trama de miniconspiraciones lúdicas. La mexicana Parque Vía explora abismos que desembocan en un desastre.

Por Horacio Bernades
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Todos mienten es el opus 2 de Piñeiro.

Iberoamérica unida, en la Selección Oficial Internacional del Bafici. La reina de estos días es, sin duda, la portuguesa Aquele querido mes de agosto, de Miguel Gomes, que confirmó por qué se los considera (tanto a la película como a su autor) el mayor hallazgo reciente del circuito de festivales. A esa reina la ladean una princesa argentina y una mexicana. La argentina es Todos mienten, opus 2 de Matías Piñeiro, que dos años atrás había participado aquí de la competencia argentina con su ópera prima El hombre robado. La mexicana es Parque Vía, premiada en cuanto festival se presentó hasta ahora (y fueron un montón).

La temperatura que Miguel Gomes viene levantando entre la cinefilia internacional, desde que Aquele querido... se presentó en el pasado Festival de Cannes, puede medirse en el hecho de que, junto a su presentación en la Selección Internacional, el 11º Bafici le dedique a su autor una retrospectiva, integrada por un puñado de sus cortos y su primer largo, A cara que mereces. Todas ellas muestran a un cineasta que logra, en plenos tiempos de envejecimiento, defunción y post-cine, que el cine vuelva a ser algo nuevo. Cuando para la mayoría de sus colegas (y de los espectadores) daría la impresión de que lo único que queda es la constatación del vacío o rizar el vicio del eterno reciclado, sus films (cortos y largos, lo mismo da) son los de quien aborda el cine como si éste pudiera volver a ser aquel gigantesco tren eléctrico del que hablaba Orson Welles.

En su película inmediatamente anterior, el cortometraje Cantico das criaturas, Gomes recreaba la figura de San Francisco de Asís de modo desvergonzadamente lúdico, combinando fragmentos documentales con otros de ficción y recurriendo, sobre todo, a su especialidad: los números musicales. Todo ello reaparece en Aquele querido mes de agosto, en su origen un proyecto de ficción que el realizador debía filmar en un paraje del interior portugués. Pero –en algo así como una versión real de El estado de las cosas, que al fin y al cabo transcurría en Portugal– no aparecieron los actores ni el dinero. Por lo cual Gomes se puso a filmar, por su cuenta, un documental en la zona. Finalmente, terminó filmando también la historia de ficción. De tal manera, Aquele querido... termina resultando un film mutante, que empieza como documental (documental de por sí anómalo) y en el camino, y sin que se advierta, se va constituyendo como ficción.

Lo que Gomes filma en la localidad de Arganil son sobre todo procesiones, fiestas regionales y grupos de música popular. En ese catálogo deliberadamente inorgánico se van introduciendo escenas en las que el realizador, sus técnicos y el productor discuten cómo hacer para salir adelante. De a poco se focaliza sobre alguna gente del lugar, que, convertidos ya en personajes, terminarán protagonizando un melodrama de iniciación amorosa, que incluye celos, triángulos y hasta sobretonos incestuosos. En verdad, describir la película sirve de poco: lo que Aquele querido... tiene de notable es indescriptible y sólo puede explicarse por el modo en que el realizador se relaciona con lo que filma. Gomes tiene la cualidad, tal vez única, de poner en estado de gracia todo aquello que registra, siempre en planos de larga exposición. Cualquier cosa que sea, no importa si vulgar o refinada, fea o bonita, sórdida o banal. Y a la vez, sin perder ironía. De tal manera, las dos horas y media de duración de Aquele querido.. son una mera convención: es la clase de película que, da la sensación, podría (tal vez debería) continuar eternamente.

La segunda película de Matías Piñeiro, Todos mienten, es El hombre robado en versión mejorada. Esta vez en colores, pero repitiendo elenco completo –con la suma de nuevos integrantes–, el jovencísimo Piñeiro (26 años) vuelve a tejer una trama de miniconspiraciones lúdicas, penetrada de referencias a la historia argentina. Ahora los protagonistas no roban piezas de museo sino que falsifican cuadros. Cuadros de un amigo que es, para más datos, tataranieto de don Juan Manuel de Rosas. Una de las integrantes del grupo de conspiradores es, a su vez, la tataranieta de Sarmiento. Toda la película transcurre en una quinta, donde los falsificadores se reúnen para una última “operación”. Pero las conspiraciones se multiplican como conejos, incluyendo intrigas amorosas y muchos juegos, trampas y representaciones. Como en las películas de Jacques Rivette, de esas intrigas el espectador percibe apenas señales, indicios, nunca el tablero completo. Hasta que todo se cierra, como buen film de fulleros, con una última jugada inesperada.

Como en la película de Gomes, en la de Piñeiro importa menos el qué que el cómo. Es en el cómo, justamente, donde se advierte un cineasta más afirmado que en su intento anterior: la cámara está siempre en el lugar justo, cada plano dura lo que tiene que durar, los planos fijos “respiran” tanto como los planos secuencia, los actores dicen sus diálogos sin que se los note escritos y todo fluye velozmente, como corresponde a una comedia. Comedia que, como las buenas, tal vez contenga un subtexto no precisamente gracioso: la idea de que en la Argentina de hoy la vida cotidiana sigue siendo tan conspirativa como en la época de Rosas y Sarmiento.

Al igual que en otras muestras recientes del cine mexicano (Batalla en el cielo, Los bastardos, Voy a explotar), en Parque Vía el abismo social entre ricos y pobres se mantiene larvado, hasta que cuando explota es el apocalipsis. El protagonista de Parque Vía, que hace treinta años que trabaja para una dama riquísima, tiene por tarea cuidar una casa en venta. La pregunta que flota es, claro, qué pasará con el bueno de Beto cuando la casa se venda, y algunas sudoraciones del hombre, algún gesto como el de apretar cada tanto las manos y su propia descripción como “tipo raro”, tal vez ayuden a anticipar el final. Como en una película de Lisandro Alonso, la cámara sigue al protagonista, observándolo en sus más mínimos gestos cotidianos, a lo largo de toda la película. El realizador debutante Enrique Rivero aprovecha las líneas horizontales de la mansión vacía (que parece construida por un émulo mexicano de Frank Lloyd Wright) para encuadrar a Beto, de modo tal que los bordes del cuadro parezcan las paredes de una prisión. Arte del encuadre –y del tempo interno de cada plano– que Rivero comparte con su compatriota Amat Escalante, realizador de Sangre y Los bastardos. El cronista salió de la sala con la convicción de que Parque Vía era una película redonda, pudieran o no develarse las razones del protagonista. Fuera de la sala se encontró con un conocido que le señaló que la película era la versión mexicana de El custodio, que tal vez se tratara de una nueva fórmula de éxito latinoamericano en festivales, y le arruinó la vida.

* Aquele querido mes de agosto, hoy a las 15.15 en el Hoyts 10 y mañana a las 19.15 en el Hoyts 11.

* Todos mienten, hoy a las 20.45 en el Hoyts 9 y el miércoles a las 21 en el Teatro 25 de Mayo.

* Parque Vía, hoy a las 20.15 en el Atlas Santa Fe 1.

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