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Jueves, 16 de abril de 2009
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Laurent Cantet habla de su nueva película, Entre los muros

“El aula refleja la sociedad”

El realizador de Recursos Humanos y El empleo del tiempo se interna en un aula de un colegio secundario de los suburbios parisinos y desde allí reflexiona sobre la sociedad francesa urbana de hoy. “Este microcosmos también nos describe a nosotros”, dice.

Por Oscar Ranzani
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“El cine tiene la gran fuerza de mostrar las cosas directamente, tal como suceden”, afirma Cantet.

Una amabilidad muy notoria es la marca distintiva de la personalidad del realizador francés Laurent Cantet, que visitó nuestro país semanas atrás, antes del estreno local de su nueva película, Entre los muros. Cantet es reconocido por su interés por lo social: así lo demostró en Recursos Humanos y en El empleo del tiempo, en las que abordó situaciones problemáticas en el ámbito laboral con diferentes perspectivas. Ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, Entre los muros va mucho más allá de los fundamentos de ser profesor y ser alumno y de las relaciones de poder en un aula: es una postal de la vida en una comunidad multiétnica y de la escuela como institución socializadora, no sólo formadora sobre lengua y matemática, sino también constructora de identidades.

Cantet señala que ya había empezado a escribir un guión, antes de leer el libro de François Bégaudeau, que también iba a suceder dentro de las paredes de una escuela. “Después, conocí a François. Leí el libro en el transcurso de la noche posterior al día en que lo conocí”, comenta Cantet en la entrevista con Página/12. “Por un lado –continúa–, lo leí riéndome por los diálogos y la riqueza de los intercambios y, por otro, estaba aterrorizado por la realidad que describía en el libro. Pero vi que correspondía perfectamente con lo que yo quería hacer con el guión que había empezado a escribir.” Cantet asegura que lo que le interesó del libro fue “que no ocultaba las contradicciones del sistema y tampoco buscaba darles soluciones mágicas a los problemas que se abordaban. Y hay algo que es muy cinematográfico en el libro, que es mirar los hechos, no reflexionar en forma abstracta todo el tiempo, sino partir de lo que sucede. Y es una gran fuerza del cine esto de mostrar las cosas directamente, como suceden”.

–¿El aula multirracial como conflicto y lo que allí sucede es una muestra de lo que pasa a escalas mayores en la sociedad?

–El aula se parece realmente a lo que es la sociedad francesa urbana de hoy en día. Pero yo no veo solamente conflictos dentro del aula. Hay también intercambios y cosas positivas que suceden. Cuando yo iba a la escuela, vivía en una pequeña ciudad del interior de Francia, y entonces era más uniforme el grupo dentro de mi colegio y de mi aula. Yo veo que hoy en día mis hijos están en una clase que se parece mucho a la realidad que presenta la película. Y por eso mismo tienen la mente más abierta de lo que yo la tenía a la edad de ellos, porque están confrontando todo el tiempo con historias diferentes de las suyas. Esto les permite aprehender mejor el mundo y de una manera más exacta en relación a como lo hacía yo cuando tenía la edad de ellos. La mía era una clase de blancos del mismo nivel sociocultural. Es decir, era mucho más uniforme. Tampoco hay que idealizar esto, porque no creo que sea solamente una riqueza esta realidad: no es fácil, se crean tensiones que molestan dentro de la clase. Pero es una realidad y hay que tomarla en cuenta.

–Si bien la película se llama Entre los muros, la temática logra saltar las paredes, porque lo que allí sucede son problemas globales antes que locales...

–Justamente es el punto de partida de la película: este microcosmos que sucede en el colegio pero que también nos describe a nosotros como sociedad. Se ve un poco el origen de los problemas de nuestra sociedad: cómo se van gestando estos problemas desde la temprana vida de estos chicos y cómo se van regulando y manejando esos problemas.

–Los muros a los que refiere el título no son sólo del espacio. Parece estar relacionado también con los muros del lenguaje. ¿Esto es así?

–Sí, completamente. Desde el punto de vista de los alumnos, los profesores pertenecen a otro mundo, hay como un muro entre docentes y estudiantes. El hecho mismo de que la historia suceda sin salir de la escuela también hace que pueda mostrar que los profesores saben poco sobre la vida de los alumnos y viceversa. Y se crean todo tipo de fantasías sobre las vidas de los otros y también los imaginan como completamente opuestos a ellos mismos. Otra reflexión sobre los muros: la escuela no está desligada del mundo, no es un santuario donde uno va a recibir el saber a un lugar que queda separado de lo que sucede en el mundo. La escuela es un lugar que tendría que lograr tomar en consideración todos los problemas de sus alumnos fuera de sus muros.

–Usted ha señalado que “la mejor herramienta para encontrar tu lugar en el mundo es la lengua”. ¿El lenguaje es el principio de toda identidad?

–Sí, uno se define por los niveles de lengua que es capaz de manejar. En cuanto a las cosas prácticas, por ejemplo, si uno busca un trabajo y no tiene el nivel de lenguaje que se necesita utilizar en ese trabajo, es imposible obtenerlo. Si hay gente que quiere hablar y no tiene las palabras adecuadas, es imposible que pueda comunicarse. Yo creo que el lenguaje, definitivamente, estructura todo. Por eso quise construir la película alrededor del lenguaje y de las incomprensiones que se generan a través de él.

–La escuela es la que nos enseña a vivir en sociedad. En ese sentido, ¿usted buscó reflejar la enorme responsabilidad social que tienen los educadores profesionales?

–La película nace en reacción a una corriente de la pedagogía actual que quiere que la escuela vuelva a la enseñanza antigua, más clásica, de la transmisión del saber compactado en materias, dejando de lado esta idea que me parece fundamental y que es hacer que los adolescentes se transformen en ciudadanos responsables con sentido crítico.

–Usted propuso un método socrático para el profesor, ¿no?

–Este método es la única manera de enseñar, porque si uno está aprendiendo algo y no entiende por qué está aprendiendo eso, creo que tiene pocas chances de retener lo que está aprendiendo. Lo que me gustó de la manera de trabajar de François es que le deja espacio a la negociación: cada punto puede ser negociado con los alumnos.

–También es un aprendizaje de la democracia...

–Totalmente. Para decir algo más del método socrático de François: lo que me gusta es que cualquier situación se puede explotar para enseñar y para aprender. No están solamente las lecciones, los temas para enseñar, sino que, por ejemplo, una frase pronunciada por un alumno puede desatar preguntas a las que el profesor puede responder.

–¿Qué críticas buscó realizar al sistema educativo y a la cultura dominante?

–Quise mostrar la complejidad del sistema educativo. Quería juzgar lo menos posible a la gente, porque creo que no hay una manera de enseñar, no hay una solución mágica para los problemas. Me interesaba que se vieran los profesores en la película trabajando con los alumnos, y entre ellos también: por ejemplo, cuando están reunidos entre ellos y discuten sobre la necesidad del consejo de disciplina. Es gente que no tiene certezas, que está reflexionando y se sienten implicados en los problemas que tratan. Por otro lado, está la simpatía que yo siento por los profesores que se parecen a François: que escuchan a los alumnos, que creen que los estudiantes tienen que ser actores de su propio aprendizaje, que también creen que la seducción es la primera etapa en la pedagogía. Si uno quiere transmitir un saber, el otro tiene que tener ganas de escuchar lo que uno quiere decirles. Y para esto hay maneras de llegar a ellos, como hablar de manera distinta o tener una determinada calidad de escucha. Para ir un poco más allá del marco escolar, la película mira de manera crítica a la sociedad francesa en lo que tiene de cerrada sobre sí misma. Estos chicos no sienten encontrar su lugar en la comunidad francesa y si uno no se toma el trabajo de escuchar sus preocupaciones, todo esto va a traer problemas graves como, por ejemplo, lo que sucedió en los suburbios de París hace unos años. Es importante que la escuela escuche este sentimiento de exclusión que sienten.

–En los sistemas educativos de las democracias modernas resulta difícil que los alumnos puedan encontrar referentes. ¿Intentó abordar esta problemática?

–Quise evitar crear un profesor perfecto, típico de las películas americanas que les abre la cabeza y les da el saber, porque en la realidad no sucede eso. Los alumnos tienen como una desconfianza hacia el profesor. En la realidad hay muy pocos profesores como el de La sociedad de los poetas muertos. Los profesores no son perfectos, están siempre divididos entre varias posiciones, a veces sin saber cuál tomar, están obligados a improvisar todo el tiempo ante las preguntas de los chicos. Y muchas veces cometen errores y los chicos no se los perdonan. Los referentes son difíciles de encontrar, pero quizás eso sea bueno. Una de las características importantes del adolescente es oponerse al modelo de los adultos. Uno se opone al modelo de los padres. Y el profesor es un superadulto porque, además de ser más grande, tiene el poder, el saber y los adolescentes tienden a resistirse a eso.

–¿Entonces también buscó mostrar las relaciones de poder y de rebelión que se producen en un espacio cerrado?

–Sí, es uno de los temas que trato en todas mis películas: las relaciones de poder, la crueldad que existe, a veces, en estas relaciones cuando hay una jerarquía o un poder. Estos son temas que me apasionan. Lo traté en Recursos Humanos, en El empleo del tiempo. Y es más flagrante esto en Bienvenidas al paraíso. Y en esta película también aparece el tema.

–¿Qué lecturas políticas tuvo el film en Francia?

–Se habló mucho de la diversidad de la sociedad francesa. Después de obtener la Palma de Oro en Cannes, empezaron a hacer declaraciones los ministros diciendo que la película representaba magníficamente la diversidad de la sociedad francesa. Pero siendo los mismos ministros que echan a los extranjeros y que les hacen la vida imposible a los que se quedan, muestran una contradicción política. El Ministerio de Educación quiso explotar la película señalando que era un homenaje al trabajo de los docentes, y a los docentes no les gustó nada lo que dijo el ministro porque era muy demagógico. Es una película muy abierta y el riesgo que se corre con un film así es que cada uno se lo tome para hablar de su propia experiencia. O la utilice, por ejemplo, como algunos reaccionarios que dijeron “son unos salvajes, no hay nada que hacer con estos chicos”. Otros que son más próximos a mi punto de vista dijeron: “Hay que mirar los problemas tal cual son, pero también estos chicos son magníficos”. El riesgo que implica una película tan abierta es este espacio de reflexión que se abre al espectador.

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