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Jueves, 23 de abril de 2009
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Duplicidad, de Tony Gilroy, con Julia Roberts y Clive Owen

Por rizar tanto el rizo, al final sólo queda un nudo

Por Luciano Monteagudo

En poco más de un lustro (2002-2007), Tony Gilroy se convirtió en uno de los guionistas más cotizados de Hollywood, gracias a la saga del superagente Jason Bourne. Su marca de fábrica fue la paranoia absoluta como estado del alma: la noción tan enquistada en los tiempos que corren de que ya no se puede confiar en nada ni en nadie y que eso que llamamos realidad no es otra cosa que una ilusión, una construcción pasible de ser manipulada vía satélite, por infinidad de gadgets e invisibles piolines electrónicos, que mueven a sus personajes como marionetas al servicio de poderes cada vez más recónditos y oscuros.

Claro, siempre está la grieta en la pared, el viejo “factor humano”, que puede ser un espía dispuesto a limpiar su nombre (Bourne) o un abogado que insólitamente no vende su alma al diablo, como es el caso de Michael Clayton, la primera película como director de Gilroy, que le valió una catarata de nominaciones al Oscar un par de temporadas atrás. El problema es que el éxito, como el champán, suele subirse a la cabeza. Es un poco lo que sucede con Duplicidad, la segunda incursión de Gilroy como director, una película que pretende ser tan chispeante como el Veuve Clicquot con el que le gusta desayunar a la pareja protagónica, pero que parece haber sido descorchada antes de tiempo, hasta perder la espuma.

En Duplicidad, Gilroy echa mano de las marcas de agua que identifican su cine: el mundo del espionaje, hecho de infinitos viajes y traiciones (Bourne), se mezcla aquí con las conspiraciones pergeñadas en el corazón de las tinieblas de las corporaciones (Clayton). La novedad que viene a sazonar la receta es el regreso a la tradición de la comedia romántica, las screwball comedies del Hollywood de los años ’30, aquellas que el crítico cultural Stanley Cavell definió como las “comedias del re-matrimonio” (La pícara puritana, Pecadora equivocada), donde la pareja inicial vuelve a unirse hacia el final después de una serie de movimientos falsos y malentendidos.

Y vaya si aquí los hay. Tantos como que él y ella son respectivamente ex agentes del MI6 y de la CIA, que descubrieron que la plata grande no se gana vegetando en la nómina de una agencia del Estado, sino en el orbe de los negocios globalizados, donde el espionaje industrial mueve recursos dignos de una nueva Guerra Fría. Y si en el ámbito de los espías quedaban pocos códigos y lealtades, en el de las corporaciones ya no parece haber sobrevivido ninguno. Ese es básicamente el problema de Ray Koval (Clive Owen) y Claire Stenwick (Julia Roberts): que se quieren mucho más de lo que cada uno está dispuesto a confiar en el otro.

Detrás de él y ella están los ejércitos de dos compañías multinacionales dedicadas al negocio de la cosmética. Ambas empresas tienen CEOs tan siniestros como ridículos (Paul Giamatti, Tom Wilkinson), que en la escena de apertura, sobre los títulos, se trenzan a puñetazos, como dos chicos. Sus lugartenientes, en cambio, tienen técnicas más sofisticadas para pelear el liderazgo en el mercado global, que incluyen todo tipo de métodos para robar información del contrario. Que nunca se sepa realmente de qué lado está Ray y, sobre todo, Claire, hace al módico suspenso de Duplicidad.

La construcción de la película de Gilroy apela a un recurso que el guionista y director ya había utilizado en Michael Clayton: ir dosificando la información que recibe el espectador a partir de sucesivos flashbacks, capaces de ir modificando no sólo las relaciones de fuerza, sino hasta la percepción de los acontecimientos. El problema de esta mecánica es que una vez transcurrida la hora inicial de Duplicidad –y dura casi dos– el espectador tiene la incómoda sensación de ser más manipulado que los propios personajes (lo que no es poco) al punto que ya no le importa quién engaña a quién ni por qué.

Hay también una evidente indefinición de tono en Duplicidad: los matices de farsa del comienzo dan paso luego a una forzada gravedad (el personaje a cargo de Wilkinson, por ejemplo) que a su vez se da de bruces con el juguetón estilo visual de la película, adornada por un diseño de producción suntuoso y el uso y abuso de la split screen (pantalla dividida). El inconveniente de rizar tanto el rizo suele ser ése: que al final sólo queda un nudo.

5-DUPLICIDAD

(Duplicity, Estados Unidos/2009)

Dirección y guión: Tony Gilroy.

Fotografía: Robert Elswit.

Música: James Newton Howard.

Edición: John Gilroy.

Diseño de producción: Kevin Thompson.

Intérpretes: Julia Roberts, Clive Owen, Tom Wilkinson, Paul Giamatti, Tom McCarthy, Denis O’Hare y Wayne Duvall.

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