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Miércoles, 17 de junio de 2009
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Richard Jenkins, el actor que deslumbra en Visita inesperada

El rey de la rareza y los silencios

Asumiendo rasgos que no ayudarían a priori al lucimiento de un intérprete, el protagonista del film, que se estrena mañana, consiguió un consenso de aclamación y una nominación al Oscar. “El personaje es mi opuesto y me obligó a un esfuerzo”, dice.

Por Eliza Farrell
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Richard Jenkins afirma que Vale es “más apagado y callado” que él.

Nadie sabe quién es Richard Jenkins, pero todos lo conocen. Nada distinto de lo que le sucede a cualquier actor secundario, cuyo rostro se recuerda de todas las películas, pero cuyo nombre difícilmente el público retenga. La única diferencia es que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, Jenkins no sólo llegó a un protagónico, sino que por él fue nominado al Oscar. La película en cuestión es The Visitor, pequeño film independiente que en diciembre pasado puso a Jenkins en carrera, disputando la misma terna con Sean Penn (por Milk) y Mickey Rourke (por El luchador), entre otros. Finalmente, la fama y pergaminos de sus rivales pudieron más, y habría que ver si no influyó también el hecho de que Penn interpretara, en Milk, al primer político asumidamente gay de la historia de los Estados Unidos. El resultado fue el que podía esperarse: no hubo quien no reconociera la calidad y economía de recursos con que este hombre calvo, de rostro poceado y anteojos compone, en The Visitor, al personaje menos carismático del mundo: un profesor de economía política, viudo, parco y hermético. Pero el Oscar fue para Penn.

Ultima deuda de los Oscars con la cartelera porteña, luego de algunas postergaciones The Visitor se estrena finalmente mañana en Buenos Aires, con el título de Visita inesperada. Segunda película del realizador indie Tom McCarthy (que también suele trabajar como guionista, en Up por ejemplo, y como actor, en La delgada línea roja, Buenas noches, buena suerte y Duplicidad, entre otras), en Visita inesperada el profesor que interpreta Jenkins traba relación primero con una pareja de inmigrantes ilegales y luego con la mamá de uno de ellos. Que, como él, es viuda. Pero como Visita inesperada no es la clase de película en la que todo se organiza como línea de puntos que lleva indefectiblemente a lo más previsible, el profesor no pondrá fin a su soltería post viudez. No, al menos, en el marco de la película. Después, nadie sabe, como reconoce el propio Jenkins en la entrevista que sigue.

Como los diarios no contienen videos, no es posible mostrarle al lector la galería de personajes que el actor compuso, casi en silencio, a lo largo del último par de décadas. Pero sí puede decirse que, tras su debut en Silverado, Jenkins actuó en Hannah y sus hermanas, Las brujas de Eastwick y Loco por Mary, para nombrar sólo algunas de una larga foja. Los hermanos Coen, que lo tienen entre sus favoritos, le dieron papeles en El hombre que nunca estuvo, El amor cuesta caro y Quémese después de leerse. Es posible, sin embargo, que antes de Visita inesperada, su papel más popular haya sido el de jefe de familia fúnebre en la serie Six Feet Under.

–Tom McCarthy confesó haber escrito este personaje con usted en la cabeza. Eso debe generar presión, ¿no?

—¡Ya lo creo! Tom me invitó a comer un día, hablamos durante horas de cualquier cosa, y un año y medio más tarde me llamó y me dijo que tenía un personaje para mí. Leí el guión, me encantó y dije: “Hagámoslo”. Pero claro, más tarde caí en la cuenta del compromiso que representaba que él lo hubiera escrito especialmente para mí. ¿Si no me salía bien, qué pasaba? “¡Estoy jodido!”, pensé.

–Sin embargo, se lo siente tan cómodo en el papel que uno tiende a pensar que usted y Walter Vale deben ser iguales. ¿Hasta qué punto esto es así?

–No tanto como puede parecer. El es más apagado que yo, y sin duda mucho más callado.

–Debe ser difícil para un actor componer a alguien tan callado, ¿no?

–No tan difícil. Pero es cierto que Walter es, en ese sentido, mi opuesto, y eso me obligó a un esfuerzo. El tema es que en el cine contemporáneo los personajes silenciosos son todavía más raros de lo que eran antes, porque se supone que el público no tiene paciencia para tolerar un plano fijo sobre un actor que no habla. Por eso la cámara no se queda quieta ni en los planos fijos. Ahora se usa ese ligero temblor, ¿vio?

–Bueno, eso es justamente lo que diferencia Visita inesperada de lo que suele hacerse hoy en día.

–La cuestión básica es si se confía o no en la sensibilidad de la audiencia. Tom confía, por eso no necesita andar moviendo la cámara para distraer al público.

–Tampoco necesita cerrar con un moño cada historia y cada escena, como acostumbra el cine mainstream. Deja que el espectador complete los espacios en blanco.

–Exacto. Encontré mucha gente que quería saber qué pasaba, después de la película, con Walter y Mouna, la señora que conoce y de la que se ve obligado a separarse. Siempre les digo que no sé qué pasa después entre ellos. ¿Cómo podría saberlo? Recuerdo que Tom siempre comentaba que lo que le interesaba era justamente que la gente se quedara haciéndose esa clase de preguntas. Decía que lo que pudiera pasar después entre los personajes no era asunto nuestro, que la película termina donde termina y lo que suceda después es cuestión de ellos.

–De hecho, la pregunta sobre el futuro podría extenderse a todos los personajes, porque todas las historias quedan truncas o abiertas...

–Esa era la idea.

–Uno de los puntos fuertes de la película es la química que usted tiene no sólo con la actriz israelí Hiam Abbas, que hace el papel de Mouna, sino con Haaz Sleiman y Danai Gurira, que interpretan a los inmigrantes ilegales. ¿Esa química se dio en forma espontánea, o tuvieron que trabajar para lograrla?

–Creo que fueron ambas cosas. “Enganchamos” bien en cuanto nos conocimos, pero también ensayamos juntos durante un par de semanas. Y eso es fundamental. Durante dos semanas de ensayo uno puede llegar a conocer al otro más que durante una convivencia de un mes. Eso sirve, además, para aprovechar mejor el rodaje. Usted sabe cómo es esto: si se rueda sin ensayos previos, puede suceder que le lleve una semana, o más, dar con lo que estaba buscando. Y ahí, esa primera semana se perdió. Por eso me parece preferible, toda la vida, invertir el tiempo que sea necesario en ensayar, para sacarle todo el jugo a la instancia de rodaje. Eso es lo que sucedió en este caso.

–No es lo más común, ¿no?

–A veces se ensaya, pero se ensaya mal. Me refiero a que lo que muchas veces se busca en los ensayos es “resolver la escena”. Pero eso no suele ser útil en el momento del rodaje, porque las condiciones físicas, el lugar en el que se coloca la cámara, los propios decorados, son determinantes y pueden llevar a que haya que cambiar todo. Y ahí, lo que se ensayó no sirvió para nada. Con lo cual, en lugar de ganar tiempo, usted termina perdiéndolo.

–En la película, su persona-je aprende a tocar el djembe o tambor africano y termina haciéndolo considerablemente bien. ¿Le costó aprender a tocarlo?

–No tanto. Sucede que de joven, durante un tiempo toqué la batería. Dejé porque no lo hacía muy bien, pero algo de técnica aprendí, y ya se sabe que lo que se aprende no se olvida. Pero además no tenía que exigirme tanto, porque las primeras veces que Walter toca está aprendiendo y entonces se supone que tampoco tiene que hacerlo tan bien. Hay sólo dos escenas en las que Walter tenía que tocar mejor, y ahí sí tuve que practicar un poco más.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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