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Jueves, 2 de julio de 2009
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El director francés Arnaud Desplechin habla de El primer día del resto de nuestras vidas

“Trato de no limitar mis opciones”

En su nueva película, dominada por la figura de Catherine Deneuve, el realizador de Reyes y reina vuelve a demostrar su desprejuicio. “Me gusta la diversidad y aspiro a no reducirla o empobrecerla sino, al contrario, a estimularla, exaltarla”, dice.

Por Philippe Artal
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Desplechin en rodaje junto a Deneuve: “La misma escena de pronto la encaramos en un tono trágico o en otro momento cómico”, revela.

En 2007, Arnaud Desplechin (Roubaix, 1960) filmó dos películas, casi al mismo tiempo y en la misma ciudad. La primera en estrenarse fue L’Aimée, documental sobre su propia familia que pudo verse en la última edición del Bafici. Allí, Desplechin filmaba a los Desplechin, reunidos por última vez en su casa de Roubaix, poco antes de su venta definitiva. Poco más tarde se estrenó Un conte de Noël, que también transcurre en Roubaix y también tiene a una familia por protagonista. Aunque en este caso no son los Desplechin sino los Vuillard. ¿Ficción autobiográfica? Imposible saberlo con certeza. Pero la proximidad con el film previo y la localización en la ciudad natal del realizador autorizan a pensar que algo de eso debe haber. Tras haber participado el año pasado de la competencia oficial del Festival de Cannes y luego de recibir diez nominaciones para los premios César, Un conte de Noël se estrena hoy en Buenos Aires, con un título bastante menos sintético que el original: El primer día del resto de nuestras vidas.

A la familia como organismo le cabía un rol importante en la película previa de Desplechin, la exuberante Reyes y reina, estrenada un par de años atrás en Buenos Aires. Pero allí se mantenía en segundo plano, como un bajo continuo para los solos de sus protagonistas, y aquí pasa a ocupar el primer plano orquestal, con solos a cargo de cada miembro. En verdad, casi no hay film de Desplechin que no sea una narración coral. Se trate de clanes sanguíneos o sustitutos, los lazos familiares parecen ser una de las obsesiones dominantes del realizador. De hecho, en El primer día del resto de nuestras vidas la “enfermedad familiar” se transmite a través de la sangre. Literalmente. En la entrevista que sigue, el realizador de La sentinelle (1992), Comment je me suis disputé... (ma vie sexuelle) (1996) y Esther Kahn (2000) habla sobre el modo en que construye sus historias, arma y dirige sus escenas y se rodea de un clan de actrices y actores fieles. Además pone por las nubes a Catherine Deneuve, se rebela contra la tiranía del estilo y sostiene que Bergman y Wes Anderson se parecen más de lo que se cree.

–¿Por qué el título original de El primer día... es Un cuento de Navidad?

–Porque creo que hay mucho de cuento de hadas en ella... El núcleo dramático está ubicado en Navidad, circunstancia que por lo menos desde Dickens fue siempre propicia a los cuentos morales. Y los miembros de la familia son gente sumamente peculiar. Más grandes que la vida, sin dudas. La diferencia con los cuentos de hadas tradicionales es, en tal caso, que aquí no se sabe muy bien cuál es la moraleja...

–¿Cuál fue el punto de partida para la película?

–Yo suelo arrancar cada película con ideas sueltas, escenas o frases que me impactan. En este caso fue la idea del padre hablando, frente a la tumba, de la muerte del hijo. Allí usé un texto del escritor estadounidense Ralph Waldo Emerson, en el que explica que ha decidido no estar triste por la muerte de su hijo. Puse ese texto en boca del padre, y a partir de allí fui armando la historia, en compañía de Emanuel Bourdieu, que ya había trabajado conmigo en algunas de mis películas previas. Teníamos a un padre que se siente solo y la idea de una reunión familiar por Navidad, porque me pareció divertido hacer una versión francesa de esas típicas películas estadounidenses de Día de Acción de Gracias, en las que la familia se reúne y afloran toda clase de cuentas pendientes entre sus miembros. Después se sumó el tema de los trasplantes de médula ósea, que me resultó muy extraño. Hicimos que el personaje de Catherine Deneuve recibiera uno de estos trasplantes. Y así sucesivamente...

–Como sucedía en Reyes y reina, todos los personajes de Un conte de Noël tienen volumen propio, todos son atractivos. ¿Cómo los construye?

–Suelo trabajarlos por separado, para darle a cada uno un tratamiento diferencial. Eso corre no sólo para los personajes sino para cada escena. Así como un personaje puede ser totalmente sombrío y otro completamente luminoso, una escena puede ser terriblemente dramática y otra absolutamente ridícula. Nunca descarto nada, trato de no limitar mis opciones, de tener las manos libres.

–El tono de sus escenas suele ser imprevisible.

–Trato de no forzar un estilo o tratamiento único para toda la película. Me gusta la diversidad, y aspiro a no reducirla o empobrecerla sino, al contrario, estimularla, exaltarla. No me manejo con juicios de valor, del estilo “las lágrimas son más nobles que la risa”, o, por el contrario, “mejor reír que llorar”. Tampoco me interesa tener lo que suele llamarse “estilo propio”. Recurro a cualquier cosa que me parezca útil para lo que estoy contando, tratando de eliminar prejuicios éticos o estéticos.

–¿Improvisa mucho durante el rodaje?

–No, no improviso nada. Mi manera de filmar es absolutamente precisa. Si está indicado que el actor toma un vaso en un momento determinado, es en ese momento y no en otro cuando necesito que lo tome. Eso no quiere decir que los actores no tengan participación en la construcción de la película. Por el contrario, la película se arma entre todos. Algo que me gusta hacer –y me suele dar resultado– es filmar cada escena de las maneras más diversas, y hasta radicalmente opuestas.

–¿A qué se refiere?

–A que la misma escena de pronto la encaramos en un tono trágico, en otro momento cómico, o absurdo. O incómodo, o lo que fuera. Hasta que encontramos la manera en que mejor funciona, o que más nos gusta. Obviamente que para eso se requieren actores con una gran predisposición a probarlo todo...

–¿Por eso trabaja una y otra vez con los mismos actores? Emmanuelle Devos y Matthieu Amalric lo acompañan desde sus primeras películas, y Catherine Deneuve actuó en Reyes y reina y vuelve a hacerlo aquí.

–Sí, bueno, no sólo ellos... Con Anne Consigny y Chiara Mastroianni es la segunda vez que trabajo. Con Hippolyte Girardot ya van tres. No es que me niegue a ampliar el círculo, en la medida en que encuentre otros buenos. Pero no crea que en Francia sobran los buenos actores...

–Con Emmanuelle Devos, en particular, usted mantiene una ligazón estrechísima. Ella actuó prácticamente en todas sus películas. ¿Qué representa Emmanuelle para usted?

–Es una actriz increíble... Actúa de manera instintiva y entra con una facilidad asombrosa en el estado que se requiere en cada escena. Se deja invadir por completo por los sentimientos del personaje, es enormemente vulnerable. Sin embargo, al apagarse la cámara usted la ve tomar su cartera, su saquito e irse a tomar una cerveza, como si nada... En una escena el personaje de Matthieu Amalric hace en la mesa una broma de muy mal gusto, y lo que estaba previsto era que ese comentario pesara sobre el clima de la cena. Sin embargo, Emmanuelle empezó a reírse y no paró, y esa risa copó la escena por completo. Le pregunté por qué lo había hecho y me dijo que así era su personaje. Eso fue todo...

–¿Y Catherine Deneuve, a quien volvió a convocar, después de Reyes y reina?

–Trabajar con ella es lo más fácil del mundo, por la sencilla razón de que es brillante, tanto en su oficio como en sentido intelectual. Además, ella y yo tenemos mucho en común. Ella es cinéfila y yo también. Ella es algo infantil y yo también lo soy. Es insolente, y a mí me encanta su insolencia. Además, es divertidísima. Trabajar con ella es un placer.

–¿A qué se debe que cada tanto los personajes se dirijan directamente al espectador?

–A que me interesaba narrar la historia desde el punto de vista de cada uno. Dirigirse al espectador les permite tomar la palabra y asumir el papel de narrador. Cada uno de ellos está convencido de ser el protagonista de la película...

–¿Se inspiró acaso en Sueño de una noche de verano, al utilizar ese recurso?

–Un conte de Noël está llena de ecos de Sueño de una noche de verano: el final, el prólogo, una obrita de teatro que representan los nietos, las transformaciones del personaje de Simon. Pero no fue intencional. Créase o no, me di cuenta de todo eso a los cuatro meses de montaje.

–¿Alguna otra obra previa le sirvió de referencia?

–Antes de abordar Un conte de Noël reví varias veces Los excéntricos Tenenbaum, de Wes Anderson, y Sarabande, de Bergman. Aunque no parezca son películas con muchos puntos en común, y lo que me propuse fue que resultara una síntesis entre ellas.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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