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Jueves, 5 de enero de 2006
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“LAS CRONICAS DE NARNIA: EL LEON, LA BRUJA Y EL ROPERO”

Una góndola de supermercado cargada de mitología surtida

Las crónicas de Narnia abusa de las referencias y no termina de levantar vuelo.

Por H. B.
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Tras El señor de los anillos y Harry Potter, Narnia decepciona.
Habrá gritado “Eureka!” quien recordó la existencia de una saga publicada hace más de medio siglo, a la que el volantazo cultural de los ’70 había relegado al arcón de trastos literarios. Pero todo vuelve, sobre todo si promete ganancias multimillonarias. Es el caso de Las crónicas de Narnia, fusión de las dos sagas cinematográficas más exitosas en lo que va del siglo XXI (El señor de los anillos y la serie Harry Potter), que el émulo de Arquímedes habrá redescubierto en el altillo. Teniendo en cuenta que se trata de siete volúmenes, el crítico estadounidense J. Hoberman señaló que “más que comprar una entrada, lo que siente el espectador de Las crónicas... frente a la boletería es que está invirtiendo en el futuro mismo de Disney”. Aquí está entonces, para el mundo entero, la primera parte de Las crónicas de Narnia, la épica fantástica llamada a restituir el decadente imperio Disney.
Todo empieza como la secuela de Peter Pan, en medio de bombardeos a Londres en la Segunda Guerra. Con el papá en el frente, la señora Pevensie envía a sus cuatro hijos a una mansión en la campiña. Transparente proyección de C. S. Lewis, autor de la novela (que era catedrático, solterón, especialista en literatura medieval y compinche de J. R. R. Tolkien), el profesor Kirke (infaltable Jim Broadbent) puede parecer algo huraño. Pero se lo adivina bastante más bonachón que su ama de llaves, que no deja de regañar a los niños. Pero Lucy, Edmund, Peter y Susan están por sacar un ticket al otro mundo. El mundo de la aventura y la fantasía, que los espera ahí nomás, dentro de un ropero. Y que es lo que todos esperan. Pero es justamente en ese otro mundo donde Las crónicas de Narnia no tardarán en evidenciar flaquezas, mejunjes e inconsistencias.
Por lo que se sabe, al propio Tolkien –respetuoso de las cosmogonías cerradas y autosuficientes– lo sacaba de las casillas la indiscriminación con que su amigo había buscado inspiración. Las distintas mitologías acuñadas en la historia de la humanidad parecen haber funcionado para Lewis como góndolas de un supermercado. De tal modo, en el carrito de Narnia, faunos grecolatinos se arraciman junto a castores charlatanes alla Beatrix Potter, brujas de cuentos de hadas, ejércitos y campamentos medievales, un Papá Noel al paso y un bestiario preexistente (minotauros, centauros, unicornios) o inventado para la ocasión (águilas de cuerpo peludo, demonios alados). El mundo que espera a los niños en el armario es una suerte de Paraíso helado, dominado por la cruel Bruja Blanca (apropiada Tilda Swinton). En lugar de descabezar a sus enemigos, como la Reina de Corazones de Alicia (nada quedó fuera del placard de Mr. Lewis), la Bruja los congela en una eterna y gélida muerte.
“¡Hijo de Adán, hija de Eva!”, exclama la Bruja al ver a los niños, confirmando que era el Paraíso cristiano el que merodeaba por la cabeza del converso Mr. Lewis (fue Tolkien quien lo convirtió), en el momento de crear sus novelas. Por si quedara alguna duda, no sólo la llegada de los niños fue anticipada en una profecía mesiánica, sino que la condición de Salvador de cierto león llamado Aslan se ve refrendada por su ciclo deSacrificio, Muerte y Resurrección. Robado por Disney a sus competidores Dreamworks, lo que parecería importarle a Andrew Adamson (uno de los codirectores de ambas Shrek) es hacer buena letra en su debut en el cine live action, por mucho que esto ponga patas arriba irreverencias anteriores. Nueva serie signada por el anonimato, haría falta la llegada de un providencial Peter Jackson para ponerle algo de inventiva, sal de la propia cosecha o al menos un mínimo de convicción a una serie cinematográfica a la que en su arranque se adivina gravemente herida.
Si los pequeños héroes aparecen indiferenciados, no distinguiéndose ningún rasgo propio, la elección de chicos de escaso carisma no ayuda al poder de comunicación de una ficción que, más allá de batallas dignas de Corazón valiente, parecería contar con una única secuencia de auténtica densidad: esa en la que Cristo (perdón, Aslan) asciende a la piedra sacrificial, en una misa negra que parece evocar infiernos de El Bosco. Una vez consumada ésta, Narnia comete un pecado mayor, recurriendo no a una sino a dos reglas del juego que no habían sido ni insinuadas. Cuando todos los muertos comienzan a resucitar por una varita que el relato mantuvo oculta, se tiene la sensación de que en este supermercado los precios se remarcan sin aviso. Y casi se termina pidiendo que vuelva el mago de los anteojitos, con sus retruécanos en latín y sus hormonas a punto de pegar el estirón.

5-LAS CRONICAS DE NARNIA: EL LEON, LA BRUJA Y EL ROPERO
(The Chronicles of Narnia: The Lion, The Witch and the Wardrobe)
EE.UU./Gran Bretaña, 2005.
Dirección: Andrew Adamson.
Guión: Ann Peacock, A. Adamson, Ch. Markus y S. McFeely, sobre novela de C. S. Lewis.
Fotografía: Donald McAlpine.
Música: Harry Gregson-Williams.
Intérpretes: Georgie Henley, Skandar Keynes, William Moseley, Anna Popplewell, Tilda Swinton, James McAvoy, Jim Broadbent y Kiran Shah.

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