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Jueves, 23 de julio de 2009
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Harry Potter y el misterio del príncipe, de David Yates

Bajo el signo de lo ominoso

La sexta entrega de la serie, dominada por lo fantasmagórico-oscuro, parece haber madurado junto con sus protagonistas, sofisticándose y volviéndose más sugerente. Lástima que Radcliffe y sus amigos no tengan un poco más de magia.

Por Horacio Bernades
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Los chicos crecen... y no están exentos de los sortilegios hormonales.

A punto de abordar su último acto, la serie Harry Potter luce cada vez más lejos del espectáculo de feria de sus primeras entregas, al que parece haber trocado definitivamente por lo fantasmagórico-oscuro, lo sensorial y climático. Todo ello presidía ya la anterior La orden del Fénix, dirigida, como ésta, por David Yates. Teniendo en cuenta que Yates tiene a su cargo la última de la heptalogía (que se presentará, en dos partes, a fines de 2010 y mediados de 2011), todo indica que ésa terminará siendo la tónica de una saga que, en su versión cinematográfica, parece haber ido madurando junto con sus protagonistas, sofisticándose y volviéndose más sugerente en sus últimas estribaciones. Habrá que agradecerle el giro de timón al providencial Yates que, contando con cero antecedente, logró rescatar una serie que, hasta su comando y con la única excepción de El prisionero de Azkabán (donde el mexicano Alfonso Cuarón había logrado un milagro semejante), parecía definitivamente perdida.

Si La orden del Fénix se ponía bajo el signo de lo ominoso desde la primera escena, El misterio del príncipe levanta la apuesta y lo hace desde antes. El logo de la Warner Brothers no sólo se presenta en blanco y negro, sino en medio de borrascosas nubes y truenos, que parecerían querer ahogarlo. Desde esos cielos, unos mortífagos se lanzan en picada, desatando el pánico en esa ciudad del futuro que es la Londres de hoy y convirtiendo el gigantesco Millenium Bridge en algo parecido a una culebra con convulsiones. Todo ello parece anunciar la conmoción mayor que tendrá lugar sobre el final de esta sexta entrega y que quienes leyeron la novela no ignoran: en El misterio del príncipe hay una muerte que deja a la serie casi sin centro. En el comienzo del nuevo ciclo lectivo, el rector Albus Dumbledore (Michael Gambon) pide ayuda a Harry (Daniel Radcliffe) para develar un secreto crucial, vinculado con Tom Riddle y ciertos talismanes esenciales para su reinado, llamados horrocruxes.

¿Que quién es Tom Riddle? Muy sencillo: el mismísimo Lord Voldemort, Amo de las Tinieblas, pero en su infancia, cuando aún era un simple mortal y cursaba en Hogwarts. El otro personaje al que Dumbledore necesita para desentrañar el misterio de los horrocruxes es el profesor Slughorn, un experto en pociones que fue profesor de Riddle. Jim Broadbent le presta, en su ingreso a la serie, su habitual aspecto bonachón y distraído. En el plantel de profesores –o de glorias del cine británico, si se prefiere–, el operístico Severus Snape agiganta aquí su preponderancia sobre los demás. Cada vez más hiperbólico, Alan Rickman engola y dilata la pronunciación de cada palabra, llevando a su personaje a niveles Monty Python. Entre los alumnos, las miradas cruzadas, intrigas amorosas y piquitos furtivos delatan que hace como seis películas que esos chicos dejaron de tener once años. De los sortilegios hormonales no están exentos, desde ya, el pelirrojo Ron (Rupert Grint), la rubiecita Hermione (Emma Watson) y el mismísimo Harry, que no deja de mirar a la hermana de Ron.

Más darkie que nunca, Helena Bonham-Carter lidera a un grupo de mortífagos, en el ataque que amenaza desestabilizar para siempre el orden de la saga entera. Desestabilización que El misterio del príncipe deja sin resolver, en uno de los finales más audazmente inconclusivos que Hollywood se haya permitido en mucho tiempo. Escrito, como casi toda la serie, por Steve Kloves (autor de los de Los fabulosos Baker Boys y Fin de semana de locos), al guión de El misterio del príncipe le lleva más de una hora entrar realmente en tema, lo cual no es poco. Pero la puesta en escena de David Yates despliega una sugestión visual que no depende de trucos ni de golpes de varita. Disimula así, aunque sea en parte, esas negligencias narrativas, compensando también la alarmante pérdida de carisma del trío protagónico. Teniendo en cuenta que recién andan por los 20, ¿puede decirse que Radcliffe, Grint y Watson “envejecen” mal?

Los encapotados cielos del comienzo, las noches cargadas de presagios, las climáticas sombras durante el ingreso de Harry y Dumbledore a casa de Slughorn, la densa niebla que cubre una gruta peligrosa, los veloces sobreimpresos de imágenes en medio de algún sortilegio y un sabio manejo del espacio en la escena culminante son muestras del paciente, atmosférico artesanado de Yates, que sólo cede al show de efectos especiales de modo ocasional y porque el género “gran espectáculo” así lo exige. Si sólo Radcliffe y sus amigos tuvieran algo más de magia...

7-HARRY POTTER Y EL MISTERIO DEL PRINCIPE

Harry Potter and the Half-Blood Prince, EE.UU./Gran Bretaña, 2009.

Dirección: David Yates.

Guión: Steve Kloves, sobre la novela homónima de J. K. Rowling.

Fotografía: Bruno Delbonnel.

Intérpretes: Daniel Radcliffe, Michael Gambon, Jim Broadbent, Alan Rickman, Rupert Grint, Emma Watson, Helena Bonham-Carter y Bonnie Wright.

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