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Jueves, 12 de enero de 2006
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“MEMORIAS DE UNA GEISHA”, DE ROB MARSHALL

El reto de ver un culebrón japonés, pero sin japoneses

Basado en un best-seller de Arthur Golden, el film de Marshall exhibe una llamativa esterilidad, tanto dramática como narrativa.

Por H. B.
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Memorias de una geisha parte del Japón de los años ‘30.

Cómo convertir un best seller en culebrón exótico y el culebrón en libro de lujo, ornamentado ad nauseam. A eso parece haberse abocado Rob Marshall, quien, proveniente de Broadway, saltó al Oscar gracias a Chicago y a cuyas manos fue a parar la versión cinematográfica de Memorias de una geisha, después de que Steven Spielberg se arrepintiera de filmarla. ¿Por qué habrá deseado alguna vez el director de ET rodar el best seller de Arthur Golden? ¿Tal vez se haya echado atrás percibiendo que el material no daba? ¿Hubiera sido mejor esta película, de haberla dirigido Spielberg y no Marshall?

Ante tantas preguntas sin respuesta, dos o tres más fáciles de contestar. ¿Existió alguna vez una geisha que no fuera japonesa? Sí, y no una sino tres. ¿Cuándo y dónde ocurrió semejante anomalía? En Memorias de una geisha, donde no hay una sola cortesana protagónica que haya nacido en el Imperio del Sol Naciente. Vean si no: Zhang Ziyi –la belleza consagrada primero en El tigre y el dragón y vista más tarde en Héroe, La casa de las dagas voladoras y 2046– nació en Pekín y la siempre sublime Gong Li lo hizo en Shenyang. Mientras que la tercera integrante del elenco, Michelle Yeoh (también de El tigre y el dragón, y de 007 El mañana nunca muere) vino al mundo en Malasia. Ninguno de esos tres sitios es parte del Japón, aunque en tiempos imperiales más de un shogun haya soñado con ello. Otra pregunta: ¿hay mujeres asiáticas que tengan los ojos claros? Y otro sí, en contra de lo que los escépticos se empecinen en (des)creer. Gracias a unos muy oportunos lentes de contacto, la protagonista de Memorias de una geisha los luce de ese color.

Pero ya se sabe que el cine no tiene por qué tener la seriedad de un documento. Cualquiera de las barrabasadas mencionadas serían disculpables, como también el trabado, lerdo fraseo en inglés de cada uno de los integrantes del elenco. Lo que resulta mucho menos admisible es la casi completa esterilidad dramática y narrativa exhibida por Mr. Marshall. Parece tan pendiente el director de cómo luce cada copo de nieve, cada flor de cerezo que cae, cada exquisito grabado de cada sedoso kimono, cada acorde ejecutado por Yo-Yo Ma e Itzhak Perlman, que se olvida de que una escena debería llevar a otra y así sucesivamente. Aquí, las escenas (unidades dramáticas que, se supone, encadenan acciones) son reemplazadas por cuadros, en los que el tiempo, el drama y el espacio parecerían tan encallados como el habla de los protagonistas.

Y eso que debería pasar de todo, teniendo en cuenta que lo que narra Memorias ... es la venta de una muchacha a una casa de geishas, en los años ¡’30! (de adulta la interpreta Ziyi), su amor imposible por un hombre mayor, poderoso y distante (Ken Watanabe, visto en El último samurai), la rivalidad visceral con una geisha mala (Gong Li) y la protección de una buena (Yeoh). Todo, a lo largo de dos décadas en las que el Japón intentó expandirse y terminó cayendo bajo una bomba atómica, mientras pasaba del feudalismo al capitalismo, de la tradición a la modernidad y del aislamiento a la ocupación. ¿Puede no contarse nada con todos estos elementos a mano? Otra pregunta de sencilla respuesta, si se cuenta con dos horas y media y una disposición digna de una geisha.




4-MEMORIAS DE UNA GEISHA

Memoirs of a Geisha. EE.UU., 2005

Dirección: Rob Marshall.

Guión: Robin Swicord, sobre novela de Arthur Golden.

Música: John Williams, con solos de Yo-Yo Ma e Itzhak Perlman.

Intérpretes: Zhang Ziyi, Gong Li, Ken Watanabe, Michelle Yeoh, Kohi Yakusho, Cary Hiroyuki Tagawa, Youki Kudoh y Karoi Momoi.

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