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Jueves, 3 de septiembre de 2009
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Las vidas privadas, de Marco Tullio Giordana, con Monica Bellucci y Luca Zingaretti

Sangre de locos y cretinos

Sin exculparlos de su innegable connivencia con el régimen, la nueva película del director de La mejor juventud alcanza a ver en una famosa pareja de actores del período fascista, perdida en su propio narcisismo, dos figuras trágicas de la Historia.

Por Luciano Monteagudo
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Luca Zingaretti y Monica Bellucci, dos espléndidas interpretaciones.

Entre 1935, cuando Benito Mussolini da la orden de levantar en las afueras de Roma una “ciudad del cine” para competir con Hollywood –la aún hoy legendaria Cinecittà– y el fin de la Segunda Guerra Mundial, una década más tarde, Osvaldo Valenti y Luisa Ferida fueron dos de los actores más populares de la época y más identificados con el régimen fascista. Pareja en la vida real, pasaron de la fama, el dinero y el poder a morir ejecutados en un callejón de Milán cinco días después de la Liberación por un grupo de partisanos, a continuación de un juicio sumario. Lo más interesante de Las vidas privadas (un título que no le hace justicia al original, Sanguepazzo, una expresión siciliana que alude a la “sangre de loco” de Valenti) es que, sin exculparlos de su innegable connivencia con el régimen, alcanza a ver en esa pareja perdida en su propio narcisismo dos figuras trágicas de la Historia.

El director italiano Marco Tullio Giordana ya había dado pruebas de su capacidad para entramar pequeñas historias personales con los grandes vientos de la política, primero en Los cien pasos (2000), sobre la mafia siciliana, y luego en su enorme fresco épico La mejor juventud (2005), donde abarcaba casi cuarenta años de historia italiana del último siglo. Y ahora en Sanguepazzo no sólo desnuda los brillos públicos y los vicios privados de la pareja Valenti-Ferida sino que los imbrica en un marco mayor, donde ellos no habrían sido sino la manifestación de una época dominada por la violencia, la hipocresía y la corrupción.

El film está construido como un gran paréntesis, que se abre y se cierra con dos niños recorriendo las calles en ruinas de una Italia arrasada y recogiendo un carretel de película cinematográfica. Como si fuera el hilo de Ariadna, esa ristra de celuloide guiará al espectador a través del laberinto de un momento histórico bastante más complejo de lo que suelen simplificar los manuales. ¿Quiénes fueron en verdad Valenti y Ferida? ¿Por qué durante casi medio siglo su historia fue, más que olvidada, casi silenciada? ¿Acaso habrán sido los chivos expiatorios de una industria, la del gran cine italiano, que surgió bajo la advocación del fascismo –Cinecittà, la Mostra de Venecia– pero que luego se empeñó en borrar sus marcas de nacimiento?

Presumido, histriónico, machista, Valenti también fue, según Sanguepazzo, un clown capaz de decir verdades inconvenientes delante de las más encumbradas autoridades del régimen. La estupenda interpretación de Luca Zingaretti aporta al personaje todo tipo de matices, que van desde su omnipotencia y sus delirios de grandeza hasta su patética dependencia de la cocaína (por la cual el fascismo llegó a extorsionarlo), pasando por momentos de una rara ternura. Por su parte, Ferida habría sido el modelo de diva –sensual, portentosa en curvas, suerte de divinidad terrena– que en los años ’50 encarnarían la Lollobrigida y la Loren y en los ’60 Claudia Cardinale. Que ese personaje esté ahora a cargo de Monica Bellucci no sólo es un rasgo de lucidez de casting sino un espejo audaz sobre un arquetipo muy propio del cine italiano, al que Bellucci, con una carga trágica hasta ahora casi desconocida, no tiene miedo en ponerle el cuerpo, literalmente.

Es menos valioso –por esquemático y forzado– el personaje de Golfiero Goffredi (Alessio Boni), un director ajeno al régimen, menos por convicción política que por su carácter aristocrático, que no llega a esconder una homosexualidad latente. Quizá vagamente inspirado en el primer Visconti (que debutó como realizador durante el fascismo, con Ossessione, en 1943, un film que en su sordidez nada ejemplificadora desafió al régimen), Goffredi sin embargo no alcanza las alturas y profundidades de la pareja protagónica ni siquiera cuando el film se interna en la oscura noche de la República de Saló, el último refugio del fascismo, y durante el cual Valenti y Ferida se vieron involucrados en las sesiones de tortura que luego expondría en toda su furia Pier Paolo Pasolini en su despedida del cine y de la vida, Saló, o los 120 días de Sodoma (1975).

De narración clásica pero no por ello necesariamente anquilosada, Sanguepazzo prenuncia la aparición de Vincere, el nuevo capolavoro de Marco Bellocchio (presentado en Cannes en mayo pasado y de próximo estreno en Argentina), una película que también vuelve al esplendor fascista como a un espejo deformante de la Italia berlusconiana de hoy. Tanto Sanguepazzo como Vincere, a su vez, ponen en relación a ese período con el cine de su época, una operación que practica –con otra estética, muy distinta por cierto– Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino (ver página 33). Es como si los directores de hoy no dejaran de reconocer en el cine de ayer la gran máquina de sueños y pesadillas del siglo XX.

8-LAS VIDAS PRIVADAS

Sanguepazzo. Italia/Francia, 2008

Dirección: Marco Tullio Giordana.

Guión: Marco Tullio Giordana, Leone Colonna, Enzo Ungari.

Fotografía: Roberto Forza.

Intérpretes: Monica Bellucci, Luca Zingaretti, Alessio Boni, Mauricio Donadoni, Tressi Tadei.

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